El reino de Aphato comprende un terreno extenso en verdad, desde cumbre heladas a bosques floridos o nevados dependiendo de su ubicación en puntos cardinales diferentes. Provisto de lagos, ríos, montañas, senderos y hasta zonas desérticas, es uno de los reinos más exquisitos en cuánto a clima, fauna y flora por su gran variedad de ecosistemas que brindan espacio a seres vivos tan comunes como un venado o tan magníficos como lo es un dragón.
Desde que el reino se estructuró se vio conformado no solo por las familias nobiliarias y los reyes sino que también por trabajadores de todo tipo, de diferentes clases sociales pero con el mismo ideal en común, levantar los escombros que quedaban tras el cataclismo y formar un nuevo hogar donde ser prósperos; con el tiempo, el esfuerzo llevó a un gran resultado pudiendo apreciarse la magnitud del poder que trae el trabajo en equipo de parte de todos los que conformaban Aphato, pero también, dejó ver que habían grupos diferentes a los ciudadanos consagrados, personas que no aceptaban vivir de tal o cual manera según se dictaba en la ciudad —o al menos lo que comenzaba a ser un código social en los primeros años de erguido el reino— y se levantaron en protesta hacia los reyes de aquel entonces exigiendo ser respetado con sus propias costumbres, ideas y tradiciones que iban surgiendo de a poco. Fue entonces cuando comenzaron a formarse tribus “salvajes” en los alrededores del territorio principal y, por igual, en zonas más alejadas conviviendo así con la naturaleza y con los mismos dragones; cada una de estas tribus tenía un nombre e identidad propia según la región, el clima y el tipo de lagarto que sus miembros respetaban o veneraban, no fue fácil, pero los aceptaron de cierta manera siempre catalogándolos como los malos, los peligrosos, los incivilizados, los que no tenían voz ni voto en las cuestiones políticas del reino.
Y es así como llegamos a la tribu Rakkaus, asentada en la zona aledaña a las principales cosechas de Aphato, aquella que se mueve con el viento por poseer grandes pero veloces dragones y por ser quienes conocen los bosques como las palmas de sus manos. Desilius, líder de los Rakkaus, ahora mismo observa a sus invitados curioseando lo que se ve como una casa entre las raíces rocosas de las mesetas que lindan y se conectan con el primer bosque en rodea la ciudad capital; levantadas como grandes cuevas que son el resultado de las andanzas de inmensas bestias por las profundidades de la tierra, fueron acondicionadas por las personas que las habitan y nadie podría imaginarse que entre rocas y raíces de árboles puede levantarse una construcción más que hogareñas y espaciosa.
—Me alegra que hayan aceptado venir, temía mucho que no quisieran seguirme, que no me creyeran nada de lo que había dicho y créanme, sé que no podían confiar a la ligera —comentó el hombre viendo al par de jóvenes.
—Puedo dar fe de que lo que dice no es mentira, tengo información que usted mismo reveló, nadie más podría saberla a menos que fuera parte de todo este mundo de jinetes y de secretos —Tessa respondió con amabilidad—. Sus dragones fueron bastante fuertes, nunca vi moverse a ninguno como los suyos, fueron veloces para alcanzarme.
—Tienen entrenamiento pero más que nada es la falta de domesticación, son libres de ir y venir, lo que tú llamas “jinete” para nosotros no es más que amistad —sonrió—. Tus halagos me honran, aunque fuiste muy astuta para deshacerte de mis hombres, eres habilidosa, de eso no tengo duda.
—No es nada especial, solo horas de juego de una niña y su dragona —se encogió de hombros con una leve sonrisa.
—En mi pueblo, eso se llama “Sielujen Liitto”, la unión de las almas —comentó—. Cuando un humano y un dragón confían ciegamente en el otro al punto de no necesitar decirse nada para entenderse, no es requerida una acción o una palabra. Son la extensión del otro.
—¡Suena asombroso! —Tessa sonrió en grande.
—Te he visto tener Sielujen Liitto con ambos dragones, creo que esa es tu peculiaridad, ese es el don que se te dio, poder ser como una bestia más entre ellos sin necesidad de domesticarlos —sonrió.
—No los domesticamos —ella frunció el ceño, nunca lo había visto desde ese punto.
—Claro que sí, tal vez no como a un perro o un gato, pero lo hacen —asintió sin problemas, sus ojos fueron a Ivoh que mantenía el silencio perdido en su mente—. ¿Qué es lo que tanto te atormenta? Veo que eres alguien que piensa las cosas más de una vez, si tienes una duda, hazla saber.
—No pensé que era adoptado, es decir, siempre me sentí un poco fuera de lugar pero creí que era por querer cosas diferentes a mis hermanos y mis padres —Duncan suspiró rendido a tener que hablar sobre lo que estaba sintiendo, de todas formas, necesitaba iniciar la conversación de alguna manera—. Entiendo un poco ahora ciertos comportamientos de ellos, siempre negándose a dejarme salir más allá de dónde podían verme, no queriendo que supiera nada respecto a los dragones, jinetes y las aventuras que yo quería tener. Mi familia quiso cuidarme desde que tengo memoria porque sabían quién era yo en verdad.
—Por supuesto que lo sabían, pero no te confundas, no te cuidaron para que llegaras a ser un rey sino para que fueras un joven como cualquier otro. Lo que más quería Pietro para ti era que tuvieras una vida normal sin problemas políticos o de mantener con vida dos especies diferentes, no quería para ti responsabilidades que fueran mayores a tu propia existencia —sonrió entregándole una fotografía ya vieja, algo doblada y casi al borde de romperse, donde podían apreciarse varios jóvenes abrazados, entre ellos Desilius, Pietro, otro joven y el verdadero padre del chico—. Fuimos todos grandes amigos en nuestra juventud, solo queríamos vivir sin problemas, lo logramos por un buen tiempo. Ese hombre de ahí, es Cordelius, tu padre.
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Editado: 31.03.2025