La madrugada llega en menos de lo que cree, parece que la época de primavera trae consigo no solo la belleza de la misma sino que también el trabajo de campos cultivados estaciones anteriores para ser cosechados ya y el joven Ivoh observaba a través de la ventana de su cuarto en la segunda planta de aquella gran casona en medio del campo, suspiraba sin cesar pues había estado en vela toda la noche, no era capaz de conciliar el sueño, sus ojos se negaban a cerrarse luego de haber tenido un sueño donde veía criaturas extrañas ir de aquí para allá, lo más raro de todo era que no podía recordarlas con claridad, eso lo había dejado intrigado.
—¿Ivoh? ¿Estás despierto ya? —la voz de su madre se escuchó al otro lado de su cuarto, volteó con lentitud hacia la puerta más no se movió—. Si ya estás listo, puedes ir a ver a los animales de la granja, Samara se encarga hoy del molino.
Los pasos suaves de su agraciada madre se escucharon alejarse, el muchacho de veintidós años suspiró comenzando a quitarse las prendas usadas para dormir para cambiarse por algo más cómodo, algo que le permitiera subir árboles sin problema, correr entre la hierba de los campos y sobre todo, cuidar de sus animales sin miedo a mancharse; siendo el hijo menor de cinco hermanos, Ivoh poseía la destreza necesaria para que ninguna bestia pasara por sobre él y debido a esto era que se encargaba de la cuadrilla de caballos que pastaban en las hectáreas de su familia.
La casona de los Duncan era bastante grande, provista de varios cuartos, una gran sala y una buena cocina donde la mujer de la casa se encargaba de preparar los mejores platillos para sus amados hijos y esposo, un despacho pequeño donde el matrimonio solía beber algo caliente por las tardes o acurrucarse a la luz de las velas en temporadas de lluvia cuando la electricidad no era de los mejores servicios; dos plantas no eran suficientes para todo lo que se debía hacer y administrar en la casa, a eso le sumábamos las hectáreas de campo, cosechas, árboles frutales, hierbas aromáticas, también la granja con cerdos, gallinas y demás, los establos para los caballos y el molino, todo ello era un gigantesco bien económico que los mantenía.
La familia Duncan era conocida en el reino de Aphato como la más rica en cuanto a campos de cultivo, granjas de los más bellos ejemplares de animales y las grandes cuadrillas de caballos, eran una de las cuatro familias que proveían al reino de los víveres necesarios para el sustento y para la comercialización siendo siempre reconocidas por la familia real; el conjunto familiar estaba conformado por Lía y Pietro, la pareja había tenido cinco hijos, tres mujeres y dos varones, todos unidos y trabajadores.
La vida en el campo era tranquila, sí, podían ver desde sus prados el inmenso y algo lejano castillo donde la familia real residía, con sus grandes torres y barreras, con su estandarte ondeando sin más y sus soldados apostados para defender a muerte en puntos estratégicos; era interesante despertar al alba viendo la majestuosidad del paisaje, era un deleite ver la puesta del sol ya que el astro se escondía detrás de la gran estructura real a kilómetros de distancia haciendo que se viera como un gran templo sagrado donde los más grandes secretos se hallaba y para Ivoh era el más grande anhelo de su vida, ¡Ah, el éxtasis que sentía al pensar en las innumerables aventuras que podría encontrar si tan solo viviera más cerca de la ciudad capital! Ansiaba poder marcharse de casa, tomar sus cosas, empacar algo de comida para el trayecto, montar un corcel y correr a campo traviesa hacia su inminente destino, porque el fervor con el que deseaba que su vida diera un cambio era impensado, porque muy en el fondo de su alma el menor de los Duncan sabía que estaba perdiendo el tiempo, que había algo para él allá afuera que le pedía a gritos salir en su búsqueda.
Más ahí se veía el joven de cabellos castaños y ojos azules, caminando tranquilo por el sendero que lo lleva a los corrales donde va a darle comida a los caballos, puede ver una que otra avecilla sobrevolar el sitio trinando encantada y no puede hacer más que sonreír puesto que cuando era niño solía imaginarse volar como esos seres, imaginar que se sentía ser tan libre… Tal vez en el fondo, Ivoh se sentía atrapado allí y no entendía el por qué, después de todo, tenía a su hermosa familia, a sus bellos caballos, amigos que veía con frecuencia, entonces, ¿Qué era eso que no dejaba llenar el vacío en su interior? ¿Por qué sentía que le faltaba algo a su ser para estar completo? No lo entendía, realmente no podía hacerlo.
—Buenos días —la voz del capataz del lugar lo sobresaltó.
—Buenos días, señor Bull —sonrió—. ¿Qué tal la mañana?
—Bueno, teniendo en cuenta que recién inicia, bastante tranquila, aunque he visto mucho ajetreo en el cielo hacia el palacio real —comentó de chismoso mientras el joven amo del lugar lo seguía interesado.
—¿Ha sabido algo? —preguntó sin poder seguir esperando a que el hombre se dignara a contarle lo que había visto.
—Pues, no con exactitud, pero otros trabajadores de los campos cercanos han dicho que varios jinetes de dragón han estado por los alrededores, también que puedes escuchar a las bestias rugir —dijo mientras levantaban los grandes paquetes de comida para los animales, Ivoh era más fuerte que el hombre mayor y tenía un cuerpo medianamente trabajado por todo el ejercicio y labor en los campos con su padre—. Pero si debo serle sincero, los he visto de cerca una sola vez en mi vida, cuando era joven y quedé maravillado.
—¿Cómo son? ¿Qué tan grandes? —la curiosidad lo estaba matando—. A pesar de que nuestro mundo se ha vuelto a formar desde cero tras aquel cataclismo donde los conocimos, no solemos verlos con regularidad, a veces parecen realmente una leyenda.
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Editado: 02.03.2025