Anahía.
Es irónica la forma en la que un espacio tan amplio como un castillo podía sentirse como un lugar pequeño cuando el dolor te estaba abordando de formas monumentales.
Dolía, maldición.
Dolía tanto que sentía como una avalancha me estaba arrastrando hacia una bahía solitaria que no creí regresar con tanta rapidez.
Estaba corriendo.
Ni siquiera noté cuando empecé a hacerlo, pero, estaba corriendo por el pasillo, escuchaba como todos estaban murmurando, observándome, juzgando, señalando, sé que lucía como una demente, sollozando tan fuerte que mi cuerpo se estaba estremeciendo. Mis pies tropezaron con la tela voluminosa del nuevo vestido que estaba usando, tomé los pliegues con velocidad a la vez que llevé mi mano desocupada a mi boca en un intento fallido de acallar mis sollozos.
A la lejanía lograba escuchar unos pasos siguiéndome a la vez que Nicholas me llamaba sin parar.
Pero, simplemente, no podía detenerme. Corría como si mi vida dependiera de eso.
Y lo hacía.
Necesitaba aire.
Lo necesitaba con urgencia, tenía que salir de allí.
Sintiéndome desesperada, llegué a la puerta que daba hacia el patio trasero y la abrí con brusquedad para seguir con mi carrera. De pronto, mis pies se enredaron con la tela de mi vestido una vez más, haciéndome tropezar lo suficientemente fuerte causando que mi tacón se enterrara con dureza en el pasto a la vez que mis piernas me fallaron y así fue como me fui de espalda y caí sobre el pasto con rudeza.
Sintiéndome como un animal enjaulado y herido me coloqué de rodillas mientras que mi llanto se incrementó llamando la atención de los jardineros que se acercaron a ayudarme.
—No, aléjense—, demandó Nicholas a mi espalda haciendo que lleve mis manos a mis ojos para poder cubrirlo cuando comencé a llorar sin parar.
—No, no, no me toques—, le dije arrastrándome por el pasto cuando hizo ademán de tomarme por los brazos para colocarme de pies, sabía que lucía como una demente, pero, en estos momentos era lo que menos me importaba—, ¿por qué?
Lo miré a los ojos encontrándomelo con un gesto adolorido. Como si le doliera verme de esta manera. Como si finalmente comprendiera que esta mentira sembró una semilla de incertidumbre en nuestra relación.
—Ese día, en el campo de tiro me escuchaste nombrarlo—, empecé con mis ojos posados en mis manos sobre el pasto—, para nadie era una sorpresa nuestro compromiso. Pero, aun así, jamás te atreviste tener el valor de decirme la verdad.
Me coloqué de pies con movimientos temblorosos. Caminé hacia él y lo empujé con fuerza para después golpear su pecho con mis puños.
Mi llanto hacía que mi cuerpo se estremeciera, había llegado a mi quiebre.
—Después de lo que hicimos—, mi voz se quebró—, tú ni quiera pudiste decirme la verdad, dejaste que alguien más. Alguien que te dije que consideraba repulsivo me lo confesara—. Con ira pasé mis manos por mi rostro eliminando la humedad dejada por las lágrimas a la vez que le pregunté con ferocidad—, ¿Esto es lo que nos espera, Nicholas?, secretos y mentiras.
—Déjame contarte mi versión—. Pidió juntando sus palmas, suplicando—. Déjame decirte cómo es que fueron las cosas realmente, Ana, sé que estás herida, sé que fui un imbécil. Y lo lamento, Ana, pero, por favor—, su voz se quebró un poco—, permíteme el privilegio de no sacarme de tu vida. Solo, regálame un momento para escucharme.
—No—, grité a la vez que lo señalé con mi dedo índice, dejando que mi voz se cargue con la ira y decepción que sentía—, ahora no quiero escucharte, Nicholas. Te conté cuánto me dolió perderlo. Te conté cómo me dolió dejarlo abandonado, pero si no lo hacía moriría. Lo lloré contigo, y jamás me lo dijiste.
Me alejé de él con un gesto de asco que lo hizo dar un paso hacia atrás con verdadera inseguridad reflejada en sus facciones. Volví a dejarme caer sobre el pasto sin importarme que esto hiciera que me viera lastimera o incluso indefensa, porque así me sentía.
Me sentía traicionada y lastimada.
—No quiero escucharte por ahora, Nicholas—. Lloré tapando mi rostro—, necesito espacio.
—Entiendo, Ana—, lo escucho pronunciar con voz cansina—, aunque tendremos que hablar en su momento, sé que lo arruiné. Pero, así son las relaciones, uno se equivoca, lo acepta, acepta las consecuencias de sus acciones y busca la forma de no repetir las cosas—. Aseguró—. Y, para tu mala suerte, no podemos escapar de este matrimonio.
—Ya lo sé—. Grité con frustración—, ¿Crees que no he pensado en todas las probabilidades?, señor, sé lo que esto significa. Sé que sin importar qué, esto—, nos señalé—, es algo de lo que quiero escapar. ¿Crees que no he pensado en las posibles consecuencias de todo el plan de mierda para conservar algo de perseverancia? —. Alcé mis brazos a la vez que reí con desgana—. Lo he hecho, Nicholas, lo he hecho tanto. Desde que lo supe, lo hice. Lo hice cuando te plantee el plan que podría arruinarme a la vista de mi nación. Lo hice cuando te dejé entrar, cuando te permití el maldito privilegio de ver a través de todos mis muros de concreto, pero, a diferencia de ti, yo sí tengo principios, y honestamente, me siento estúpida porque te creí—, me reí. Me reí de mí misma por mi inocencia. Por creer que él realmente estaba interesado en mí, en lo que quería, en lo que necesitaba—, te creí cuando me dijiste que lo querías hacer funcionar.
Editado: 23.08.2025