Príncipe enemigo

TRES.

Anahía.

La fiesta transcurría con normalidad.

Brindis.

Más baile.

Mucha comida.

Y ya estaba agotada de esto.

Mi vista estaba posada en mis padres que no dejaban de hablar con los reyes enemigos. A la lejanía vi a Adal conversando con el conde Lehatine, y después estaba el par de demonios que estaban murmurando algo, haciéndome saber que una travesura grande estaba tramando.

Aprovechando que sobraba en la conversación aburrida de no sé qué, me alejé con rapidez caminando hacia el par de demonios de ocho años.

—Madre los enviará a la horca si arruinan la fiesta—, expresé sentándome a su lado llamando su atención.

—¿Y qué te hace creer que estamos tramando algo? —. Cuestiona Aldan cruzándose de brazos.

—Los conozco, par de demonios—, los señalo con el dedo paseando mi mirada del rostro de Alatz hasta el de Aldan—, todos sabemos que cuando están murmurando sin cesar significa que algo traman.

—¡Claro que no! —, Alatz niega con su cabeza—, seríamos incapaz de dañar tu fiesta de compromiso.

Sin poder evitarlo sale un gesto de asco de mi boca haciendo reír a los gemelos para luego contagiarme de su alegría.

Mis traviesos hermanos siempre logran alegrar mi día, sin importar que tan horrible haya sido, cinco minutos con este par hace que todo el peso de pertenecer a esta familia desaparezca, al menos, por unos minutos.

De pronto, Adal se sienta a mi lado y nos mira a los tres con una mirada acusadora para luego inclinarse hacia nosotros y susurrar.

—Lo que sea que estén planeando, me anoto.

—¿Escape en masa? —, pregunta Alatz con una sonrisa.

—Escape Hatman Eddoumi—, aseguro colocándome de pies—, los veo en la zona de tiro dentro de diez minutos—, digo alejándome para caminar hacia la mesa de aperitivos para no levantar sospecha cuando mis tres hermanos desaparecen de la sala minutos después.

Con una sonrisa llevo un poco de pastel de chocolate hacia mi boca mientras miro hacia la zona donde siguen conversando los reyes y el príncipe, el cual me dedica una mirada antes de dirigir su atención a mi padre para contestar lo que sea que haya dicho.

Con cuidado dejo el plato sobre la mesa y saboreando la última cucharada de pastel, me alejo de la mesa para caminar a paso apresurado hacia la puerta, huyendo de Marco que sé que no tardará demasiado en encontrarme.

Mis pisadas resuenan por el pasillo desolado haciendo que mi corazón galope en sincronía. El aire frío de la noche estrellada causa que mi piel se erice y los pequeños mechones de mi cabello castaño claro se mesa por doquier.

Para cuando llego al camino de piedra que da hacia la zona de tiro, la luna alumbra el camino, el olor a tierra húmeda llega a mis fosas nasales haciéndome detener por unos minutos a apreciar el momento de soledad.

Con delicadeza tomo la parte inferior de mi vestido para evitar que este se humedezca. Y así empezar a caminar hacia el punto de reunión.

La zona de tiro es un área alejada de las mesas de campo de madre. Está prácticamente escondida por una serie de arbustos cortados perfectamente.

Es un espacio amplio con suelo de cemento, las dianas y muñecos de práctica están ubicados de forma segura, la intención es evitar una lesión durante los entrenamientos. En zonas estratégicas están posadas una serie de arbustos altos con la intención de servir de pared de protección.

—¿Chicos? —, llamé.

El lugar estaba desolado haciendo que mi corazón se acelere por la expectativa, con cuidado tomé el arco y el carcaj con flecha de punta de hule. La intención es notificar que tu flecha a golpeado un objeto, y sí, la goma lastimará la piel si logran darte, y con eso supe el juego que mis hermanos y yo jugaríamos por última vez.

Con una sonrisa en mis labios, ubico el carcaj en mi espalda y desenvaino una flecha para colocarla en el arco con rapidez deshaciéndome de mis zapatos de tacón que me quitan ventaja, y empezando a caminar por la región.

A la lejanía logro divisar algo moviéndose haciendo que tense la cuerda del arco con agilidad y de dos pasos hacia el objetivo para luego, soltar la flecha sacándole un aullido de dolor a Aldan cuando esta impacta en su trasero.

Mi carcajada larga invadió el lugar haciendo que me esconda detrás de un arbusto decorativo para evitar que me hieran.

—Eso me dolió, An—, grita mi hermanito pataleando.

Lo escucho caminar hacia la zona de penitencia, donde sabe que no puede salir hasta que el juego termine.

—Eso te pasa por traidor—, alego.

—Nunca te he traicionado—, regresa él.

—Todos ustedes lo hicieron—, aseguré sacando mi cabeza cuando escuché pequeños pasos correteando hacia mi izquierda, sabiendo que Alatz se estaba moviendo—, me vendieron.

—Jamás hicimos eso—, escucho a lo lejos a Adal a la lejanía—, esto fue necesario.

—Y una mierda, Adal—, vociferé saliendo de mi escondite cuando vi a Alatz correr hacia otro arbusto.




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