Con una velocidad sobrehumana la mano de Alistar volvió a asirse al cuello de Erika, que ya presentaba algunos moretones, y la estampó con fuerza contra la pared del pequeño lugar.
El fuerte golpe en la cabeza dejó a la joven ligeramente desorientada, momento que aprovechó el vampiro para posicionarse encima de ella como una sombra oscura, colocándole una rodilla entre las piernas para impedir así cualquier tipo de movimiento. La puerta de la habitación había vuelto a cerrarse y la oscuridad que los envolvía era tan absoluta que, a pesar de tenerlo a poco menos de diez centímetros de distancia, a Erika se le dificultaba encontrarse con los ojos de su atacante.
Cualquiera que pasase por allí se encontraría una situación fácilmente malinterpretable, al final de cuentas solo parecían una amorosa pareja que se abrazaba en el frio suelo de ese sucio cuarto de la limpieza. Nadie siquiera imaginaria que uno de ellos solo intentaba acabar con el otro.
–Creo que he ganado el juego –repitió Alistar con suficiencia en un tono extremadamente bajo, a pesar de que solo se encontraran los dos.
–¿Y qué harás ahora? –la joven alzó la mirada con odio contenido, prácticamente escupiéndole las palabras en el rostro –¿Matarme?
Alistar la observó con una sonrisa divertida y se mantuvo en silencio, dando a entender su respuesta. El aire se sentía cada vez mas pesado entre ellos e incluso Erika era consiente del latido desbocado de su propio corazón. Los segundos eran como horas y el vampiro no parecía dispuesto a mover un solo músculo. Su mirada la taladraba tan fuerte que podía sentir su piel arder.
Los finos dedos de Erika acariciaban suavemente el largo palo de escoba que, antes por impacto, terminó soltando. Con sorpresa descubrió como yacía cortado por la mitad, dejando un extremo astillado y bastante puntiagudo. El vampiro no mostraba signos de haber notado ese pequeño detalle y la mente de la joven maquinaba sin parar ¿de verdad se atrevería de darse el caso? ¿funcionaria siquiera? Casi por inercia volvió a cerrar su puño sobre la madera sin un objetivo fijo. Quizás, solo quizás, lograse hacerle el daño suficiente para al menos escapar.
El rostro de Alistar no reflejó ni un atisbo de cambio, permanecía completamente imperturbable, como sino fuera consiente de aquello que ocurría frente a él. Lentamente levantó su mano llena de callosas cicatrices y la llevó a la mejilla de la joven, en un toque extremadamente ligero, casi como si le preocupara de repente hacer demasiada presión.
–¿Sabéis que no funcionará verdad? –dijo con voz suave, casi como si le molestara ese echo y, por tan solo un segundo, pareció el Alistar de siempre.
–Supongo que tendré que intentarlo –rebatió ella con una mueca a pesar de saber que él tenia razón, seria imposible tomarlo nunca por sorpresa.
Sin embargo siguió agarrando su improvisada arma con toda la fuerza de la que era capaz, con miedo de que él en cualquier momento se la arrebatara. Pero el vampiro ni siquiera se notaba interesado.
–¿Por qué siempre sois tan malditamente testaruda? –preguntó, pero más como si estuviera sosteniendo una conversación consigo mismo –¿Por qué nunca podéis obedecer? –trazó pequeños circulitos con su dedo sobre la piel desnuda de la joven –¿Por qué no os sometéis a mí?
–Seguir ordenes nunca ha sido mi fuerte –repuso Erika con una sonrisa amarga.
–Eso me consta –masculló él con tristeza.
–A-Alistar... –esta vez fue la joven quien alzó su mano libre hasta colocarla sobre el rostro del vampiro y, para su sorpresa él no realizó ningún gesto de rechazo –¿Qué te ha pasado?
–Y-yo... yo...
Erika observó anonadada como aquel poderoso y sanguinario príncipe se quedaba sin palabras ante una pregunta tan simple. La confusión era plenamente apreciable en sus ojos y por primera vez desde que se encontraron, se veia perdido. Y entonces ocurrió. Por una mínima fracción de segundo sus ojos regresaron a su color original, ese azul eléctrico que hacia tanto tiempo no veía. Pero, tan rápido como llegó, sus iris fueron absorbidos nuevamente por el intenso rojo y sus facciones se endurecieron.
Todo ocurrió tan deprisa que la joven incluso dudó de ese pequeño cambio, pero creía profundamente que lo había visto ocurrir. Así que, desesperada y viendo como estaba a punto de perderse nuevamente, hizo lo único en lo que pudo pesar.
En el momento en que se lanzó sobre el vampiro e hizo que sus labios chocaran estuvo preparada para cualquier reacción brusca de su parte. Es más, se convenció de que él la apartaría. Pero, contrario a eso, Alistar la sostuvo por la nuca, atrayéndola más hacia él y profundizando aquel improvisado beso.
Erika jadeó contra los labios del vampiro, dejándose llevar por un momento, por alguna razón llegó a olvidar lo bien que se sentía. Él la besaba con hambre, con ansias, no existía nada de ternura en la forma violenta en la que él parecía reclamar su boca, haciéndola perder el control que inicialmente creyó tener. Alistar la forzaba, marcaba el ritmo, la dirigía a aquel lugar que quería, poseyéndola por completo.
Ni siquiera parecía besarla.
La devoraba.
La mano libre del vampiro se dirigió a su cuello y comenzó a apretar, negándole el aire exterior, haciéndole entender que su oxigeno dependía únicamente de él, de lo que estuviera dispuesto a darle. Sus ojos rojos centelleaban con vida propia y la joven fue repentinamente consiente de cuan oscuro y peligroso en realidad era.
–Alistar... –clamó por aire pero él no pareció escucharla, perdido, como si Erika fuera aquella única droga que llevaba tiempo buscando.
Y ahí la joven, intentando mantener la cabeza fría a pesar de la oleada de sensaciones que se colaban a través de su piel, comprendió que quizás fuera esa su única oportunidad. Así que, antes de tomarse siquiera el tiempo para pensarlo bien, dirigió con fuerza su arma hacia el abdomen expuesto del vampiro al tiempo que cerraba los ojos.