Príncipe Oscuro 2

Capítulo 20

El constante tic tac de las manecillas del reloj de pared se escuchaba como un gran estruendo en la silenciosa habitación y Erika deseó poder arrancarse los oídos. No recordaba el tiempo que llevaba oyendo ese incesante compás como único sonido natural. Necesitaba concentrarse y así no podía. Definitivamente las ideas de compras de su madre nunca eran buenas ¿A quién se le ocurría? ¿Estaban acaso en el siglo XVIII? No había nada mejor que los dispositivos digitales.

Con un resoplido alzó una vez más su nuevo regalo hacia el techo, para observarlo mejor, aunque con algo de dificultad. Su cuarto se encontraba completamente a oscuras a pesar de ser media mañana, ella misma se había encargado de eso, las oscuras cortinas de lana realizaban bien su trabajo. Su espalda descansaba sobre el cómodo colchón de su cama, uno de los mejores que había probado, incitando al descanso. Y justo eso intentó, una y otra vez sin ningún éxito.

Detalló una vez más al pequeño oso a pesar de la escasa luz e intentó obligar a su mente a que trabajara en una respuesta coherente ¿Tal vez fuera casualidad? No, estaba segura de qué era el mismo y ya había comprobado que en su vida no existían las casualidades ¿Entonces cómo era posible? ¿Cómo había sido capaz de imaginar algo que aún no conocía? Y, si el oso había sido un regalo para ella ¿Cómo terminó en manos de Arstan?

Lo primero que pensó es que quizás el oso fuera una reliquia y, como siempre, su sueño solo fuera un viaje al pasado. Pero, siendo sincera, esa teoría perdía fuerza, el animal de peluche parecía recién comprado ¡Incluso olía a nuevo!

Un fuerte sonido la sacó de sus cavilaciones y ella pegó un brinco de sorpresa, dejando que el oso cayera al lado de su cabeza. Con pesadez y algo somnolienta, se incorporó y tuvo que achicar los ojos para protegerse del fuerte brillo que transmitía el dispositivo en la oscuridad ¿Quién diablos la llamaba?

—¿Sí? —contestó sin siquiera ver el nombre, había pocas personas con las que aún mantenía algún contacto, quitando a los seres sobrenaturales claro.

—¡Erika hola! —sonó con emoción la voz al otro lado y la rubia hizo una mueca de fastidio —¡Pensé que no me contestarías! Cómo llevas algunos días ignorándome...

—He estado ocupada —se excusó ella, y en parte no era mentira —¿Qué quieres Camila?

—¿Te apetece dar una vuelta conmigo? —pidió ella —¡Es sábado y el cuerpo lo sabe!

—Camila son las 11 de la mañana, dudo mucho que haya ningún club abierto a esta hora —resopló Erika sin emoción —Además ahora mismo no me apetece alocarme.

—Lo supuse —concordó la otra —Además ese ambiente tampoco es para mí. Por eso te llamo ahora, quizás podríamos ir al parque a disfrutar un rato de la naturaleza.

—¿En el parque? —Erika no pudo evitar reír —Si quieres disfrutar de la naturaleza ese lugar con tres árboles mal sembrados y saturado del humo de los autos no es el mejor —entonces con un pensamiento en la mente, agregó —Para eso está el bosque.

—Bueno... —Camila pareció vacilar un momento y la rubia quiso burlarse al pensar que la había descolocado. Pero entonces, con un tono que le dio verdaderos escalofríos dijo —También podemos ir allí.

—N-no, el parque está bien —aclaró rápidamente —¿A qué hora nos vemos?

—¡Perfecto entonces! —regresando al tono jovial Camila pareció aplaudir al otro lado de la línea —No vemos a las tres, no llegues tarde.

Y, sin darle tiempo a confirmar, colgó inmediatamente.

Erika, con las manos algo temblorosas, dejó el teléfono en el mismo lugar y se lanzó hacia atrás en la cama, justo como había estado antes de la llamada. Sin poder evitarlo se llevó una de sus manos al pecho e inspiró con fuerza ¿Qué demonios había sido esa sensación?

Si, quizás tanto relacionarse con criaturas sobrenaturales la estaban convirtiendo en alguien paranoica. En ese contexto salir con Camila no sería mala idea, solo serían dos chicas comunes haciendo cosas comunes y, esta vez, esa normalidad era algo que necesitaba.

Los malos presentimientos podían irse al demonio o, si lo preferían, podían acompañar a Alistar.

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Erika bajó de su auto y pegó un fuerte portazo mientras se dirigía hacia la pareja hirviendo de furia. Los había visto, varias cuadras antes de llegar de hecho. Al parecer esa había sido precisamente la intención pues no se encontraban ocultos o con interés de hacerlo. Permanecían allí, sentados en uno de los bancos más cercanos a la calle y la rubia debatió la idea de sino habría sido más sensato dar la vuelta.

Pero ella no era ninguna cobarde.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó de malos modos llegando a ellos.

La morena alzó la vista y le dirigió una sonrisa apenada mientras se encogía ligeramente en su lugar. El chico, por su parte, se puso en pie para encararla y se acarició la nuca con nerviosismo.

—No la culpes a ella —pidió David en tono bajo sin mirarla a la cara —Yo le he pedido que te llamara. Creí que, si lo hacía yo, me mandarías a la mierda.

—Y creíste bien —espetó Erika cruzándose de brazos y esta vez la mirada mortífera la dirigió a Camila quien permanecía callada y en su sitio —No vuelvas a intentar verme la cara de esta forma. Me largo de aquí.

Con un resoplido molesto se dio la vuelta, pero no había dado ni tres pasos cuando David se adelantó y le agarró el brazo. Ella, por mero instinto, lo movió con fuerza para intentar liberarse, pero él solo fortaleció más su agarre, sin llegar a hacerle daño.

—Espera por favor —casi imploró con voz compungida —Creo que te debo una disculpa.

—Me debes varias de hecho —ella lo observó con una mezcla de rabia y asco —Ni siquiera sé cómo salí contigo alguna vez, maldito poco hombre.

—¡Erika por favor! —rogó él exasperado atrayéndola a sí mismo y le susurró al oído —Me tomó por sorpresa ¿Cómo pretendías que reaccionara? Desapareces por meses y cuando regresas estás... Bueno ya sabes.

—Por tu bien espero que no se lo hayas contado a nadie —siseó ella en respuesta con los dientes apretados.




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