Príncipe Oscuro 2

Capítulo 1

A pesar de las cortinas herméticamente cerradas que cubrían cada una de las ventanas de la habitación, los fuertes rayos solares conseguían colarse débilmente a través de la tela. Ella no necesitaba más, tan solo eso representaba un total suplicio. Aun de espaldas a la luz podía perfectamente intuir que se encontraban a media mañana. Por lo que, con hastío, intentó cubrirse aún más con el grueso edredón. Totalmente inútil.

Sin embargo, algo bueno de los humanos es sin duda su gran capacidad para adaptarse a las circunstancias, y ella, finalmente, consiguió hacerlo. Había logrado colocarse justo en el punto correcto en que su maltratada vista quedaba totalmente cubierta por las sombras. Lo próximo sería volver a reencontrarse con el sueño esquivo: juego de niños.

Y justo en ese momento, el peor posible, alguien tocó la puerta.

No quería ver a nadie. En los casi dos días que llevaba en casa había aprendido a abrazar la soledad como su mejor compañera. Ella no la engañaba, no la hería… aunque tampoco la consolaba. Por suerte esa era una labor destinada a sus sabanas, unas de las que, de ser posible, no volvería a salir. Había descubierto que el mundo exterior no tenía mucho más para ofrecerle.

Pero, a pesar de sus fuertes intentos por ignorar el llamado, quien quiera que estuviese del otro lado no parecía dispuesto a rendirse. Con cada segundo que pasaba los toques se hacían cada vez más fuertes. Casi prefería la no grata compañía a ese incesante sonido.

–¿Hija? –escuchó finalmente y sus sospechas fueron confirmadas –Traje algo de sopa. Sé que te encuentras mal, pero debes comer un poco, ayer no lo hiciste.

Conteniendo mil maldiciones, Erika se arrastró fuera de la cama y como una muñeca de trapo malamente caminó hacia la puerta. La cabeza le dolía horrores y el simple hecho de alzar la mano parecía un gasto de energía totalmente innecesario. Pero conocía a su madre y estaba segura de que, hasta que no la atendiera, no se iría.

–¡Madre de Dios! Hay que ver qué cara traes –exclamó doña Isabela penetrando como un bólido en la habitación a penas su hija consiguió abrirle.

Erika se encogió de hombro ante el veredicto y, con un portazo, devolvió la puerta a su estado natural. Si su madre lo decía debía tener razón. Aún no había tenido ocasión de mirarse al espejo, pero estaba segura de que su aspecto tenía que ser lamentable. Al menos así lo sentía.

–Hija estoy preocupada por ti –dijo la mujer esta vez con más calma dejando la sopa sobre la pequeña mesilla auxiliar a un lado de la cama –Desde que regresaste de Londres estás rarísima, temo que hayas podido pillar algún virus maligno o algo ¿Segura que no quieres acompañarme al médico?

Londres…

Si contara con algo de fuerza para ello se hubiera carcajeado allí mismo. Todavía recordaba aquel incómodo momento en que llegó a la puerta de su casa y se quedó estática pensando en que excusa podría justificar su extensa desaparición. Pero, con su vestido de baile y teniendo en cuenta lo histéricos que eran sus padres, las opciones escaseaban. Imaginó que la policía habría permanecido buscándola por tierra y mar, y que al llegar la tratarían como una especie de aparición. Pensó que su madre se echaría a sus brazos llorando desconsolada y que su padre viraría el rostro para esconder tanto su euforia como sus lágrimas.

No podía estar más equivocada.

Aunque algo decepcionante, tenía que agradecerle a Alistar lo previsor que fue. Tal y como le prometió en su momento se había encargado de todo y con respecto a su marcha no existía ningún cabo suelto. Al parecer el día posterior al “viaje” había aparecido en su habitación una nota que relataba lo harta que estaba de todo y su necesidad de tiempo para ella. Por supuesto, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido por aquel entonces a nadie le resultó rara la noticia.

Eso sí, apenas puso un pie en casa su madre no paró de preguntarle por aquel lugar en el que se había escondido. Ni siquiera sabía porque dijo “Londres” pero, en ese momento de tensión fue lo único que se le ocurrió. Justificar el vestido tampoco fue demasiado difícil, porque ¿Acaso no es súper común traerse algo de la tierra visitada? Un viaje en avión con traje claro de la época dorada de ese país acalló las protestas maternas. Con lo único que no quedó muy conforme fue con la negligencia de los trabajadores al perderle la maleta. Pero bueno… no será ni la primera ni la última vez que ocurra algo así.

–No –la joven negó con la cabeza mientras se dejaba caer en la cama nuevamente –Solo estoy algo cansada por el viaje, es todo.

Isabela frunció el ceño, pero no insistió y Erika sonrió interiormente, su madre era el tipo de persona que no repetía las cosas ni rogaba por ellas. Aunque en algo debía darle la razón: se sentía horrible. Desde que regresó de su “viaje” hasta ella misma era capaz de intuir que algo no andaba del todo bien. Se encontraba pálida, demacrada, con grandes bolsas bajo sus ojos y, aunque pudiera parecerlo, no era todo producto a la falta de sueño.

Porque ese era otro tema importante. Desde que regresó por alguna extraña razón no conseguía dormir. Sus noches eran asaltadas por violentas pesadillas donde ella era la principal protagonista y, en cada una de ellas, el destino que le aguardaba no solía ser de los mejores. Pocas veces conseguía recordar el sueño completo, en su mente solo quedaban pequeños vestigios de lo ocurrido. Pero si había algo que siempre se repetía sin falta: oscuridad, sangre, colmillos, muerte… y un intenso dolor. Aun se estremecía ante la sensación tan rara que tuvo la otra noche al despertarse gritando y bañada en sudor.

Maldito vampiro…

Lo odiaba, profundamente y con todo su ser. Sabía que Alistar era el culpable de cada uno de sus desvelos, ese monstruoso ser que había convertido su vida llena de luz en un pozo de oscuridad del que no se creía capaz de salir. Pero lo peor de todo es que llegó a gustarle, parecía increíble, pero, ahora se sentía más cómoda entre tinieblas. Quizás por eso todo le resultase tan vacío, quizás por eso no lograba encontrar su lugar en ese mundo al que tanto ansió volver en su momento.




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