Príncipe Desterrado.

Capítulo 16

Sylver

Entré al salón en silencio, cuidando de no alertar a Eros, pero sobre todo, intentando no despertar a Artemisa. Sé que fui yo quien le pidió que no regresara a la habitación, pero no pensé que la cama se sentiría repentinamente incomoda sin ella. Di varias vueltas, hasta cambié las sabanas por unas más suaves, aun así no pude quedarme tranquilo. La idea de tener a Artemisa lejos de mí...

Me senté con cuidado en la orilla del sofá, sonriendo ante la adorable vista de su rostro relajado, roncando levemente y su labios entreabiertos. Llevé mi mano a la comisura de sus labios, sin poder controlar la necesidad de sentir su piel, la acaricié, delineé el contorno de sus labios y subí a su mejilla.

No tengo ni idea si es la poción la que me hace ser tan necesitado de su presencia o si es la confianza, el cariño y la admiración hacia ella lo que me ha cautivado por completo. Veo en ella todo lo maravilloso, a la par que lo desastrosa, que puede ser y aun así, me parece la mujer más maravillosa del mundo entero. Ni una hechicera de sangre dorada puede compararse a Artemisa.

La vida es curiosa, pues un día pensaba que nunca podría tener un futuro con ella y ahora resulta que es mi esposa. Quisiera creer que fue el destino quien nos juntó y no nuestras madres... ¿Qué me impide creerlo? Si lo pienso con detenimiento, cuando la conocí me llamó la atención pero aun así, no fui detrás de ella y al principio la atracción no era muy grande, más bien se fue intensificando conforme pasaba más tiempo con ella y cuando conocí mas detalles de su vida, su familia, su ternura... Dios. Artemisa me conquistó por ser ella misma, porque vi el amor reflejado en ella, ese enorme amor que siente por su familia, algo que nunca pude sentir y en ese momento, fue en el que bajé mis defensas hacia ella. Porque una mujer con una mirada iluminada de amor y el corazón de oro puro con brillos mágicos, no puede lastimarme.

Me agaché hasta quedar a centímetros de sus labios, deseando poder demostrarle lo que me está haciendo sentir y hacer que ella se vuelva loca de amor por mí, al igual que yo estoy comenzando a enloquecer por ella. Acaricié su pequeña pero respingona nariz con la mía, sonriendo por el descubrimiento que yo solo hice. Es extraño... pero acogedor.

Besé su nariz con ternura, absteniéndome de besar sus labios sin su consentimiento. Quiero besar sus labios teniendo su consentimiento, cuando esté segura de que siente algo más que aprecio por mí. Y mi corazón quiso salir de mi pecho cuando un susurro salió de sus labios.

—Mi rey...

Mi reina.

Artemisa

Por alguna razón que desconozco, hoy amanecí más feliz que nunca. No es el mejor momento para lucir una enorme sonrisa pero no podía evitarlo.

Ni bien entró el sol por las cortinas, me levanté directo a la cocina. Ignorando el quejido de Eros porque estaba haciendo mucho ruido, saqué todo lo que necesitaba de la nevera, puse la cafetera a hacer un magnifico café colombiano y encendí la estufa, dispuesta a hacer el mejor desayuno que esta gente haya probado alguna vez.

—Te advierto que a Sylver no le gusta la comida casera —dijo Eros entre un bostezo, levantándose de la cama improvisada de sabanas.

—Pues tendrá que comer o aguantar hambre —respondí, cortando unos pedazos de cebolla y tomate, en la tabla de picar.

—Que terrible forma de querer conquistarlo —agarró un pedazo de tomate y se lo comió, hizo una mueca—. ¿Vas a envenenarnos, cierto?

Agarré una cuchara de madera y le golpeé en la mano cuando intentó agarrar más tomate.

—Deja que no hay mucho —agarré la tabla y eché el tomate y la cebolla a cocinar a fuego lento. El olor llenó de inmediato la cocina—. Ayúdame a sacar los huevos en un bol y a revolverlos, por favor.

Saqué un poco de pimienta del estante de arriba, teniendo que ponerme de puntillas para alcanzarlo y cuando creí que ya lo tendría, se cayó y rodó al fondo. Me volteé para pedirle a Eros que me ayudara y cuando lo vi, no pude evitar reír a carcajadas.

Estaba revolviendo los huevos con una cuchara... sin haberlo quebrado.

—¿Qué? ¡Nunca he cocinado algo que no sean sándwiches! —se excusó, avergonzado completamente.

Me sentí un poco mal por reírme pero es qua la escena fue muy graciosa. Y cuando escuché pasos acercarse, mi risa acabó. Inmediatamente mi buen humor fue remplazado por nerviosismo al ver a Sylver entrar a la cocina, con ropa nueva y unos pantalones con una blusa de mujer en la mano, imagino que para mí. Digo, no hay otra mujer aquí... espero.

Eros me guiñó el ojo antes de salir de la cocina, silbando por lo bajo. Ese hombre me encanta pero me hace enojar. Es un estilo de amor-odio.

—Creí que querrías tomar una ducha y ponerte algo mas cómodo —dijo rompiendo el silencio, poniéndome aun más nerviosa al escuchar su voz ronca y al ver que vuelve a ser el mismo, como si anoche nada hubiera pasado.

—Gracias.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.