Príncipe Desterrado.

Capítulo 26

Las campanas se escuchan a lo lejos, junto al comienzo de un nuevo día vienen las nuevas responsabilidades. Rodé en la enorme cama, chocándome contra el pecho desnudo de Sylver. Aún medio dormido, me apretó contra él, murmurando algo en voz baja. Sonreía como una tonta enamorada al acariciar su rostro y ver el anillo en mi dedo.

Tuve un momento de pánico, es algo completamente normal cuando estás abriéndote a nuevas experiencias. He estado enamorada antes, nunca después del accidente de mis padres. Es diferente amar cuando nunca has perdido nada; a amar después de haberte recuperado con dificultad de una perdida tan grande. Quedan temores y el dolor se vuelve la peor pesadilla.

No esperaba que Sylver fuera el primero en confesarse, creí que tendría que hacerlo yo algún día. Pero como siempre, me sorprendió con su lado romántico, ese que mantiene oculto ante los demás y que abre solo para mí. Por pequeños detalles como esos, es que sé que es un hombre especial.

—Deja de mirarme con ese rostro de hambrienta, Artemisa —dijo con la voz ronca.

—Tengo hambre, agotaste todas mis energías anoche —le dije en forma de reproche aun que claramente no me quejo de lo que pasó.

Abrió sus ojos y tuve que contener un gemido al verlos más resplandecientes que nunca. Podía verme reflejada en el azul de sus ojos, la suavidad con la que miraba estaba llena de amor y el rosa de mi anillo, se intensificó. Anoche descubrí que entre más amor hubiera entre ambos, el anillo brilla aun más. Es raro, completamente mágico y eso lo vuelve especial.

Somos una pareja especial, en ocasiones rara y problemática. Lo que hemos tenido que superar para estar aquí es digno de una historia de fantasía romántica.

—Una pena porque pensaba continuar —besó mi nariz antes de bajar a mis labios—. ¿Quieres una comida rápida o...

—Quiero otra cosa, que sea lenta y romántica —susurré interrumpiéndolo. Tomándolo por sorpresa, lo empujé para que quedara acostado de espalda y yo me senté a horcadas sobre él. La sabana cayó a mi espalda, dejándome al desnudo frente a sus ojos.

—Podría acostumbrarme a este despertar por el resto de mi eternidad.

Pasado el almuerzo, nos dignamos a salir de la habitación sintiéndome mucho mejor que los días anteriores. Algo había cambiado en mí, en todos nosotros. El ambiente se sentía más tranquilo, mirábamos a los hechiceros socializar con los humanos y las amistades comenzaron a forjarse. No quise pensar en que tenían a Riley encerrado en un calabozo, interrogándolo para que confesara todos los planes y que nos diera información sobre los infiltrados. Horus está a cargo del interrogatorio así que no tenemos de que preocuparnos por el momento. Ya tendremos tiempo para las preocupaciones.

—Buenas tardes, majestades —nos saludó Nea, sonriendo con picardía—. ¿Disfrutaron la noche?

—¿Huelo a celos? —preguntó Sylver burlón. Nea golpeó su hombro, haciéndolo reír.

—Aclaramos eso cuando fuiste a nuestra casa, cuñado —levantó el dedo índice, moviendo de un lado a otro—. No me meto con los hombres de mi hermana.

—No hay Hombres —dijo él, remarcando la "s"—, el único hombre en su vida soy yo.

—Mira quién es el celoso —respondió ella riendo.

Los miré atentamente, feliz de que se lleven bien pero a la vez un poco incomoda. Siento que están hablando en claves y eso no me gusta. No son celos, es un simple malestar. Todos hemos sentido ese sentimiento de ser echada un poco de lado mientras dos amigas hablan sobre un acontecimiento al que no asististe, es incomodo a la par que molesto.

—¿Cuándo fuiste a nuestra casa? —pregunté interrumpiéndolos en medio de una broma. Ambos se quedaron en silencio, sin saber que responder— ¿Sylver?

Miró a Nea buscando ayuda pero esta dio media vuelta y se alejó, en dirección a Eros, quien parecía algo incomodo. Tengo entendido que Sylver tuvo que ordenarle a la guardia real que lo mantuviera observado, mas para calmar a los hechiceros que no lo conocen. Su reputación sigue siendo mala, sin importar que sea el amigo del nuevo rey.

—Tuve una conversación con Nea, en vuestra casa, después de que te fueras de la casa de Eros sin despedirte —me contó, algo nervioso. Es muy adorable...—. Fue un impulso. Estaba saliendo de la casa de Eros y cuando acordé, estaba tocando a puerta de vuestra casa, buscándote para al menos, poder despedirnos.

—Así que para ese entonces, ya te gustaba —pasé mis brazos por su cuello, atrayéndolo hacia mí.

—Supongo, no lo sé —respondió nervioso, balbuceando levemente. Sonreí a lo que él bufó—. ¿Estás poniéndome nervioso a propósito?




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