Anahía.
—Del uno al diez que tan enfadado estás conmigo por invadir tu privacidad—, dije cuando lo siento detenerse a mi lado.
No me atrevo a mirarlo, así que fijo mi vista en los árboles meneándose por el viento, a los patos nadando en el lago, y al perro siendo perseguido por un sirviente.
—Cero—, dice, y casi hace que lo mire. Casi—, es mi culpa. Le dije a mis guardias que tenías la libertad de entrar en mi alcoba sin la necesidad de ser anunciada—, confiesa—, estoy acostumbrado a dejar el baño completamente desnudo, y por unos minutos había olvidado que vendrías. Me disculpo si te incomodé.
No pude evitar reír por la ironía del asunto. Siento que Nicholas fija su atención en mí, siento cómo detalla mi rostro, y mi vestuario, como su mirada se frenó por más tiempo en mis pechos realzados por el escote del vestido y la flecha en el baye de mis senos también los vuelve atrayentes a la vista.
—No me incomodaste—, confesé sin dejar de mirar hacia adelante.
—Entonces, ¿por qué no me miras cuando me hablas, An?
—Porque me siento avergonzada—, miré mis manos y jugué con el anillo de compromiso con nerviosismo—, y no por lo que vi, Nick, lo juro.
—¿Entonces?
Me limito a negar con mi cabeza siendo incapaz de pronunciarlo. Porque, como le explico las sensaciones de mi cuerpo sin parecer estúpida y necesitada.
—¿No puedes decírmelo o no sabes cómo hacerlo?
Inquiere acercándose a mí, para poder susurrar.
—La segunda—, dije con una sonrisa avergonzada aun mirando el anillo en mi dedo.
—Entiendo—, coloca una mano en mi espalda y con la otra toma mi mentón para hacer que lo mire.
Su piel morena se veía estupenda bajo la luz del sol. Su cabello negro rizado, la humedad causaba que pequeños rizos cayeran sobre su frente de forma grácil haciéndolo ver más accesible. Y, completamente apuesto.
Miré sus labios por unos minutos que me parecieron eternos. Lo escucho producir un sonido parecido a un gruñido ronco, haciéndome saber que me descubrió.
—Por favor, no lo digas—, pedí mirándolo a los ojos unos segundos para luego cerrar los míos con fuerza sintiendo cómo la vergüenza me invade.
Su mano dejo mi mentón para luego, jalarme hacia su torso y envolverme en un abrazo, me permito esconder mi rostro en su pecho. Huelo la fragancia que desprende la prenda, es varonil y elegante, justo como él lo es.
Coloco mis palmas en su espalda ancha afincando mis dedos en la tela cuando siento que mete su mano entre mi cabello y coloca su mentón sobre mi cabeza, no sin antes depositar un beso casto.
—Traje algo para ti—, dije saliendo de mi escondite.
Nicholas deshace el abrazo para darme espacio. Sintiéndome más calmada y con el corazón acelerado tomo el libro entre mis manos y se lo extiendo al príncipe enemigo.
El cual, toma el libro con curiosidad para luego abrirlo. Vi sus ojos abrirse con sorpresa para luego dedicarme una mirada curiosa.
—Prometimos que no tendríamos secretos, y que nos daríamos la oportunidad de conocernos—, dije colocando un mechón de mi cabello detrás de oreja con nerviosismo—, mi nación y yo somos una, así que, considero necesario que conozcas nuestras leyes para que sepas con quién estás lidiando realmente.
Lo veo asentir para luego volver a mirar el libro abierto en sus manos.
—Si es así—, veo cómo cierra el libro y lo deja sobre la mesa para luego entrar a su alcoba con pasos acelerados para luego regresar, minutos después con un libro entre las suyas—, tenemos que estar a mano.
Extiende el libro hacía mí, y lo abro con expectación para toparme con la constitución del reino enemigo.
Y supe con esto, que Nicholas y yo nos estábamos guiando a un mundo donde la fragilidad y la confianza plena es la cúspide de todo.
Almorzamos en un silencio cómodo. Nos mirábamos de vez en cuando y alejábamos la mirada cuando nos atrapábamos en el momento para luego sonreír.
Después de ello, me coloqué de pies y me retiré a mi habitación para poder empezar a arreglarme para la fiesta de compromiso.
Abrigué mi cuerpo con mi segundo vestido de la venganza, este siendo mucho más atrevido que el anterior. Era una pieza en mangas largas, en color verde pasto con diseños en dorados. La parte superior tenía un escote largo en forma de diamante donde la punta superior se unía al cuello grueso del vestido, y la inferior a la falda que comenzaba a la altura de mi ombligo y terminaba en mis pies. Del lado derecho, tenía una apertura larga que llegaba a mi cadera, dejando ver la piel de esas zonas, demostrando que debajo no llevaba nada para cubrir mis zonas íntimas.
Coloco en su sitio mis accesorios de siempre, esta vez, solamente dejando uno en mi mano izquierda, el de compromiso. En mi dedo anular de mi extensión derecha coloqué el anillo de mi reino, en el índice uno en forma de flor que me obsequió madre el año pasado y en mi pulga coloqué una banda en forma de enredaderas que padre me dio, asegurando que ese me definía.
Por último, me pongo mis tacones en color dorado y así culminar aplicando un poco de crema sobre mi palma para luego subir mi pierna izquierda sobre la silla de mi tocador y cubrirla con ella, y luego, repetir mis acciones con la derecha. Coloco la corona sobre mi cabeza y no pude evitar detenerme a admirar la imagen que me devolvía el espejo. El porte, y la seguridad que me inculcaron desde niña que debía de mostrar.
Editado: 16.09.2025