Príncipe Oscuro 2

Capítulo 4

–¿Estas segura de querer volver?

–Por supuesto –respondió simplemente.

La morena bajó al instante su libro y observó a Erika con los ojos muy abiertos. La aludida solo se encogió de hombros.

–Mis vacaciones han terminado –explicó nuevamente, sin saber por qué se sentía con la necesidad de hacerlo –No veo motivo de seguir retrasando lo inevitable. Además, creo que me haría bien.

Camila asintió y volvió la atención a su libro con desinterés y la rubia frunció el ceño contrariada. Algo no parecía estar del todo bien con su compañera.

Pensó que, al regresar, ella sería la primera en hacer todo un escándalo y, precisamente por eso, había rehuido ese encuentro hasta el último momento. Sin embargo, la morena no parecía estarle haciendo el mas mínimo caso, sentía que llevaba horas compartiendo mesa con un aburrido zombi.

Y lo de zombi era literal por supuesto. Cuando la vio llegar por primera vez a ese pintoresco café en el que habían quedado, casi no pudo reconocerla. Su piel lucia mucho más pálida y amarillenta, como si no hubiese tomado el Sol en meses. Los ojos se presentaban hundidos y sin vida, carentes de su alegría usual y debajo los delimitaban unas profundas ojeras. Tenía la apariencia de quien no ha dormido en mucho, mucho tiempo ¿Se vio ella así de mal cuando enfermó?

–Creí que estabas enferma –comentó Camila ahogando un profundo bostezo –estuve llamando a tu casa, tu madre se oía bastante preocupada.

–Lo estuve –corrigió Erika y no era del todo mentira.

Una semana había pasado desde su encuentro con Leif y de su última crisis verdaderamente significativa. De ahí en adelante todo parecía haber mejorado bastante con su cuerpo. Ya no le daba fiebre y se sentía mucho más fortalecida, de hecho, se atrevería a decir que incluso más de lo normal. Los vómitos incesantes también pararon “casi” por completo.

Aunque no todo era color de rosas, aun existían cosas que seguían preocupándola pero que prefería callar a sus familiares. El hecho de que no pudiese comer nada, por ejemplo. Exceptuando pequeñas raciones de pollo y alguna que otra infusión, su estómago expulsaba cualquier otra cosa que intentase ingerir. Eso la volvía loca, tenía hambre, un hambre insaciable que no conseguía atenuar con nada, por mucho que lo intentara.

Otro punto importante era su atrofiada vista, tanto tiempo conviviendo en la oscuridad absoluta terminó por pasarle factura evidentemente. Pensó que, en unos pocos días, sus ojos terminarían por volver a acostumbrarse a la luz solar y dejarían de picarle con cada mínimo rayo, pero eso no ocurrió. Incluso ahora, después de tantos días, tenía que hacer uso de sus gafas de sol ultra oscuras para mitigar la molestia.

Fuera como fuere la verdad es que se encontraba muchísimo mejor y esas pequeñas nimiedades no harían que desistiera en su empeño. Había tomado una decisión y pensaba cumplirla al pie de la letra. Se sentía como una nueva y renovada Erika, lista para enfrentarse a todo aquel que siquiera intentase poner en peligro su tan ansiada normalidad.

–¿Cómo estuvo tu viaje? –siguió indagando Camila sin siquiera mirarla y Erika se preguntó si en verdad le interesaba la respuesta.

–Fue… interesante –no quería mentir, pero debía maquillar un poco ciertas verdades –Hice nuevos amigos, visité lugares que ni en sueños hubiera imaginado y… bueno… tuve alguna que otra emoción bastante fuerte.

Esto último pretendía ser un chiste por parte de la rubia, pero nadie rio y ella comenzó a impacientarse. No sabía por qué, pero, desde el momento en que llegó, se sentía inquieta.

–Cuanto me alegro –Camila la observó a través de sus gruesos anteojos y esta vez sí sonrió, más Erika no logró adivinar a que se refería ese brillo casi imperceptible que apareció en sus ojos.

En ese momento la conversación fue interrumpida por la presencia de la camarera quien, en silencio, se dedicó a depositar ambas ordenes sobre la mesa para seguidamente retirarse a la velocidad de un rayo. Erika frunció el ceño, parecía que hoy todos se encontraban un poco alterados en esta ciudad. Mas la molestia no le duró mucho, fue tan solo ver la taza de café humeante frente a sí para que una sonrisa asomara en su rostro. No recordaba la última vez que consiguió degustar de esa necesaria bebida en condiciones.

Tomó la taza de porcelana blanca en sus manos y estaba por darle un sorbo cuando un penetrante chillido la sobresaltó ligeramente. Sin embargo, contrario a ella, Camila si parecía haberse asustado de verdad por alguna razón desconocida. Blanca como el papel la morena miraba con los ojos abiertos al culpable del ruido y Erika se rio con ganas al notar su turbación.

–Por dios relájate –tranquilizó a su tensa amiga mientras centraba su atención en el inocente animalillo que se había acercado a pedir comida –Es tan solo un gato.

Camila detalló al animal y su cara poco a poco se fue poniendo roja producto a la vergüenza. Erika estaba intrigada ¿Por qué se encontraba tan susceptible?

–Tranquila –bromeó Erika nuevamente ante el mutismo de su amiga –Si lo prefieres a la próxima tomamos asiento dentro, definitivamente la terraza no es lugar para ti.

–No me gustan los gatos –respondió simplemente la morena con el rostro serio, quizás demasiado.

Con un encogimiento de hombros Erika se dedicó a observar al animal, el cual curiosamente se detuvo justo frente a su silla, como si inconscientemente supiera de la animadversión de Camila. Un suspiro escapó de sus labios al comprobar lo hermoso que era. Sin embargo, mientras más lo miraba, un nudo cada vez más grande se iba formando en su estómago, como si su conciencia le pidiera a gritos algo que no llegaba a comprender.

El gato era negro en su totalidad, con orejas grandes y ojos vivaces, tanto que incluso parecía entender lo que se hablaba en la mesa. Un estremecimiento recorrió a la rubia al detallar sus ojos con más cuidado, aunque pareciera increíble eran completamente rojos. Y no cualquier tono, eran de un rojo intenso y penetrante, uno que le que recordaba demasiado bien todo aquello que se estaba esforzando por olvidar…




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