Príncipe de Dragones

32

—Desplieguen todas las tropas, no quiero que ningún salvaje llegue a mi palacio, desháganse de ellos en cuanto tenga oportunidad y usen lo que deban usar para reducirlos —ordenó Adam portando su traje usual que lo representaba como príncipe más una ligera armadura que protegía su pecho—. Me haré cargo personalmente de quien los está guiando aquí.

—¿Qué hará? ¿Requiere su caballo para poder desplacerse mejor en batalla? —preguntó Parker con extrañeza, rara vez el príncipe salía de la seguridad del castillo.

—No, para nada, tengo mejores planes —sonrió con altanería—. Iré a los mazmorras del lado sur, confío en que puedes manejar a todo el pelotón y que estará bien asegurada nuestra victoria.

—Sabe que no habrá problema, puedo hacerlo, pero, ¿está seguro? —Parker se hallaba perturbado por las órdenes recientes que habían recibido—. Podríamos resolverlo de otra forma, no es necesario matar a más dragones y hombres.

—No tengo ninguna intención de hacer negociaciones o tratados con quienes amenazan mi reinado, ellos son los que están mal y ahora voy a demostrarles que no pueden hacer lo que les viene en gana, tienen un príncipe al cual responder y respetar —con paso veloz salió del saló dejando a Parker muy preocupado por lo que fuera a suceder a partir de ahora.

Era más que seguro que habría un derramamiento de sangre innecesario.

El heredero camina con decisión en su semblante, cavilando un maquiavélico plan para poder dejarle en claro a todos esos desagradecidos que ahora quieren bajarlo del trono que nadie puede hacerle frente y que no teme a nada en lo absoluto. Una vez ha dejado los corredores más conocidos de la enorme y ostentosa construcción, desciende por las escaleras de una de las puertas clausuradas al servicio, poco a poco, peldaño a peldaño, comienza a sentir la atmósfera volverse más cálida, un poco asfixiante; lleva una antorcha consigo una vez la luz ya ha desaparecido y no puede ver con claridad, su cabello apenas se mueve con su movimiento al desplazarse y un rugido bajo se oye haciendo eco en las profundidades de aquellas mazmorras subterráneas y algo secretas para algunos no privilegiados.

—Es hora de despertar, mi querido Inferno, al fin he encontrado un propósito para ti —habló claro viendo al dragón de prominentes y afilados cuernos despertar para verlo fijo—. Tengo una situación fuera de palacio que estoy seguro de que tú puedes controlar, quieras o no; no te lo sugiero sino que te lo ordeno y espero tu completa obediencia.

El lagarto se alejó de Adam resoplando molesto, si bien no le era leal le era obediente puesto que fue llevado a ese sitio cuando apenas había salido de su huevo y su madre fue asesinada. El príncipe lo alimentó y lo educó a base de fuerza y opresión pues para él solo eran animales que podían ser usados para todo tipo de razones como lo eran, por ejemplo, los caballos, los perros, las aves mensajeras; Adam chasqueó los dedos llamando la atención del dragón que bajó la cabeza sumiso para que él lo montara.

—No, aún no —sonrió—. No te montaré, pero quiero que salgas a darles un par de sorpresas a todos mis enemigos.

Fuera, la pelea ha comenzado, Desilius dirige al grupo de dragones y jinetes que ha comenzado a atacar las filas del reino con llamaradas de fuego desde el cielo, el contraataque también se ha dado dejando lluvia de balas y flechas por doquier. Los lagartos se han enfrascado con furia en pelas donde las garras, las colas y los colmillos forman parte crucial a la hora de defenderse y de proteger a sus compañeros humanos; edificios destruidos, escombros, explosiones y un gran caos porque no pudieron detener el avance de los “salvajes” hacia la ciudad y tampoco fueron capaces de realizar las evacuaciones pertinentes para garantizar la seguridad de cada una de las personas que ahora mismo huían, gritaba y trataban de encontrar un refugio.

Los cañones también se han puesto en juego creando sonidos estridentes para las bestias voladoras que se ven, dentro de todo, asustadas por ello. Desilius ha iniciado la toma del palacio, guardias reales han caído en el frente de batalla al igual que sus propios miembros de tribus y lo que parece ser un atroz momento se vuelve catastrófico cuando la tierra comenzó a remecerse con ímpetu, el sonido de las placas tectónicas chocando entre ellas creando ruido ensordecedor, grietas abriéndose en el suelo tragándose construcciones, habitantes, todo tipo de objeto que esté en su camino.

Ruge la tierra, clama con brío la llegada de un ser poderoso que intenta encaminar a las personas que se ven involucradas en la batalla y con cada remesón de la corteza terrestres las posibilidades de que Aphato quede en las ruinas y miserias son cada vez más altas; el rugido ensordecedor y agudo que se oye desde las entrañas del suelo asusta a más de uno, pone en alerta a cada lagarto que se haya en el sitio, Dragua y Drachen se observan entre sí sorprendidos e incluso Balaur, a kilómetros de distancia llevando a la familia de Ivoh junto a William se estremece al reconocer que el Supremo Ancestral está llegando a hacerse presente ante la humanidad.

El grandísimo Chronos se está abriendo paso entre el tiempo y espacio para coronar al verdadero rey de las especies que deberían estar viviendo en paz, que la verdad sea reconocida ante cada persona que ha creído las crueles mentiras sobre el linaje real; pero el animal no puede inmiscuirse en las guerras del hombre, solo puede observar y aconsejar, para ello requiere que el protector de la sangre de oro emerja y cumpla con su destino, con su misión y es así como Haku llega sobrevolando con velocidad junto a su compañero que se sostiene de entre sus escamas.




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