Egocéntrica.
Narcisista.
Mimada.
Sádica.
Impaciente.
Esos y muchos otros calificativos habían sido utilizados siempre para describir a la princesa Stacia. Más había dos palabras que nunca nadie relacionó con ella: fea y traidora. La primera era obvia y la segunda un claro ejemplo de que, a pesar de todas las disputas internas, ella siempre estaría de lado de la familia.
Claus tenía razón en algo sin embargo, su familia no era precisamente un derroche de valores y afectos. Se mentían, se engañaban, jugaban sucio y maquinaban unos contra otros pero, a pesar de eso, la princesa siempre creyó que era preferible que uno de sus hermanos la privara de la vida a que lo hiciera un extraño. A pesar de todo con ellos tenía una historia, una para nada feliz la mayor parte del tiempo.
Su desdicha había comenzado justo en el momento de su nacimiento. Su madre, de la que no recordaba nada, había sido asesinada por la madre de su hermano mayor. Nada bonito por supuesto pero, al contrario que para sus hermanos, para ella no fue un trauma. La vida debía continuar y para Stacia eso significaba vivir en un castillo sin reina con un padre que nunca veía y dos hermanos que la ignoraban porque estaban demasiado ocupados odiándose uno a otro. Cuando tu recuerdo más divertido de la infancia es ver como uno de tus hermanos casi le corta la cabeza al otro con un espada, quizás tengas un problema.
Su primer amor, a los 15 años, había sido un soldado raso al que solo podía ver a escondidas en los pasillos. Pero, tan pronto como Alistar se enteró lo había enlistado en sus filas de asesinos y llevado con él al frente de la batalla contra los lobos. Digamos que esa fue la etapa rebelde del príncipe heredero, donde se hizo de un nombre y no pensaba en otra más que matar ¿El soldado? No había sobrevivido por supuesto.
Sin embargo a pesar de la pérdida la princesa seguía siendo toda una romántica y no perdía oportunidad de buscar a su futuro príncipe azul, siempre sin éxito. Aunque su sed de atención se vio brevemente saciada con el nacimiento de Maximillian, un nuevo hermano que horrorizó a todos en un primer lugar, Stacia incluida. Pero, luego de pensarlo bien, descubrió que esta era la primera vez de tener algo para ella, de moldear el pequeño a su gusto y hacer que la acompañara. Eso tampoco salió muy bien desgraciadamente.
Y entre tanto caos, cuando su corazón parecía estar completamente endurecido, apareció él. Aún recordaba la primera vez que lo vio, arrodillado ante el rey pidiendo perdón mientras era tratado como un fugitivo. No era la vista más glamurosa que podía esperar de su alma gemela pero aun así le pareció lo más maravilloso que había visto nunca.
Ella lo visitó esa noche en el calabozo donde lo mantenían bajo vigilancia, y fue todas las siguientes a esa. Por supuesto, luego él escaló posiciones y se convirtió en miembro del Consejo, pero aun así ella era incapaz de olvidar esas primeras veces, donde se hacían compañía mutuamente. Pasaron muchos años y él jamás le prestó atención de la forma que ella hubiera querido, a pesar de sus múltiples intentos.
Aunque bien dicen por ahí que el que persevera triunfa y su anillo de compromiso la catalogaba como una clara ganadora.
Pero ahora había algo que no parecía estar bien. Claus y Alissea se traían algo entre manos que a ella no le gustaba ni un poco. Sonrió cínica al pensarlo ¿su amiga y su prometido? Era sin duda gracioso. Todos creían que era tonta, que no se daba cuenta de lo que pasaba, que no podían contar con ella. Sin embargo no podían estar más equivocados, ella sabía cosas, las cuales, como siempre, pretendía usar a su favor. Se negaba a que una asquerosa bruja, por muy amiga que dijera ser, tomara el control de su castillo.
Y, hablando de criaturas asquerosas y oportunistas, ahora tenía una delante.
—¿Hasta cuándo seguiréis fingiendo? —preguntó la princesa cruzándose de brazos acorralándola contra la pared.
—N-no sé de qué habláis —Nathalie tembló, descansando las manos sobre el frío mármol, sin lugar para correr.
—Esta apariencia de criada sumisa y temerosa no os queda nada —Stacia rio —Os he visto con Claus, no conozco la totalidad del trato que sostenéis con él, pero se lo suficiente.
—Creo que os estáis confundiendo alteza —intentó explicarse la morena con nerviosismo, mirando a ambos lados como si deseara que alguien la rescatara —Quizás sea la soledad que os empieza a pasar factura.
—¡Mocosa insolente! —clamó enojada la princesa dando un golpe en la pared al lado de la cabeza de su víctima —¿Queréis saber que se? —sonrió —Se que nadie os presta la atención suficiente y eso os encanta. Se que escucháis todo lo que pasa aquí. Se que tenéis algún tipo de trato con mi novio... —se acercó a su oído y susurró con el tono más bajo que pudo —¿Y sabéis lo más genial? Se que fingís ser humana con vuestras compañeras pero que estáis aquí desde antes que yo naciera —en ese momento Nathalie paró de temblar —Vuestro corazón está tan muerto como el mío.
—¿Y eso es algún crimen alteza? —esta vez fue el turno de Nathalie para reír, ya no parecía tímida o sumisa —Hago lo que puedo para sobrevivir, como todos. Si vuestro prometido no confía lo suficiente en vos, no me culpéis a mí.
—A nadie le ha importado nunca, pero en mi caso siempre me he preguntado... —caviló Stacia —¿Cómo es posible que un vampiro trabaje sirviendo a otros?
—En 200 años nunca os ha interesado esa respuesta.
—Tenéis razón —Stacia asintió —Pero resulta que ahora la situación ha cambiado un poco. Hay una asquerosa bruja invadiendo mi hogar y estoy segura de que recibe la ayuda de alguien más —una mueca curvó los labios de la princesa al ver la sonrisa cínica de la otra chica —¿Sabéis que hay un traidor en el castillo? ¿No seréis vos verdad?
—¿Por qué no le preguntáis a vuestro prometido? —la sonrisa de Nathalie se hizo aún más ancha y, guiñándole un ojo, pinchó —Según vos nos llevamos muy bien. A lo mejor es mi cómplice.