De pequeña me preguntaba por las razones por las que mi padre no quería verme. Contemplaba mi cabello, mis ojos, y por último mis orejas. ¿Sus curvaturas eran las causantes de su indiferencia? No entendía por qué me había dejado con una persona a la que no le importaba. Griselda era mala conmigo. No hacía el esfuerzo de mejorar. Si soy su hija, ¿no le tendría que haber preocupado mi bienestar?
Tampoco me buscó cuando escapé al mundo humano. Y ahora que estoy aquí, es cuando desea que regrese. Es extraño. ¿Cuáles son sus intenciones? De nuevo me cuestiono por la identidad de mi progenitor. Quisiera no pensar en ello, pero no puedo.
—Hm… —gimotea Kiara, mientras se voltea.
Ella reposa en mi cama. O en la de Zyran, mejor dicho. Después de un largo rato, logré traérmela a la habitación. La tengo bien drogada para que no se le ocurra despertar y empeorarlo todo. Ya tengo demasiado tratando de averiguar cómo la mandaré a casa sin contar con la ayuda de aquel feérico malagradecido.
Es probable que se niegue a ayudarme, o peor, que no quiera hablarme. Todo por aceptar unos chocolates. Ya me conoce, debió saber que era obvio que no los rechazaría. Y eso que lo intenté.
«Hasta hace un mes odiabas a los feéricos y a este mundo. ¿Y ahora vienes y dices que quieres quedarte? Pues qué coincidencia que lo haces después de recibir los chocolates de ese rey».
No, los chocolates no fueron el problema. Hoy no fue el día indicado para manifestarle mi decisión de quedarme. Él ya estaba molesto porque tomara el té con el rey Erian. Es normal que relacione una cosa con la otra. Y con eso no justifico su mala actitud. Solo intento buscarle sentido.
Me acerco a la puerta para salir de la habitación y ver si Zyran ya volvió, cuando me topo con una caja rosada en la entrada. La recojo del suelo con algo de duda, y temiendo que sea obra de Griselda, la coloco en una mesita y me alejo. Encima tiene una nota:
«No son los mejores chocolates del mundo, pero sé que te gustará como si lo fueran. —Zyran».
¿Es un regalo para mí?
La abro, y mi rostro se ilumina al ver que se trata del pastel de chocolate de mi repostería favorita: desastre chocolatoso.
Oh, no puedo creer lo que vislumbran mis ojos. Es el mismo pastel. Eso significa que fue al mundo humano. ¿Entonces no está molesto? Es una deliciosa forma de pedir disculpas. Ya extrañaba comer una rebanada de tan magnífico postre, y él me ha traído una porción completa.
Dejo el pastel dentro de la caja y salgo en busca de Zyran. Le dije que si conseguía los mejores chocolates del mundo, lo comeríamos juntos y eso pienso hacer.
La hacienda es enorme, y todavía hay lugares que no he explorado, mientras que otros permanecen prohibidos para mí. Camino por todas partes; desde los jardines traseros y delanteros, los salones y hasta las áreas recreativas, pero no lo encuentro. ¿Será que se fue de nuevo?
Le pregunto a un par de empleados, lo que le añade otro nivel de dificultad a la tarea porque nunca responden directamente. Algunos me dicen que lo vieron en la piscina —ni siquiera sabía que había una—, otros que estaba en los campos de juegos, y el que más acierta, dice que lo vio recargado en la barandilla de la azotea.
Como no tengo dónde más buscar, subo hasta allí y por fin lo encuentro. La brisa me alborota el cabello a medida que me acerco al borde. Me coloco a su lado sin decir nada. Él luce pensativo mientras observa el horizonte.
—¿Recibiste mi presente? —cuestiona con la vista al frente. Su cabello también se agita por el viento.
—Me produjo el mismo sentimiento que cuando me trajiste el reproductor —me impresiona que recuerde mis cosas—. ¿Qué haces aquí?
—Vengo a este lugar cuando me siento nostálgico. También melancólico —suspira—. Me gusta sentir la brisa en la cara. Me recuerda a cuando tenía alas y gastaba toda mi energía en surcar los cielos.
—¿Cuántos años tienes sin ellas?
—Cinco.
—Eras a penas un chico —bajo las cejas.
No me imagino lo desastrosa que habrá sido la escena. Todavía no me explico qué fue lo que llevó a Allister a quitárselas. No tiene justificación.
Las alas no son cualquier cosa para los feéricos alados. Son una parte de su cuerpo tal y como lo es la cabeza o cualquier extremidad. Mutilarlos es igual a como si, en mi caso, perdiera un brazo o una pierna. Toda su vida sentirá que le falta esa parte que le fue arrebatada. Toda su vida se sentirá incapacitado.
—No me interesan las intrigas políticas. Tuviste razón cuando dijiste que vivía en mi mundo. Si me ofrecieran la oportunidad de atravesar los cielos como lo hacía antes, a cambio de todo lo que tengo, te juro que aceptaría sin pensarlo dos veces —apoya el mentón sobre el barandal—. Si tan solo pudiera volar de nuevo…
—¿Pero por qué lo hizo?
—Me estaba protegiendo. Dijo que necesitaba desarrollar mi magia y que nunca lograría hacerlo si seguía gastando mi energía en cosas «estúpidas» como volar. Allister consideró que mis alas eran un obstáculo para mí. Por eso me las quitó.
No es común ver a feéricos volando todo el rato por la enorme cantidad de energía que requiere invocarlas y utilizarlas. También, si un feérico decide volar, entonces no podrá utilizar su magia en otra cosa que no sea esa hasta que deje de hacerlo. Todo tiene su precio.
Le creería que lo estaba protegiendo si no habláramos de Allister. Apuesto lo que sea a que solo se trató de otra forma más de controlarlo.
—No sé cómo se siente volar, y creo que nunca experimentaré una sensación parecida —estoy a punto de proponerle algo bastante loco—. Pero si sentir la brisa chocando contra tu cara es lo que quieres, te aseguro que el mundo humano está plagado de una gran cantidad de deportes extremos de esa índole. Hagámoslo cuando termine el trato con tu hermano. Podremos lanzarnos de un avión. Volar en parapente. Hacer lo que quieras, con tal de aligerar tu melancolía.