Príncipe arrogante

◦✧◦❀ Capítulo 12 ❀◦✧◦

Me resulta imposible no morirme de miedo cuando estoy frente a otros feéricos que suponen una autoridad para mí.

Igualmente, dedico un esfuerzo «sobrehumano» en mostrarme desinteresada frente a lo que pueda pasarme cuando comparto el mismo espacio que ellos. No quiero que huelan el pavor que siento cuando imagino las múltiples formas en las que podrían lastimarme.

A los feéricos les encanta ser cazadores, y como buenos cazadores, aman jugar con una presa que les teme y huye. Esa es la razón por la que por más que el segundo príncipe me aterrorice, no me puedo dar el gusto de no actuar «insolente» como dice él.

Me pregunto qué habría ocurrido si me hubiese inclinado por mi lado feérico, en vez del humano. ¿Sería como ellos? Crecí debajo de una persona cuestionable, y de pensamientos inmorales. Mi personalidad fue creada como mecanismo de defensa debido a mi apariencia. De no ser lo que soy, ¿sería feliz siendo una de ellos?

Como alguien que intenta ser sincera con sus sentimientos, admito que en el pasado me ha atraído la idea de ser una cazadora. Amaría sonreír como lo hacen ellos; creerme la dueña de todo con el mismo ímpetu que el feérico de más bajo nivel. Debe ser asombroso, supongo.

El feérico que ha interrumpido mi momento a solas, se pasea con la misma indiferencia que todos ellos. En el segundo que levanto la mirada, él me la devuelve con asombro. No trataba de que coincidiéramos, pero por alguna extraña razón que no me explico, no podemos dejar de vernos fijamente por unos segundos que parecen eternos.

El noble tiene los ojos cafés. Posee un largo cabello lacio y platinado que trae recogido por detrás de sus puntiagudas orejas. Su apariencia apunta a la de alguien maduro; es muy posible que sobrepase los trescientos años. Su vestimenta comprende una túnica roja con detalles negros, un pantalón fino color negro y unas botas. Todo su traje está cubierto de adornos lujosos, como guirnaldas y apliques.

Lo que más destaca, es la diadema negra que lleva en la frente. En el centro, se aprecia una pequeña gema carmesí en forma de gota invertida, a la cual le siguen otras joyas más pequeñas en los costados del accesorio.

¿Por qué me mira tanto? Su mirada es tan intensa que opto por ver detrás de mí, para confirmar que sus ojos apuntan a mi dirección. No lo conozco, y no creo haberlo hecho. Será mejor que huya de aquí.

—Disculpe si he «invadido su escondite» —digo con la vista en mis zapatos. Ya me estoy incomodando—. Me retiro en este mismo instante.

Haciendo otra reverencia, me pongo en marcha.

—Espera —dice, y me detengo de inmediato. ¿Y ahora qué? Espero que no piense castigarme por sentarme en la glorieta. No me parece justo—. No tienes que irte. Mi expresión solo fue una broma.

¿Una broma?

Él sonríe al verme parpadeando varias veces. —Siempre que tengo que venir a este tipo de fiestas, acudo a este lugar para estar lejos de todos hasta que su majestad imperial aparezca. Me gusta la paz que se percibe aquí. ¿No consideras este paraje como el más bello de todo el palacio?

—Lo es —susurro.

—No tienes que irte si no quieres —toma asiento en una de las bancas de madera—. A juzgar por la expresión que tenías cuando llegué, veo que te gustan las flores tanto como a mí.

«No tienes que irte si no quieres», sus palabras son un riesgo.

Trago una bocanada de aire antes de regresar a la glorieta. Me siento frente a él, mientras que su mirada la tiene perdida en el cielo. No se ve como una amenaza, pero no puedo confiarme. Lo raro es que cuando lo veo, un sentimiento de nostalgia invade mi pecho. ¿Por qué me siento así?

—¿Ves esa agrupación de estrellas de allá? —señala, después de un largo rato de silencio. De fondo, nada más se escuchaban los insectos nocturnos haciendo una de sus «orquestas»—. Se le conoce como el «cinturón de Winslet». Aparece cada cien años, por lo que eres una criatura afortunada de verlo.

El cielo está lleno de constelaciones, pero la que el feérico señala brilla con mayor intensidad que las demás. Está formada por un conjunto de estrellas resplandecientes que se extienden a lo largo de un amplio trayecto. Posee una cabeza y una cola, con la parte posterior inclinándose en forma de «ce». La constelación abarca una gran parte del firmamento.

Si de verdad aparece cada cien años, entonces sí, soy afortunada.

—¿Cuántas veces la ha visto? —cuestiono. Es mejor intercambiar palabras antes de aguantar otro rato de silencio.

Por lo menos no se ve como un tipo que vaya a matarme por cualquier cosa que diga y no le guste.

—Hmp, quitando el hecho de que me la he perdido varias veces, digamos que esta es mi tercera vez.

O sea, ha vivido más de trescientos años.

—Vaya —de solo pensar en llegar a vivir tanto, se me agita el corazón.

Solo él conoce todas las experiencias que tuvo que vivir para llegar hasta aquí. Todas las ilusiones, decepciones y emociones a lo largo de los siglos. No me imagino todas las aventuras que tiene por contar.

—¿Te parece mucho? —me sorprende que me hable. ¿Por qué un noble tan importante frenaría en conversar con una «humana»? Es raro.

—Es solo que no he vivido ni la décima parte que usted —lanzo un suspiro—. ¿Cómo se siente vivir tanto? ¿Los días son más lentos cuando se sabe que se vivirá mucho tiempo?

Ya esto no es para hacer conversación. En serio me intriga saber la respuesta.

—No siento el ritmo del tiempo. Simplemente lo vivo, y cuando me doy cuenta, han pasado diez años. Aunque eso viene desde mi perspectiva. Hay muchos que están más pendientes. Tal vez porque tienen algo que les importa; algo que no durará para siempre.

Es entendible. El reloj pasa más rápido cuando no quieres que corra.

»Recuerdo que hubo una sola vez en que todo fue un poco más lento para mí. Aunque… los eventos sucedieron rápido, mirándolos desde el presente: en un parpadear de ojos fui feliz, y en otro, se me arrebató lo que quise.




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