Doblando la esquina y dejando detrás el ultimo rastro de luz, el joven casi se alegró. Cierto era que siempre le pareció algo extrema la poca luminosidad del castillo, pero a todo llega a acostumbrarse uno. Aun no entendía como una simple humana consiguió que su hermano, habiendo forjado su dura personalidad a través de siglos, cambiase tanto. Esa era la razón por la cual no podía alegrarse plenamente de las nuevas mejoras implantadas, a pesar de haberlas pedido el mismo en varias ocasiones.
Sin embargo, caminando a paso lento por el siniestro pasillo que debía conducirlo hasta la habitación de su hermano, se dio cuenta de que quizás no cambió tanto. La parte del castillo que abarcaba sus dominios particulares era lo único que aun permanecía sumido por completo en las sombras.
No obstante, su mente ahora era avasallada por algo más importante que la maldita iluminación. Estaba harto de esperar. Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad intentó en su momento seguir las ordenes, aceptar la poca información que le brindaban, pero todo tenía un límite y había llegado al suyo. Alguien le debía muchas explicaciones y él, como digno príncipe de Neisseria que aún era, pretendía exigirlas.
–¡Abrid la maldita puerta! –gritó quizás un poco más fuerte de lo que pretendía aporreando la dura madera con puño de acero, aunque… ¿Quién podía culparlo? Incluso para sus sagaces sentidos vampíricos la habitación parecía estar vacía, pero sabía que no era así, su instinto se lo decía.
Finalmente, luego de minutos que parecieron horas, la puerta se abrió con un chirrido espeluznante, como si alguien se hubiera ocupado de preparar una particular casa del terror. Mas el príncipe no era partidario de asustarse con trucos baratos, solo algo le producía verdadero pavor. Pero, mucho temía, eso era precisamente lo que le aguardaba en el interior de la estancia.
–¡Alteza! –exclamó con fingido asombro la voz melosa de la rubia que acababa de abrir la puerta, aunque francamente a él solo le pareció el molesto chillido de un ser inferior –No os esperaba por aquí…
–¿Dónde está? –exigió tajante.
La hermosa joven arqueó la ceja en un claro intento de hacerse la tonta y poco faltó para que Jordan terminara por perder la paciencia.
–Creo que no os comprendo…
El príncipe apretó los puños irritado ante la falsa sonrisa de la bruja, si por él fuera hace mucho se la hubiera borrado. Ella estaba en exceso perfecta, tan arreglada como cualquier joven que se prepara durante horas para una cita y por alguna razón eso solo conseguía enfurecerlo cada vez más.
–No juguéis con mi paciencia maldito engendro –amenazó con los dientes apretados mientras avanzaba un poco, intentando ver algo en el interior de la oscura habitación –¿Qué le habéis hecho?
–Si os réferis al príncipe heredero creo que lo buscáis en el lugar equivocado –Alissea contuvo un bostezo mientras abría un poco más la puerta, satisfaciendo la curiosidad del príncipe –Como podéis ver no está aquí.
–Oh… ¿es eso cierto? –Jordan embozo una sonrisa ladina, carente de emoción y, antes de que la bruja pudiera hacer nada por evitarlo, la tomó fuertemente de la barbilla, obligándola a mirarlo –¿Sin embargo porque tengo la fuerte sensación de que me estáis mintiendo?
–¿Es correcto que os toméis tantas atribuciones con vuestra futura cuñada? –lo pinchó Alissea quien, en lugar de alejarse del toque, solo se acercó aún más –Vuestro hermano podría enojarse.
–Se lo que estáis tramando… –rebatió el príncipe presionando aún más su agarre, sus ojos refulgían con un rojo intenso –Pero sabed que no lo permitiré. Alistar lleva días en paradero desconocido y vos os habéis instalado aquí alegando un supuesto acuerdo de matrimonial… –hizo una pausa como si lo meditara, para luego continuar –Lo he pensado ¿sabéis? Mucho, en realidad.
–¿Y habéis llegado a alguna conclusión? –indagó la rubia que, a pesar de la mueca de dolor, parecía feliz por algo.
–Mi hermano jamás aceptaría casarse con alguien como vos, eso lo tengo claro –Jordan negó con la cabeza –No sé qué fue, pero algo le hicisteis y por todos los demonios os prometo que lo averiguaré y os sacaré de aquí a patadas.
–No está mal alteza –Alissea, de forma brusca se desprendió del agarre del príncipe, quien se lo permitió sin mayores problemas –Pero ya que nos estamos sincerando permitidme deciros algo también.
–Soy todo oídos.
–Vuestro hermano, al que tengo el gusto de llamar “futuro marido”, ha aceptado este acuerdo por su propia voluntad, entendiendo las múltiples ventajas que traería un enlace de este tipo ¿En serio creéis que alguien sería capaz de obligarlo a nada? –la bruja negó con condescendencia, como si Jordan no fuera más que un niñato a quien hay que explicarle las cosas varias veces –Pero claro… –arrastró las palabras –No espero que vos lo entendáis, a fin de cuentas no sois más que el príncipe segundón, aquel a quien nunca toman en cuenta ¿no os da vergüenza vuestra propia inutilidad?
–¡Cuidado! –la interrumpió el vampiro intentando mantener la calma a pesar de la creciente furia –Segundón o no, sigo siendo el príncipe y, en ausencia de mi padre y hermano, soy vuestra máxima autoridad.
El ceño fruncido de Jordan hubiese bastado para hacer temblar a cualquiera, pero la bruja, en lugar de sentirse intimidada, solo estalló en potentes carcajadas, desconcertando al vampiro. Con gesto altanero se llevó una de sus perfectas uñas a los labios, mordiéndola ligeramente. Seguidamente, al borde de un colapso, realizó una ridícula reverencia.
–Y decidme “oh gran señor” ¿Acaso sabéis dónde están? –el príncipe apretó los puños y la bruja supo al instante que había tocado el punto sensible –Según vos Alistar está desaparecido y del rey Idan creo que tampoco sabéis nada hace un buen tiempo. Os encontráis tan desesperado que incluso acudís a mí en busca de ayuda ¿La presión os supera acaso?