Príncipe Desterrado.

Capítulo 30

Artemisa

Agarré la mano de Sylver, intentando animarle un poco. No sabía que mas hacer, no todos los días tu madre aparece por obra de magia, lleno de sangre y con su hermano muerto a un lado. Los rumores ya se corrieron y los hechiceros están comenzando a impacientarse, la seguridad se intensificó y nos han obligado a mantenernos encerrados en nuestras habitaciones hasta que averigüen que pasó.

Entiendo que es el protocolo a seguir, lo mismo pasó cuando Sylver asesinó por accidente a ese niño. ¡Pero esto es absurdo! Somos adultos, podemos decidir que hacer por nuestra propia cuenta.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Ir y decirle "hola, padre"? —preguntó en un susurro.

—¿Es lo que quieres hacer? —observe atenta la expresión de Sylver. Lucía mas cansado que de costumbre y con su cabello plateado, daba la expresión de haber envejecido en unas pocas horas. Eso me recuerda...— ¿Qué edad tienes?

Me miró con el ceño fruncido, confundido por el repentino cambio de conversación.

—Veintiocho años —respondió. Se quedó mirándome unos segundos y luego sonrió—. Humanos. No soy un viejo con apariencia de joven, Artemisa, eso no funciona con nosotros.

—Solo quería asegurarme que estuviéramos... —ladeé la cabeza, sin saber porque pregunté—. Olvídalo, era más por curiosidad.

Pasé mis piernas por encima del reposabrazos del sofá y recosté mi cabeza en su hombro, respirando su loción. Lo único bueno de estar encerrados es que puedo pasar mi tiempo con Sylver, cómodos y calentitos al estar sentados en el sofá individual enfrente de la chimenea.

—Tengo el leve recuerdo de haber visto a mi padre en nuestra boda —dijo algo melancólico, perdiéndose entre las llamas que se movían suavemente, quemando la leña.

Es posible. Cuando lo vi en el pasillo, sentí una especie de "Deja Vu" aun que al principio creí que era por el parecido entre él y Sylver. Pero...siento que lo he visto mas de una sola vez.

—Si, creo que si —susurré, sin saber si debía contarle todo.

—Olvídalo, no voy a molestarte con mis tonterías —besó mi hombro y fue subiendo a mi mandíbula, hasta mi mejilla—. Podemos hacer mejores cosas en estos momentos.

Sonreí, aunque no me sentía muy cómoda ahora que la idea me ronda la cabeza. Si conozco a Aren, es posible que también haya conocido a Claire y que, por esa razón, ella apareció en mis sueños. ¿Qué tal si desarrollamos algún tipo de amistad y por eso haya acudido a mí?

—¿Qué piensas, amor? —me preguntó, acariciando mi mejilla.

—Muchas teorías que aun no puedo descifrar —sonreí de medio lado, besando sus labios con suavidad.

Quiero averiguar algo mas antes de contarle a Sylver y preocuparlo. Solo espero que no me tome mucho tiempo y que Claire esté bien...

—Chica inteligente, ¿quieres despejar la mente por unos minutos? —me preguntó, pasando sus manos debajo de mi camisa y acariciándome la espalda.

—Que sea por unas horas.

Estoy nerviosa, todo está tomando mas tiempo del que creí y no tenemos forma de hacer que las cosas salgan bien y de una forma rápida. Entrenar a un ejercito no es fácil, especialmente cuando hay personas que nunca habían luchado antes. Aun que todos están trabajando duro, entrenando y aprendiendo, no seremos luchadores de la noche a la mañana.

Tengo muchas cosas rodando por mi mente: los humanos, los hechiceros, las vidas de esos brujos y brujas que han decidido cambiar, Claire, el padre de Sylver, Nea, Horus, Eros y nosotros. ¿Qué quedará cuando todo termine? ¿Quedaremos nosotros o todos caeremos? Por muy positiva que quiera ser, no puedo olvidarme de todo.

Me desperté lentamente, me sentía mas cansada y un poco aturdida. Una brisa me dio en el rostro y poco a poco, la luz me dio. Enfrente tenía la brisa del mar, unas rocas donde las olas chocaban y la arena caliente bajo mis descalzos pies. Cuando bajé la vista por mi cuerpo, pude ver que esta vez era yo.

Al ver la torre en mal estado frente a mí, pude observar una ventana, donde un rostro asomaba de entre los barrotes de la ventana.

"—Artemisa..."

Escuchaba su voz en mi cabeza, tenia miedo y estaba muy débil.

—Claire —susurré.

En un segundo, una figura masculina apareció frente a mí, a tan solo unos pocos pasos. Su bata blanca se movía con el fresco viento del mar, la arena bajo sus pies se movía en pequeños círculos, como huracanes pequeños y cuando volteó, contuve el aliento.

Nea dice que los hechiceros son atractivos, la mayoría si lo son, pero este hechicero era atractivo cuando no lucia como un doctor psicópata con la bata blanca llena de sangre.

—Reina, Reina —canturreó, sonriendo perversamente—. Si no estuvieras casada, ya te hubiera hecho mía o te hubiera matado para que Sylver pasara su miserable vida solo —dio un paso hacia mi y yo retrocedí asqueada más que por miedo—. ¿No te parece muy egoísta de su parte obligarte a tenerte atada? Llevarte a la muerte por un capricho de sus madres, que triste.




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