Erika ahogó un bostezo y, con todas sus fuerzas, intentó nuevamente prestarle un mínimo de atención a la aburrida clase de matemáticas: cosa bastante difícil teniendo en cuenta que solo iban diez minutos y todavía faltaba una hora y media. Pero por supuesto, ese cansancio extremo no era en todo su culpa. En la noche había demasiadas cosas que le quitaban el sueño: tanto las reales como las irreales.
Y obvio que por irreales se refería a los horribles sueños que no paraban de atormentarla. Por mucho que se esforzaba no lograba encontrar una coherente explicación de por qué los tenía y, para su desgracia, eran cada vez más extraños.
Con un suspiró bajó la cabeza hacia su cuaderno de apuntes y ella misma se sorprendió por aquello que había escrito sin siquiera notarlo. Allí, circulado muchas veces con su lapicero azul, se encontraba un nombre: Quinella. Contrariada, cerró la libreta con un golpe seco.
Quinella…
Esa hermosa mujer de cabellos negros y ojos azules era la madre de Alistar, eso lo sabía ¿Pero por qué no dejaba de venir a su mente? Era como si su cabeza intentase construir retazos de la vida de la antigua reina y era en verdad ridículo ¡Ambas no tenían nada que ver!
Solo estaba segura de una cosa y era que algo se le escapaba. Es como si todas las respuestas estuviesen colocadas frente a sus ojos y ella no fuera capaz de verlas. Eso la volvía loca y era el culpable de sus frecuentes dolores de cabeza. Por eso la noche anterior por primera vez decidió dejarse llevar. Debía absorber lo más posible de la información que se le brindaba y, quizás así, podría terminar de resolver ese misterio y eliminar de su vida todo lo que tuviera que ver con Alistar.
Alistar…
Se frotó la cabeza con frustración, casi lo había olvidado. Con gesto casado abrió el cuaderno una vez más pero ahora centrando la atención en la lista que había hecho. Allí, en último lugar y con un gran número ocho al lado, se encontraba el nombre del vampiro. Al igual que anteriormente con Quinella, lo circuló varias veces.
Cerrando los ojos fuertemente intentó rememorar una vez más cada pequeña parte del sueño anterior, quizás aún hubiese algo que se le escapaba a su lista.
Se encontraba en un amplio y hermoso salón de baile, equipado con los más pomposos y costosos elementos. Ni siquiera le interesaba como había llegado allí, hacía mucho se dejó de preguntas absurdas. Su vista, casi en totalidad, era colapsada por los innumerables vestidos de cola que se desplazaban de un lado a otro de la estancia buscando pareja y la suave melodía de un violín inundaba el lugar.
–Quinella… –escuchó una voz a su lado y se volteó sorprendida hacia la chica que le hablaba con una sonrisa –¿Os encontráis bien? Parecéis ida.
Erika abrió los ojos desmesuradamente sin podérselo creer. La joven tenía un largo y sedoso cabello negro que caía en cascada por su espalda y un ceñido vestido de un profundo tono vino: era indudablemente hermosa. Pero lo impactante es que era la reina muerta, o en su defecto alguien exactamente igual. La única diferencia eran los ojos, los de Quinella eran de un hermoso azul mar y esta chica frente a ella los tenia de un verde esmeralda. De un tono curiosamente parecido a los suyos propios…
–S-solo me encuentro algo cansada –fue lo único que pudo contestar mientras sacaba su abanico para esconder su asombro.
–Dios hermana ¡no seáis aburrida! –se quejó la chica y Erika lo entendió al fin.
Hermana… ¿Cómo había podido olvidarlo? Ahora que lo recordaba Alistar le comentó algo al respecto, sobre la hermana gemela de su fallecida madre. Observó nuevamente la gran sonrisa de la chica y sintió como su pecho se encogía. Era tan hermosa y llena de vida que se le hacía imposible creer como alguien pudo hacerle tanto daño, como las llamas lograron terminar con su vida ¿Cómo se llamaba? La respuesta llego a su mente casi de inmediato.
–Alais –regañó, mas no era ella quien lo hacía y comprendió que la verdadera Quinella había tomado el mando de sus recuerdos –Por favor comportaros, solo debemos aguantar un poco más y ya pronto nos iremos.
–¡No quiero! –volvió a quejarse haciendo un mohín –¿Por qué nunca podemos permanecer más de cinco minutos? Recién llegamos.
Quinella suspiró con cansancio y arrastró a su hermana unos pasos hacia atrás, intentando librarse lo más posible de oídos indiscretos. Aunque nadie parecía estarles prestando la más mínima atención.
–Es peligroso –murmuró lo más bajo que pudo –Si venimos no es por diversión y lo sabéis bien. Yo n-…
El cuchichear repentino de las personas presentes ahogaron sus palabras y ambas hermanas se encontraron dirigiendo su atención sorprendidas a la gran puerta de entrada. Quinella se quedó de piedra y sintió como la respiración se le cortaba al detallar al hombre que acaba de entrar, deseando estar confundida.
El apuesto joven, por el contrario, parecía enfrascado en algún tipo de búsqueda pues sus ojos inquietos se movían por todo el salón, ignorando deliberadamente los suspiros de cada una de las damas. Una gigantesca sonrisa se formó en su rostro al dar con aquello que deseaba y, con paso firme y seguro, se acercó a las hermanas.
–Nos volvemos a encontrar hermosa doncella –saludó tomando la mano de Quinella y depositando un suave y elegante beso.
–¿Os conocéis? –preguntó Alais confundida y la sonrisa del aparente desconocido se ensanchó aún más.
–Él… este yo… veréis… –trastabilló Quinella visiblemente incómoda.
–Nos conocimos en un recital de música privado –explicó él con soltura y a la joven de ojos azules se le subieron los colores –Ambos compartimos la misma fascinación por tan bello arte.
Alais asintió sin estar demasiado convencida y volvió a abanicarse con aburrimiento, como dándole a entender al extraño caballero que era hora de marcharse. Pero él, de forma rápida y segura antes de que ninguna de las hermanas pudiese protestar, ya había arrastrado a la joven de su interés a la pista de baile.