Príncipe enemigo

CUATRO.

Anahía.

Al momento en que ingresé al castillo solté mi vestido dándome cuenta que había dejado mis tacones tirados en la zona de tiro.

—Alteza—, Marco trotó hacia mí—, la familia real de Cressedent la está buscando.

—Me disculpo, estaba en el jardín tomando aire—, pronuncié con voz cansina evitando la mirada del militar de guerra.

—Sígame por acá, alteza, están esperando por usted.

Sin decir nada seguí a Marco a la entrada principal del castillo donde esperaban tres carruajes enormes y elegantes. Que sé que pertenecen a nuestro reino, supongo que nos escoltarán a la frontera.

Me dirijo a la tercera, aun siendo escoltada por Marco, que abre la puerta para mí extendiéndome la mano para que pueda subir.

—No permita que las decisiones de tercero la afecten—, aconsejó—, es fuerte, An, no dude eso. Y cuando esté en el reino enemigo, hágale saber a todos ellos quién es realmente. No permita que la dobleguen, pudo contra la reina Elizabeth, podrá con un grupo de ricos estirados.

Reí mientras ingresé al carruaje dándome cuenta que estaba sola. Ahora comprendo las palabras de mi viejo amigo.

Lo veo regalarme una reverencia antes de que el paje cierre la puerta y él se aleje. Me dediqué a mirar por la apertura del carruaje fijando mi atención en las hojas de los árboles que se movían de un lado a otro sin cesar.

Sé que no debe de faltar mucho para que empiecen las lluvias. Y debo de admitir que es una de mis épocas favoritas, porque madre está tan ocupada con padre por asuntos del reino que nos dejan mayor flexibilidad para hacer de las nuestras. Adal, Alatz, Aldan y yo siempre nos colamos en la cocina y nos robamos las tortas de chocolate de Sasha, el cocinero real. Que, a estos puntos de nuestras vidas, sé qué hace los postres para nosotros. Aunque nosotros seguimos diciendo que los robamos.

De pronto, la puerta se abrió una vez más permitiéndole al príncipe enemigo ingresar y sentarse en el asiento que está posado frente de mí. Lo veo extender algo hacia mí, lo cual llama mi atención por completo.

Sin poder evitarlo un sonido ahogado sale de mi boca cuando noto que me está extendiendo mis tacones. Haciéndome entender que él estuvo allí, en la zona de tiro. Y lo más probable es que escuchó todo lo que dijimos, lo que dije.

Con cuidado de no tocar sus dedos, tomo los zapatos para luego, inclinarme a acomodarlo en mis pies sucios. Mis manos estaban temblando sin cesar, haciendo que me demore más de lo debido. Causando que, una vez más, sienta las intensas ganas de llorar, que me seguiré reprimiendo porque me rehúso a dejarme ver derrotada por este grupo de desconocidos.

—No vale de nada—, pronuncia de la nada luego de un largo rato—, no vale la pena tener poder y privilegios si permites que otros te manipulen.

—Espero que sea más fácil hacerlo que decirlo.

—Y no lo es—, sus facciones estaban relajadas, su voz tenía una conjugación distinta, me está hablando como si hubiéramos sido amigos toda la vida—, solo nosotros tenemos el poder para decidir quién tiene el poder en nuestras vidas.

—El poder lo tiene las personas que amamos—, dije con pesar recordando la traición de Adal y padre.

—Y solo tú tienes el poder y el privilegio de decidir si has tenido suficiente de eso—, su comentario hace que lo mire a los ojos—, de ahora en adelante para el mundo, eres mi prometido, mi igual. Si hago algo que no sea de tu agrado házmelo saber a gritos o con una flecha de punta de hule si es necesario.

Asegura confirmando que sí estuvo allí y que logró escuchar nuestra conversación. Removiéndome en el asiento, aseguro con una sonrisa tímida.

—Eso es algo que está aquí.

—No importa, busca una forma de hacérmelo saber.

—¿Y por qué te importa tanto?, es decir, esto es un compromiso por conveniencia.

—Eso no indica que tenemos que vivir como enemigos—, afirma negando con su cabeza—, además detesto a las mujeres que siempre necesitan ser rescatadas.

—Estoy muy lejos de ser así.

—Créeme, lo sé.

El aire frío golpeaba mi rostro con brusquedad haciendo que me remueva por décima vez llamando la atención del príncipe de ojos verdes.

—Vas a congelarte—, dice rodándose hacia el borde izquierdo, donde se encuentra la ventana—, siéntate de este lado.

Quería reprochar. Mi mente estaba ideando comentarios sarcásticos y negativos, pero sé que tiene razón. Si seguía aquí sin nada para cubrirme iba a congelarme, mi piel estaba erizada por el frío, y sentía mis mejillas heladas.

Con un suspiro me desplazo hacia el lado que me dejó disponible, y estremeciéndome cuando el cambio de temperatura me alcanzó.

Siento a Nicholas moverse a mi lado, pero estaba más enfocada pasando mis palmas por mis brazos con la intención de entrar en calor.

—Ten—, dice Nicholas extendiendo el saco de su traje—, cuando entres en calor puedes regresármelo si quieres.

Comenta cuando lo veo con gesto desconfiado a la vez que detuve mis acciones.

—Será por unos minutos—, digo tomando el saco para colocármelo con rapidez—, mi dios, el clima está demasiado frío.




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