Me siento como la espectadora de una película. El feérico me sacó del palacio con la ayuda de Griselda. La bruja utilizó su magia de teletransportación que conecta un punto A con el punto B. De modo que le permite trasladar objetos y personas que estén conectadas a otro sitio no muy lejano.
Ahora bien, ¿que por qué me siento como una espectadora? Porque a duras penas puedo controlar los ojos. No sé qué me hizo, pero no puedo moverme. Y no porque mi cuerpo esté rígido, al contrario; sencillamente no tengo dominio de él.
Me he convertido en una muñeca de carne. Lo que no comprendo, porque se suponía que la piedra debía protegerme de cualquier ataque físico o mágico.
—El segundo príncipe en serio quiere matarte —comenta mientras nos adentramos al denso bosque—. ¿Qué tanto le hiciste como para que una «humana» lo tenga sacado de quicio?
¿Por qué me habla como si me conociera? ¿En serio es mi...? Ni siquiera puedo pronunciarlo.
—Eso fue rápido —Griselda nos esperaba sentada debajo de un árbol. Ella se acerca desde que nos ve. Trato de emitir sonidos, pero se me hace imposible.
¡Me siento presa dentro de mi propio cuerpo! ¡La situación comienza a desesperarme!
—¿Verdad que sí? —primero despliega una manta, y luego me baja al suelo. Allí me acomoda el cabello y la ropa—. Como bien dicen: «si quieres algo, debes hacerlo tú mismo» —sonríe mirándome—. La última vez que te vi de cerca tenías... ¿Cuántos años eran? Tengo mala memoria. ¿Tú no lo recuerdas? Eras una niña pequeña. Te regalé dulces a cambio de que me cantaras una canción. ¿Siguen gustándote los chocolates?
¿Ya lo conocía...?
»Pero mírate ahora, eres toda una mujer —me acaricia el cabello. Su mirada me produce cierta repulsión—. Escuché un par de cosas sobre ti. ¿Es cierto que estás con el cuarto príncipe? Porque si es así, muy mal. Mala chica.
Él me aprieta la nariz y me mueve la cabeza a ambos lados para reafirmar lo «malas» que son mis acciones. Estar aquí, sin que pueda defenderme, es frustrante. Quiero levantarme, patearlo para que deje de tocarme, y luego correr como nunca.
¿Por qué la piedra no se activa?
—¿Qué hiciste? —Griselda me agarra del brazo. No me había fijado en que la oscuridad se propagó más allá de mis dedos, en forma de una banda oscura que lo envuelve desde el meñique hasta el nivel del codo.
Bueno, creí que la maldición me tomaría el brazo completo. Por lo menos se ve «cool».
—Y todo por tu ineptitud —reprocha el feérico—. Todo esto no hubiera pasado si ella no hubiese tenido contacto con tus artes. Espero que encuentres una manera de disipar esa cosa.
Espera, ¿se puede quitar?
—Tarde o temprano, Faith iba a tener interacción con energía oscura. No es mi culpa —masculla—. Ella nació maldita, y hasta donde sé, tú eres el culpable.
¿Qué? ¿De qué está hablando? ¡Tengo demasiadas preguntas como para no poder hablar!
—¿Hay alguna forma de eliminar el maleficio? Me preocupa que siga extendiéndose y luego ya no me sirva para nada.
—La mayoría de métodos van más allá de mis habilidades. Aunque no tendríamos que eliminarla como tal, sino que un individuo con mucha más energía oscura que ella, debería ser capaz de absorbérsela. Después de todo, lo importante es que no la tenga.
—Excelente —juguetea con un mechón de mi cabello—. Me encanta lo expresiva que eres. No dejas de hacer un montón de muecas buscando entender de qué estamos hablando. Qué tierna —bromea pasando los dedos a lo largo de mi rostro. Él se detiene en mi boca, frotando el pulgar en el borde de mi labio inferior—. Dime, ¿sabes quién soy?
Definitivamente, no es mi padre. Ninguno tocaría a su hija del modo lascivo en que lo hace. En este caso, la moralidad humana y feérica es la misma.
Quiero que me deje ya. La gota que derrama el vaso es cuando sigue bajando, rozándome el escote con la yema de los dedos.
»Quítale esa cosa de la frente —se pone de pie—. Haz lo que planeamos, y deshazte del «estorbo».
Recuerdo que así fue cómo Griselda se refirió a Zyran. ¿Hablará de él?
—¿Crees que caiga?
—¿Por qué no? Si Faith es la mitad de encantadora que su madre, el cuarto príncipe ya debe estar loco por ella. No me sorprendería que su objetivo fuera seducirlo para que haga lo que quiera. Debe traerlo en la sangre.
Es un imbécil con todas sus letras. A pesar de que no conocí a mi madre, no estoy para soportar esa clase de comentarios. Si tan solo pudiera moverme...
Griselda estampa un sello en el árbol donde estaba antes. En cuestión de segundos, las ramas del mismo se entrelazan en mi cuerpo. Termino enredada en el tronco con la respiración agitada. Casi no puedo respirar. ¿Y ahora qué?
—Interesante. La magia del cuarto príncipe no la protege porque no estás sufriendo un ataque como tal —se ríe el feérico—. Ella podrá moverse en cuanto me vaya. Te recomiendo hacer algo para que no eche las cosas a perder.
—Sé lo que hago —rechista. Griselda hace que las ramas me aprieten más fuerte. Muchas se enredan en mi cuello, lo que le agrega una sensación punzante a la asfixia—. Antes de irte, aclárame una duda: no eres su padre, ¿verdad?
—Nunca dije que lo fuera —se encoge de hombros.
Sin embargo, si él no lo es... Entonces, ¿de dónde vengo?
¿Quién soy?
—Tras veintidós años, nunca pensaste decírmelo —frunce el ceño—. Dime ahora mismo de quién se trata.
—Concéntrate en el plan. Ya después te explico las cosas.
¿Por qué un feérico querría a un híbrido? Lo vería menos extraño si fuera humana, ya que entonces sería una «niña cambiada». No hay razón por la que temerme. ¿Y qué hay de mi madre? Su comentario fue hecho desde el resentimiento.
¿Eso fue lo que ella hizo con él? ¿Lo sedujo? ¿Pero y mi verdadero padre? ¿Ambos están vivos?
Cuando Zyran me preguntó si me interesaba conocer mis orígenes, le dije que no porque supuse que sería terrible. Ahora la cosa es distinta. Tal vez tenga una familia por ahí que no sabe que existo.