Príncipe arrogante

◦✧◦❀ Capítulo 3 ❀◦✧◦

La única relación que tuve con los feéricos consistía en huir de ellos cada vez que podía. Crecí en una cabaña ubicada en las inmediaciones de un pueblo. En este no era común la presencia de humanos, por lo que los feéricos que vivían allí se habían hecho de sus propios prejuicios sin siquiera conocerlos realmente.

Que son hechos de barro, que tienen una sentencia de muerte desde que respiran, o que son muy emocionales. Cosa contradictoria, tomando en cuenta que son ellos los que no pueden controlar sus emociones.

Tomando esto en cuenta, es sencillo imaginar cómo fue mi experiencia. Si no trataban de encantarme, engañarme y muchos devorarme, me repetían una inmersa cantidad de comentarios hirientes.

No conozco mi historia. Cuando era niña soñaba con despertar un día y tener una vida normal. A medida que crecí, dejó de interesarme quién era porque mi prioridad radicaba en proteger mi corazón de una dolorosa verdad.

El único que podía darme respuestas era aquel feérico que me entregó a una bruja cuando era bebé. Pero él desapareció después de hacerlo, y nunca supe nada de su existencia. ¿Era mi padre? No lo sé, y ya no quiero saberlo.

Me asusta hacerlo.

—Pasamos de una repostería a otra —comenta Zyran, sentado frente a mí con el menú en manos. No hay nada de la carta que llame su atención, cosa que me sorprende de maneras que no puedo explicar—. No recuerdo la última vez que me pasé un día entero completamente sobrio.

La repostería es un local con temática «coquette», combinada con un estilo fantasioso. Siempre que vengo, me recuerda a la casita del cuento de Hansel y Gretel, con las paredes pintadas de rosa, y las sillas adaptadas para que parezcan hechas de caramelo. Vengo tanto a este lugar que los empleados ya me conocen. Considero a esta repostería como un pasaje para salir de la cotidianeidad por un par de horas antes de regresar a mi vida.

Y ahora, he traído al príncipe borracho a mi lugar especial. Tan solo espero que no lo arruine, porque prometo que esta vez sí voy a envenenarlo.

—¿Qué vas a elegir? —me pregunta recostando la cabeza sobre la mesa.

—Desastre chocolatoso —de solo imaginármelo, se me hace agua la boca —Una enorme rebanada de pastel de chocolate humedecido con syrup de chocolate en su interior. Rellenado con crema de cacao, y revestido de una cobertura de chocolate amargo. Posee chispas en la masa, lo que lo confiere de una experiencia crujiente. El betún está elaborado de tres tipos de chocolate de la mayor calidad. Al primer bocado puedes sentir una oleada de sabor parecida a la sensación de ver fuegos artificiales por primera vez. ¡Me encanta!

Oh. Creo que me emocioné más de la cuenta.

—Te gusta mucho, eh —no necesito quitarle las gafas para distinguir la expresión de sus ojos—. No soy amante de los postres. Tu descripción, más que emocionarme, me dio repelús.

—Ah —él es libre de irse cuando quiera, pero nada; el señorito decidió pegarse a mí como chicle—. ¿No vas a comer nada?

—No me interesa —se acomoda las gafas—. Despiértame cuando termines de comer. A ver si más adelante hacemos algo divertido. Me aburro demasiado. Comienzo a preferir las tierras altas, y el peligro inminente de que me sentencien a muerte por violar mi exilio, a quedarme otro rato más muriendo de aburrimiento.

Qué trágico.

—Entre todos las personas, terminaste con la que tiene la vida más «aburrida» —me burlo con una sonrisa—. Lástima, me encanta lo cotidiano.

—Hay sangre feérica recorriendo por tu interior. Yo soy un príncipe. Deberías entretenerme —se quita las gafas.

Él juguetea con ellas con una de esas sonrisitas que no terminan de agradarme. Zyran tiene los ojos cubiertos la mayor parte del tiempo, lo que me extraña. Son la parte más bella de su ser.

Me pregunto cuál es el motivo de la mayoría de sus acciones.

—¿Por qué siempre tienes esas gafas? Solo te las quitas en momentos concretos —admito que por más que me fastidie, también me causa curiosidad—. Entiendo que las uses bajo sol, ¿pero incluso de noche?

¿Será que las emplea para ocultar sus sentimientos? Los ojos son la ventana del alma. Él podrá sonreír todo lo que quiera, pero hay algo en su mirada que refleja algo más.

—Me gustan mis gafas.

No me complace su respuesta.

—Son humanas. ¿Se las quitaste a alguien más?

—No, me las dieron.

—Oh, claro.

Sí, así mismo como le obsequiaron el reloj.

—La persona que me las regaló me dijo que ya no hacían de estas.

Parece que es cierto. Contrario al reloj, él las está viendo con... ¿cariño?

—¿Por qué un feérico regalaría un objeto humano? —no tiene sentido.

—Porque no se trataba de un feérico —echa un suspiro—. Estas gafas son muy importantes para mí. No sé qué haría si las pierdo.

Ya entiendo por qué no se muestra reacio a compartir con los mortales.

Pido el mentado pastel, y aunque él expresó sentir repelús, no para de mirarme mientras como. Me gusta que se haya quitado las gafas. Así puedo suponer lo que está pensando.

—No te daré —digo comiendo—. Tuviste tu oportunidad antes.

—¿Y quién te ha dicho que quiero? No como postres. Es ridículo.

—¿Por qué lo sería?

—Soy un príncipe.

—¿Y por eso no puedes?

—¿Sabes? Ahora que lo cuestionas, no tiene sentido —se queda pensativo por unos segundos.

—No lo tiene.

En la repostería tienen la costumbre de dar dos juegos de tenedores cuando ven a una pareja por más que pidan un solo postre. Esto es así porque a muchos les gusta comer del mismo plato. Así que, tomo el tenedor extra y divido el pastel en dos mitades. Coloco el plato en medio de la mesa, invitándolo a comer con un par de gestos.

—Vamos, come —me encojo de hombros—. Está delicioso.

—¿Por qué me ofreces de tu comida? También me diste desayuno y almuerzo. No creo que la repostería donde trabajas le regale comida a los empleados, considerando al gorila de jefe que tienes. Te lo habrán descontado de tu sueldo.




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