Nicholas.
—Padre, tienes que hacerlo entrar en razón, esto es una locura—, pedí con desespero—, su idea nos llevará a una masacre. Lo sabes.
—Es tu hermano de quién estamos hablando—, dijo él meneando la mano—, él siempre tiene excelentes ideas. Además, estás contradiciendo a tu futuro rey.
—¡Es un suicidio! —. Grité plantando un golpe al escritorio de la oficina—. Nieran nos está llevando al maldito suicidio.
—Cuida tu maldito tono—, advirtió colocándose de pies imitando mis acciones—, no olvides a quién te diriges.
—Entonces, usa tu corana para algo positivo, padre—, gruñí.
Mi padre golpeó la madera con tanta fuerza que me hizo dar un paso atrás con sorpresa, lo observo rodear el escritorio con pasos grandes a la vez que alzó su puño y lo estrelló en mi rostro.
A mi espalda, la puerta se abrió.
—¿Qué está pasando? —, inquiere saber madre ingresando al despacho—, sus gritos se escuchan por todo el pasillo.
—Tú estúpido y débil hijo ha olvidado quién carajo es su padre.
—Quizá soy estúpido desde tu punto de vista, padre, pero estoy demasiado lejos de ser débil y eso el pueblo entero lo sabe.
Sin más me alejé y pasé por el lado de madre con velocidad y dejé la habitación para así irme a preparar para el maldito suicidio en masa que nos está dirigiendo el imbécil de mi hermano.
Regresé al castillo aun sintiendo mis extremidades temblar con vehemencia. Mi corazón latiendo a un compás desenfrenado. Con un sonoro suspiro cerré mis ojos pegando mi frente de la pared de concreto por unos segundos para así poder despejar mi mente y volver a encerrar mis emociones dentro de la caja mental que me cree hace años para poder lidiar con todo.
Mi mente no podía dejar de reproducir la imagen de Ana en ese estado. Mi corazón se sentía estrujado y hecho tirones.
Sé que lo arruiné de formas magistrales. Pero, si Ana necesita espacio para procesar esto, entonces, que así sea. Que se tome todo el tiempo del mundo para hacerlo, yo esperaré a que ella esté lista.
—Alteza, el rey lo está esperando en el comedor para comenzar con las negociaciones con el rey de Barmoesia—, escucho la voz de Gendry, el consejero de padre y uno de mis más grandes amigos dentro del castillo.
—Voy—, pronuncié con cansancio alejándome de la pared para poder encararlo, lo observo por unos minutos para luego arreglar mi traje y respirar profundo para así erguir mi cuerpo y volver a la piel del príncipe heredero y distante que todo el mundo conoce.
Sin más comencé a caminar por el pasillo con rostro distante.
—Ella lo quiere, alteza—, dice Gendry en voz baja caminando a mi lado—, solo que, no esperó esta clase de sorpresa.
—Ya lo sé—, lo miré por unos cortos segundos mostrándole la frustración que estaba sintiendo—, ya lo sé, maldición y también sé que Wonfrick lo hizo para sembrar una semilla de destrucción entre nosotros.
—Entonces, no permita que gane, alteza, ella lo quiere, y usted también la quiere. El amor siempre gana.
—Que cursi me saliste, Gendry—, pronuncié con una vaga sonrisa sintiendo como mi corazón se hinchó con una alegría particular.
—Eso siempre lo hemos sabido, alteza—, el hombre mueve sus hombros con despreocupación—, pero, mi trabajo como consejero es mostrar y dar a conocer la verdad. Y todos sabemos que el rey de Barmoesia es alguien calculador. Permítale a la princesa Anahía lidiar con sus emociones, ella como usted, tiene demasiadas cosas encerradas. Y es su forma de autoprotegerse del dolor de vivir en la vida de la realeza. Ustedes no tienen permitido tener emociones porque eso los hace ver débiles.
—Ana en sí, ha crecido toda su vida escuchando lo que una mujer de alta cuna debe de ser. Le tocó aprender a ser fuerte.
—Entonces sabe que va a sobrevivir a este golpe. Usted sabe que es una mujer de armas a tomar, solo déjela hacer las cosas a su manera, y cuando se sienta bien, vendrá a usted—, el coloca una mano en la manija de la puerta para luego asegurar antes de abrir la puerta—, además, no se sorprenda si lo reprende lanzándole otra flecha mortal.
Reprimí la risa cuando mis ojos se posaron en mi padre y el rey calculador. En su rostro estaba plantada una sonrisa burlesca conocedora.
—Me disculpo por hacerlos esperar—, dije a nadie en particular tomando asiento—, comencemos a hablar de negocios.
—
Anahía.
Había perdido la cuenta del tiempo que me tomé para sollozar sin parar, solo sé que, nadie jamás se atrevió a acercarse a mí, menos cuando me coloqué de pies y con mis mejillas llenas de lágrimas caminé con mi mirada posada sobre el lago. Me dejé caer con cansancio en el suelo cerca de la orilla y me permití cerrar mis ojos y alzar mi rostro para que el sol me diera directo, coloqué mi palma abierta sobre el suelo permitiéndome hacer tierra.
Me permití suspirar para luego llenar mi pecho con grandes bocanadas de aire. Miré mis manos que se había ensuciado con la tierra del pasto así que, me incliné hacia adelante para limpiarla con el agua del lago. Luego, las sequé con la tela de mi vestido. Con otro respiro profundo me sequé las mejillas y me aventuré a buscar mi voluntad de hierro que me atreví a soltar.
Editado: 05.08.2025