Príncipe Oscuro 2

Capítulo 10

–Por favor decidme que no es cierto.

La femenina voz en extremo preocupada penetró los oídos de Erika y frunció el ceño, intentando adivinar a quien pertenecía. Algo le decía que la había escuchado antes.

–Lo siento... –se escuchó otra, bastante parecida a la primera –Se que esto os parecerá una locura, pero ya no hay vuelta atrás –la voz se quebró, como a punto de llorar –Estoy asustada... no sabía a quién más recurrir.

–¿Os dais cuenta de lo que habéis echo? –la primera persona parecía desesperada –¡Maldición Alais!

Ese nombre cayó encima de Erika como un balde de agua fría y, siguiendo sus propios instintos, sus ojos se abrieron al fin.

La habitación en la que se encontraba era pequeña y acogedora, con una tenue iluminación que proporcionaba la única ventana exterior del lugar, cubierta malamente con cortinas como para que nadie pudiese ser participe de lo que pasaba dentro. Del resto poco más se podía decir: una cama de estilo antiguo con gruesos cobertores ocupaba el centro del espacio y, frente a ella, un hermoso tocador a juego de madera reluciente. Además de eso, exceptuando algunos arcones donde suponía se guardaría la ropa y una chimenea con fuego apagado, el cuarto se hallaba vacío.

Aunque lo realmente interesante no era la decoración sino las dos jóvenes casi idénticas que discutían sin parar, una cómodamente sentada en el borde de la cama con los ojos cristalizados y la otra dando vueltas en círculos sin parar, nerviosa. La rubia las reconoció al instante. Pero, por primera vez desde que sus sueños empezaron, no era ella quien se encontraba en el cuerpo de Quinella, al parecer solo seria una espectadora inerte de ese recuerdo en el cual no tenía participación.

–No me arrepiento de mis acciones –Alais alzó la cabeza con convicción –Yo lo amo hermana... y estoy segura que cuando le diga será la persona mas feliz al igual que yo... –en ese momento la joven vaciló –El único problema es...

–Padre... –terminó Quinella por ella con gesto sombrío –Si lo descubre lo matará, al igual que a vos.

La joven de ojos verdes comenzó a llorar desconsoladamente llevándose ambas manos al rostro y Quinella, sin saber que hacer, se sentó a su lado para darle ánimos.

–¿Por qué Alais? –preguntó cansada –¿Por qué él de entre tanta gente? Solo había una maldita regla: mantener un perfil bajo –a medida que hablaba la voz de Quinella se iba elevando más y más –¡Y vos vais y os metéis con un soldado de la iglesia!

–¡Él no es como ellos! –gritó Alais mientras se ponía en pie como un resorte –Él me ama... hablará con padre y nos casaremos. Todo se arreglará...

–Padre jamás lo permitiría –sentenció la otra –¿O es que acaso lo olvidasteis? ¡Por culpa de ellos tuvimos que dejar nuestro antiguo hogar! –Quinella se puso en pie también y enfrentó a Alais que la miraba compungida –Nos persiguieron hasta aquí ¡Juraron matarnos! ¡Y vos estáis embarazada de uno!

–Pensé que vos, de entre todas las personas lo entenderíais –Alais habló en voz baja, con la decepción tiñendo sus palabras mientras se acariciaba el vientre con ambas manos –¿O acaso no sois quien se escapa todas las noches para veros con ese misterioso caballero?

–Eso es diferente –los labios de Quinella se contrajeron en una fina línea.

–¿En qué sentido hermana? –continuó Alais con saña –¿Acaso le habéis contado ya nuestro secreto? ¿Le habéis dicho el motivo por el cual debemos mantener un perfil bajo? ¿Por el cual la iglesia nos persigue?

La chica de ojos azules se mantuvo en silencio.

–No se lo habéis contado ¿verdad? –continuó la otra con una sonrisa macabra –Tanto decís que lo amáis y no lográis ser sincera con ese misero aspecto ¿Por qué no le contáis la verdad sobre nosotras de una vez?

–Y-yo... yo no...

–No lo haréis –aseguró la de ojos verdes –¿Y sabéis por qué? Porque de hacerlo ya no querría nada con vos, porque entonces os miraría como a un monstruo.

–¡Basta! –Quinella alzó la voz molesta, con los ojos chispeantes –No sabéis nada.

–Esa es la diferencia entre Charles y yo –Alais se pasó una mano por su negro cabello con irritación –Él sabe quién soy, conoce todos mis secretos y aun así me ama –entonces, con voz dura, sentenció –Vos nunca tendréis eso.

–¿De verdad creéis que él os ama? –rio sin gracia –Seguramente sólo os está utilizando y vos de tonta habéis caído en su juego.

Alais con el rostro crispado se dio media vuelta hacia la puerta, sin molestarse siquiera en mirar a su hermana. No había dado dos pasos cuando la otra voz la detuvo.

–¿A dónde vais? –preguntó Quinella molesta ante la huida de su gemela.

–Sois mi hermana Quinella –Alais la observó con gesto melancólico –Siempre hemos estado juntas y no deseo discutir con vos. Espero que algún día seáis capaz de entender mi decisión.

La de ojos azules observó en silencio a su igual durante un par de minutos, meditando su respuesta. Ambas hermanas parecían tener algún tipo de conexión mística.

–Ese bebé solo hará que os maten –afirmó con un suspiro de resignación y Alais, molesta, solo salió dando un portazo.

Seguidamente una espesa bruma blanca cubrió toda la escena y cada cosa se desvaneció. Erika se talló los ojos, intentando concentrarse al máximo, no sabía por qué tenía esas visiones tan extrañas pero estaba segura que no podía despertar en ese momento.

Necesitaba saber más. Quizás, si se esforzaba un poco podría escarbar aún más hondo, algo le decía que existían detalles en la vida de las hermanas que eran de suma importancia, detalles que se le escapaban. De repente la espesa niebla blanca comenzó a desvanecerse, dando paso a una escena totalmente diferente a la primera.

Ahora se encontraba en el exterior de una gran casa colonial rodeada por un gigantesco jardín que en otro tiempo parecía haber sido muy bello. Sin embargo, ahora las flores se encontraban aplastadas y marchitas, la mayoría rotas debajo de las pesadas botas de los innumerables guardias que custodiaban el lugar. Todos de blanco uniforme con una cruz plateada bordada en el pecho.




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