Príncipe enemigo

UNO.

Anahía.

Desde que tengo uso de razón me han dicho que ser princesa es un honor y una rigurosa labor. Vestidos elegantes, fiestas rígidas. Mucho poder y privilegios. Y, sobre todo, guerras guiadas por hombres obsesos de poder y demasiadas muertes.

Esdaney es uno de los reinos que siguen a flote y sobreviven a la terrible sed de poder de los Cressedents, quienes se han apropiado de más de cinco naciones, convirtiéndose en el reino más grande, agresivo, futurista y adinerado. No obstante, el hecho de ser una nación con las mejores bases militares y guardias civil de la región nos ha permitido sobrevivir durante la larga guerra. Nuestros hombres son conocidos por no tener miedo a enfrentarse a la muerte, y eso, ha causado que nuestro reino siga con vida.

—Alteza—, escucho la voz de Sheila, mi doncella, ingresar a mi alcoba con el vestido que le había pedido con anterioridad —, logré conseguir que Luigi restaure su vestido favorito.

Sonreí a través del espejo colocándome de pies y caminando hacia ella aun con la bata de baño cubriendo mi cuerpo.

—¿Te he dicho antes cuanto te aprecio? —. Pregunto tomando los pliegues de la falda larga del vestido veraniego en tono cerezo que tanto adoro usar.

—Muchas veces, alteza—, sonríe—, eso no quiere decir que no me guste escucharla repetirlo.

Me reí, tomando la prenda con emoción y caminando al vestidor para desnudarme y vestirme con rapidez ya que, este vestido libre de corsé me da la libertad de vestirme sin ayuda.

Para cuando he culminado mi tarea, Sheila ya ha preparado una serie de accesorios con los que puedo acompañar mi atuendo, que van desde un collar de perlas blancas, un brazalete de oro lizo con un pequeño dije en forma de flecha, el cual fue un obsequio de mi hermano Adal, el príncipe heredero al trono de Esdaney.

Cuando el obsequio me fue entregado lo amé, sabíamos que esto podía poner en riego el riguroso secreto que mi cómplice hermano y yo hemos estado guardando de nuestros padres por demasiados años. Sin embargo, eso no me ha quitado el deleite cada vez que lo uso.

Sheila me ayuda a ajustar las sandalias altas en color dorado, regalándome algunos centímetros de altura. Coloca una serie de anillos en seis de mis dedos para culminar en colocar la diadema de oro que hace notar mi título real.

—Alteza—, escucho la voz de Marco, mi guardia tocar la puerta—, el desayuno ya está servido.

—Dame unos minutos, por favor—, alego acercándome a mi tocador para aplicar en mis muñecas y cuello un poco de perfume.

Respiro profundo mientras Sheila termina de acomodar mi cabello y aplicar algo de tintura sobre mis mejillas y labios, para luego asentir con entusiasmo y alejarse para permitir que observe mi figura reflejada en el espejo. Observo que el maquillaje este al tono que me gusta y sin esperar más salgo de mi alcoba topándome con mi guardia y amigo de toda la vida, quien me regala una breve reverencia para luego escoltarme al comedor principal del castillo.

El castillo de la familia real es una ambigua estructura de piedra, con paredes altas y pasillos largos y amplios. Elegantemente decorada gracias a los dotes de madre para la decoración. En el salón principal, frente a las dos escaleras de concreto, una posicionada del lado derecho y la otra del izquierdo, creando un relieve semicircular.

El color blanco, rojo, negro y dorado son los prominentes en este sitio, representado los colores de nuestra bandera. Sobre todo, los tres últimos.

—Buenos días—, saludo al ingresar al comedor dirigiéndome a mi silla de siempre para dejarme caer en esta.

—Lo lamento—, escucho a mi hermano pronunciar en un susurro llamando mi atención.

—¿Qué lamentas? —. Respondo en el mismo tono inclinándome hacia él para poder escucharlo mejor.

—Ana—, escucho la voz de madre.

La reina Elizabeth III Eddoumi, Beth para padre. Respetada por su pueblo por su corazón bondadoso y su alma piadosa. Incluso, cuando conmigo es todo lo contrario, por su parte ella espera que me case pronto para ayudar a padre a conseguir alianzas, y lleva años protestando por la decisión de padre en darme la libertad de decidir a mi futuro marido, lo cual, hemos elaborado un trato donde tengo que asistir a toda fiesta de la alta sociedad ya que, allí es donde se podría conseguir un buen partido, o esas fueron las palabras de madre.

—Hoy es un gran día—, asegura madre con voz alegre tomando la mano de padre mirándolo con ojos brillantes.

—Oh no, madre, no me digas que estás embarazada otra vez—, comento con voz asqueada.

—Oye—, escucho la queja de Aldan. Denominado gemelo número dos.

—Nosotros también te queremos, hermana—, comenta con sarcasmo Alatz, gemelo número uno.

—Voy a ignorar tu sarcasmo, demonio número uno—, apunto a Alatz con una sonrisa—, pero, no crean que se me olvida la broma del sapo en mi sanitario.

—La mejor decisión que hemos tomado—, asegura Aldan con una sonrisa orgullosa.

—Es mejor que detenga esa discusión—, reprende madre viendo que estaba a punto de responder.

Le dedico una mirada de advertencia a mis pequeños hermanos haciendo que ellos me saquen la lengua y unísonos tome su cubierto y comiencen a degustar del pichón en su plato.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.