Irritada caminó de un lado a otro en el espacio blanco, maldiciendo por lo bajo. De todos los momentos, este era sin duda el peor para uno de sus sueños.
A diferencia de al principio por alguna razón ya era plenamente consciente de cuando tenía uno, y le era mas sencillo discernir realidad de ficción. Pero, aun así, y aunque sentía que ya los controlaba mejor, seguía sin ser dueña de su mente al completo.
Toda una molestia si le preguntaban.
Sobre todo, porque ahora no se encontraba en ningún recuerdo o algo a lo que valiera la pena dedicarle su atención. Una vez más, el limbo blanco era lo único que se extendía ante sus ojos. Para ella llevaba horas caminando sin sentido en ese lugar sin fin, deseando despertar. Pero, por lo que sabia, quizás solo hubieran pasado segundos. El tiempo en su mente era relativo y en el mundo real podía ser más o menos.
En verdad esperaba que fuera menos.
Necesitaba despertar como sea, su padre la necesitaba. Últimamente se desmayaba con demasiada facilidad y eso la enojaba muchísimo ¿Cuándo se había vuelto tan débil? ¿A lo mejor era la influencia del bebé sobrenatural que cargaba en el vientre? Fuera como fuera, era algo que necesitaba resolver. No podía permitir que la siguieran controlando recuerdos que ni siquiera eran suyos, de alguien que no conocía y que, hasta donde tenía entendido, fue un ser horrible. Aunque para ser justa conocer su historia, suponiendo que todo lo visto fuera real, la había ayudado a esclarecer algunas dudas. Ya le costaba mas verla como la desquiciada villana.
—¿Estas bien?
Erika pegó un brinco y se volteó con la mano en el pecho. Debería acostumbrarse ya a las apariciones inesperadas por la espalda, sobre todo en sus sueños, mas no lo lograba.
—¿Qué haces aquí? —preguntó en dirección a Arstan frunciendo el ceño —¿Estoy dormida por tu culpa?
El niño negó con la cabeza y ella dudó si creerle. A parte de los recuerdos de Quinella era el único que había aparecido en su mente y, dado que no se encontraba en la primera situación, era lógico pensar que él era el culpable.
Arstan se encontraba vestido exactamente igual a la primera vez que lo conoció: con un traje totalmente negro y el osito azul de peluche. Erika, esta vez, se tomó el trabajo de detallarlo con calma, cada mínima costura. No había duda, era el mismo que tenía ella ¿Cómo era posible?
—¿De dónde has sacado eso? —preguntó señalando el juguete.
—Fue un regalo —Arstan se encogió de hombros y luego, mordiéndose el labio, pareció dudar: —Pero no recuerdo de quien… —desvió la mirada —Mi memoria es confusa algunas veces.
—¿Quién eres? —volvió a inquirir ella, cada vez mas confundida ¿De dónde diablos había salido ese niño? ¿Por qué se sentía tan conectada con él? Y, dándole un nuevo significado a sus palabras, repitió: —¿Qué haces aquí?
El niño la observó con los ojos muy abiertos, parecía a punto de echarse a llorar y la joven entendió que quizás había sido demasiado brusca con sus palabras ¿Tal vez lo ofendió? Pero necesitaba respuestas y, de momento, la presencia de Arstan era lo más inusual que había vivido porque, a diferencia de los recuerdos, él era consiente y hablaba con ella. Era como cuando Alistar entraba en su mente ¿Acaso era lo que estaba haciendo ese chico? Sin embargo, él lucia tan perdido como ella. Sin poder evitarlo sintió unas fuertes ganas de abrazarlo.
—Pensé que te alegrarías de verme —musitó bajito y a ella se le encogió el corazón —Estoy demasiado solo, me alegro cada vez que vienes.
—¿Entonces por eso me has traído?
—¡No! —aseguró con convicción —Yo no tengo ese poder. Me alegra que estes aquí pero no puedo controlar cuando duermes o despiertas.
Erika asintió.
—¿Tampoco sabes por qué apareces en mi mente?
—Ya te lo dije, vivo aquí —Arstan se encogió de hombros como si fuera lo más normal del mundo.
Erika abrió los ojos incrédula ¿En verdad le parecía normal asegurar que vivía dentro de su cabeza? ¿Qué era ella ahora: un hotel de almas? Tenía que ser una broma.
—¿Entonces básicamente no sabes como hacer que me despierte? —más que una pregunta era una afirmación y no pudo evitar bufar frustrada. A diferencia de otras veces parecía atrapada en el lugar.
—No —el niño negó y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Ella tembló, daba miedo lo mucho que se parecía a Alistar —Pero tengo una sorpresa para ti.
Ella abrió los ojos sin comprender y estaba a punto de preguntar a que se refería cuando una presencia se manifestó a un lado de Arstan. Se llevó ambas manos a los labios para contener el grito que amenazaba con escapársele. Allí, al lado del sonriente niño y observándola completamente confundido, se encontraba la ultima persona que hubiera esperado.
—¿Erika? —preguntó él observándola fijamente con sus ojos azules, como sino pudiera creer que la tuviera delante. Sino estuviera tan impresionada hasta podría reír de lo descolocado que se apreciaba —¿Sois vos?
—¿Q-que haces aquí? —masculló ella igual de sorprendida, solo un par de metros la separaban del vampiro que pensó no volver a ver —Creí que en nuestra última conversación había quedado claro que me dejarías en paz.
—Eso intento —la mirada de Alistar se ensombreció y apretó los puños como si sus palabras no le hubieran sentado bien.
—Disculpa que te corrija, pero pasearte por mi mente cuando te da la gana no es la mejor manera de hacerlo —ella se cruzó de brazos, negándose a sentirse alegre por volverlo a ver —¿O es que ahora que descubrí cual es pretendes hacer alarde de tu habilidad?
—Yo no he hecho nada —masculló él con los dientes apretados y entonces su atención se dirigió al niño que no paraba de soltar pequeñas risitas —Mucho me temo que es él quien tiene algo que ver con esto... —y, con su mirada más terrorífica e intimidante, agrego: —¿Quién sois?
—Me llamo Arstan —repitió el niño con su característica presentación sin amedrentarse ante la poderosa presencia del vampiro.