Príncipe de Dragones

30

Haber dejado atrás a su propia familia para regresar al palacio y exponer lo que sabe es una de las cosas más difíciles que ha hecho, ni siquiera cuando se unió al ejército al conocer a Tessa se sintió tan a la deriva como en ese instante, sabía que había muchas probabilidades de no volver a verlos, seguro ellos serian perseguidos de no salir las cosas bien y ahora debía poner toda su atención en lo que requería lograr, poder darle un cambio a toda esa situación que llevaba años engañando a miles de personas.

Ahora mismo camina por los corredores que tantas veces ha visto al ir y venir en los entrenamientos cada mañana y con los demás soldados, nada ha cambiado, pero algo se siente en su totalidad diferente. Observa a su alrededor, todo mundo se halla en sus tareas, dragones comiendo, soldados divididos en sectores realizando diferentes tareas pero no hay señales de Tessa por ningún lado; Clark y Alistair no han hecho acto de presencia, el grupo de soldados que conforman su escuadrón apenas y lo ha mirado, ¿Qué sucede en verdad?

—Al fin estás aquí, me preguntaba cuánto tardarías en aparecerte —la voz de Adam lo hizo voltear encontrándolo frente a él con prendas ligeras, para nada vistas por la nobleza—. Quisiera que vengas conmigo, tenemos una charla pendiente, aún no me has dado el reporte de tu misión.

—Claro, entiendo. Concuerdo en que tenemos una charla que desarrollar, apuesto que sabes a qué me refiero —sonrió.

—¿Me tuteas? Increíble, cada vez más prepotentes mis soldados, primero Tessa y ahora tú, la diferencia es que a ella puedo perdonarla —soltó serio.

—Yo no necesito tu perdón, y tú, no eres quién para pronunciar esa palabra, te queda demasiado grande —lo retó con la mirada.

—Sígueme, campesino —y sus ademanes le hicieron saber a los guardias que debían escoltar a Duncan tras el príncipe.

Ivoh caminaba a paso veloz no queriendo perder de vista al heredero, sus ojos iban y venían por el sitio reconociendo que no se dirigían a la sala de tronos sino a un despacho alejado, y aunque quiso detenerse, aunque quiso dar la vuelta se vio siendo arrastrado por los guardias hasta estar dentro del salón y la puerta fue cerrada con fuerza.

—¿Dónde está Tessa? —habló serio.

—Nuestra conversación no le concierne a Tess, tiene sus propios problemas ahora —sonrió apoyando su peso sobre la mesa más cercana mientras la puerta del lado opuesto se abría dejando ver a la reina—. Madre, al fin nos honras con tu presencia, qué considerada.

—¿De qué se trata todo esto, Adam? ¿Qué hace el soldado Duncan aquí? —la mujer lucía sorprendida.

—Él sabe qué hago aquí, parece que le asusta ese tema porque no ha hablado desde que me vio —Ivoh los observó de hito en hito—. Tienes que ser sincero, Adam, tú y yo compartimos más que un gusto por una misma mujer.

—No compartimos nada, primo.

—Entonces, lo sabías, siempre has estado enterado del tema, ¿no? —apretó los puños con molestia.

—Para nada, no tenía conocimiento de que eras hijo de mi tía Arelí, la verdad es que para mí no eras más que un simple insecto que debía aplastar para poder seguir viviendo feliz. Te fuiste metiendo en mis asuntos, en mis cosas, donde no debías porque todo lo que hay en este puto reino me pertenece, es mío, lleva mi nombre —masculló con molestia—. Pero todo se aclaró en cuánto a tu descendencia cuando vi una fotografía de mis padres y de los tuyos, juntos, mi mamá dijo que su hermana se casó antes que ella pero que nadie sabía que tenía un hijo; debiste ser un secreto porque si no mal recuerdo, aún no teníamos completa paz en Aphato.

—Por supuesto que no había paz, la envidia de tu padre provocó la muerte de mis padres, ¡Él los asesinó con ese incendio! —gritó Ivoh molesto—. Lo peor de todo es que no te inmutas por lo que te digo, ¿Por qué?

—Porque conozco a mi padre, sé de lo que era capaz, créeme, ¿los mató? Seguro que fue así, bien por él porque aseguró su vida, sus años venideros y su legado, me dio a mí más de lo que cree —rió bajo el rubio—. Pero está muerto ya, yo me encargué de que así fuera cuando intentó enredarse con una concubina, ¿puedes creerlo? Infeliz desgraciado, y no, no me interesaba si engañaba o no a mi madre, eso es tema de ellos, pero, ¿y si embarazaba a la concubina? ¿si era un niño? ¿si de pronto los favorecía más que a mí y me quedaba sin trono?

—Adam, ¿Qué es lo que estás diciendo? —Helena boqueó sin poder entender del todo.

—Eres estúpida, madre, siempre lo has sido —rodó los ojos con impaciencia—. No podías retener a tu esposo, no podías complacerlo y este terminaba con otras mujeres, y ahora no entiendes lo que digo. Yo lo maté, me deshice de él y de todas las posibilidades que pudiera haber con sus demás conquistas.

—Dios… —jadeó horrorizada la reina—. Fue un infarto.

—No, claro que no, fue veneno que coloqué en su copa de vino favorita —sonrió—. A mis ocho años yo entendía más de lo que crees, gustaba más de lo que debía y planeaba mi futuro junto a Tessa como reyes, tenía que eliminar la competencia y los problemas que pudieran quitarme la felicidad que anhelaba. Papá era uno de ellos, incluso podrías haber sido tú, pero, seamos sinceros, solo eres un decorado más.

—Estás enfermo —Ivoh escupió—. No importa cuán hijo de puta haya sido tu padre, eso no te define como persona, venías enfermo desde antes de nacer.




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