Alistar se encontraba de pie frente a las grandes puertas doradas, sin mover un solo músculo. Cualquiera que lo viera no podría dilucidar nada en su semblante de piedra, ni una arruga expresiva cubría su frío rostro. Pero era pura fachada. El príncipe estaba molesto y, de ser un humano, probablemente cada ser podría sentir su respiración agitada.
Detrás de las grandes puertas no se hallaba una persona como esperó encontrar, sino cinco fuertes presencias. Ellos no lo notaban aún, pero él podía sentirlos y no le gustaba ni un poco.
Era incapaz de recordar cuando fue la última vez que sintió tanta furia, que sus ojos brillaron tan rojos ¿Años? ¿Siglos tal vez?
No, desde que ella se fue.
Un gruñido escapó incontrolablemente de sus labios al rememorar a la humana. Debía evitar pensar en ella. Últimamente sus emociones habían nublado demasiado su juicio y ese era el motivo de que todo estuviera mal. Pero eso iba a terminarse.
Con una mueca torcida dio un fuerte tirón de las puertas, abriéndolas de par en par y consiguiendo que cinco pares de ojos se voltearan en su dirección. Contrario de lo que pensó, ninguno de ellos parecía sorprendido con su dramática entrada, más bien lo observaban con rostros largos y aburridos.
El príncipe de los vampiros avanzó triunfal por el ostentoso pasillo. Dedicando con cada paso una mirada a cada uno de los consejeros, detallándolos detenidamente. Su capa, tan negra como la noche, ondeaba al viento y sus pesadas botas retumbaban por el lugar. El poder que emanaba hubiera sido capaz de sobrecoger a cualquiera solo con su presencia, más los seres de la sala eran demasiado viejos y duros de roer.
Alistar se detuvo frente a la figura central y realizó un simple encogimiento de cabeza a modo de saludo reverencial.
—¿Interrumpo algo? —habló el príncipe al fin, alto y claro para que todos pudieran oírlo, más su vista permanecía fija únicamente en el rey.
—Para nada alteza —fue Marcus el primero en responder ante el silencio sepulcral de los demás. El vampiro se encontraba cómodamente sentado en su trono de piedra, en la derecha más cercana al rey —Vuestra presencia nos honra. Estábamos por comenzar la reunión.
Alistar dejó los ojos inexpresivos del monarca y dirigió una gélida y terrorífica mirada al consejero que acababa de alzar la voz. El semblante de Marcus sólo denotaba indiferencia.
—¿Comenzar? —río entre dientes como si en verdad le hiciera gracia —Que tonto soy entonces, casi me pareció que estabais terminando...
—Verá alteza... —Marcus intentó excusarse pero Alistar levantó una de sus manos para hacerlo callar.
En ese momento un ensordecedor murmullo ahogado recorrió la sala.
Incluso el propio rey no fue capaz de ocultar la sorpresa al mirar a su hijo y una mueca torcida asomó en los labios de Alistar. Bien, al parecer por fin había conseguido desestabilizar a los fríos vampiros. Aunque por supuesto, no del modo que pretendía. Bajó su mano desnuda con elegancia felina y centró la atención nuevamente en su padre.
—Soy el príncipe heredero de esta nación y miembro importante de este consejo —escupió con rabia —Decidme entonces querido padre ¿Por qué no se me ha informado de esta reunión?
El rey observó a su hijo de pies a cabeza, divertido. Si en algún momento llegó a demostrar incomodidad por la reciente revelación, ya había desaparecido de su rostro. Alistar conocía el juego perfectamente, intentaba hacerlo sentir incómodo, que se escogiera con su presencia. Pero eso era justo en lo que él era experto y, como digno príncipe, jamás se dejaba intimidar por nadie. Ni siquiera si ese "nadie" era el monarca.
—Al parecer habéis estado bastante ocupado hijo mío —habló Idan al fin, con fingida condescendencia —Nadie pensó que esta pobre reunión os interesaría.
—¿Insinuáis algo "padre"? —el príncipe se cruzó de brazos, utilizando el mismo tono que el rey.
—No es necesario —Idan se encogió de hombros restándole importancia y luego señaló en dirección al Consejo —Todos sabemos lo que pasa aquí. Habéis perdido la cabeza Alistar, ya no sois el mismo. Dejasteis de ser ese poderoso y calculador guerrero. Ya no os necesitamos aquí.
Alistar apretó los puños con rabia contenida y sus colmillos rechinaron unos con otros ¿Perder la cabeza? Si eso fuera cierto ahora mismo estaría saltando sobre el rey en lugar de pretender una conversación medianamente civilizada.
—Su majestad tiene razón —concordó Illinois al lado de Marcus y todos se voltearon en su dirección —¿Por qué no mejor regresáis a vuestros líos de faldas? Aquí todo está controlado.
—¿Y por "controlado" os referís a los cuerpos que siguen apareciendo? —río el príncipe burlesco —Eso sin contar los numerosos desaparecidos en las últimas semanas.
—Me sorprendéis alteza —alabó Darius desde la izquierda con un pequeño aplauso —Nadie diría que desde sus recientes alianzas con los brujos aún tuvierais tiempo para ocuparos de las pequeñeces de este reino.
—¿Acaso cuestionáis mi lealtad lord Draven? —Alistar le dirigió una mirada mordaz.
—Para nada alteza —repuso tensándose en su trono —Cuestiono vuestras prioridades.
El príncipe sentía como cada poro de su piel hervía de ira. Si esa sucia sanguijuela aún tenía un nombre en el Consejo era solo gracias a él. Pero ya se encargaría de cobrar cada una de las ofensas recibidas.
—¿Y cuáles son las vuestras lord Draven? —rebatió con una calma que estaba lejos de sentir —Corregidme si me equivoco pero vuestro juicio por traición aún no está del todo cerrado.
El rostro de Darius se tiñó de rojo por la furia pero, antes de que tuviera oportunidad para objetar nada, una severa mirada del rey lo hizo callar. El silencio se abrió paso por la sala durante unos minutos. Todos permanecían expectantes.
—Dejadnos solos —ordenó simplemente el rey en voz baja, pero fue suficiente para que todos se pusieran en pie dando la reunión por terminada.