Erika se puso en pie y sacudió como pudo los restos de polvo y hojas secas adheridos a la ropa y piel de las rodillas y manos. No sabía cuánto tiempo había permanecido allí, pero el cielo había adquirido tonalidades grisáceas y los vientos eran cada vez más fuertes, como si estuvieran tratando de levantarla del suelo. Además, su estómago rugía por un poco de comida.
Se dio la vuelta para regresar por donde había venido, pero al hacerlo un grito ahogado escapó de su garganta y retrocedió sobresaltada, dándose cuenta de que no se encontraba sola.
A unos pocos pasos de ella, sentado cómodamente sobre un tronco caído, un chico la observaba con el ceño fruncido, como si llevase horas ahí. Recuperada de la impresión del momento, se llevó una mano al pecho e intentó normalizar su respiración mientras intentaba analizar cuanto tiempo llevaría él en ese lugar y, lo más importante, ¿cómo era posible que no lo hubiese oído llegar? Vaya, si es que ni siquiera había sentido su presencia.
Eso era algo completamente antinatural y se recriminó interiormente por su conducta. Se encontraba tan concentrada en sus cosas que simplemente no lo habría notado. Al darse cuenta de esto abrió los ojos con asombro y algo de vergüenza. Probablemente su involuntario acompañante había sido participe del momento que tuvo con su hermano. Pero rápidamente su expresión fue sustituida por una enojada, el único que debería sentir vergüenza era él por haber estado espiando ¿Acaso no le habían enseñado educación? Él ni siquiera parecía darse cuenta de su indignación y solo la miraba fijamente, no se veía ni un poco turbado por haber sido descubierto.
–¿Se puede saber qué haces ahí? –le dijo Erika con una mueca, colocando las manos en la cintura. Quizás si se daba cuenta de que su compañía no le era grata se marcharía por donde mismo había venido y la dejaría sola. Pero él, con la mayor elegancia, se levantó de su sitio y comenzó a acercarse.
Ahora que tenía oportunidad de verlo más detenidamente, la chica no podía dejar de reconocer que el joven era muy guapo, más de lo normal, se atrevería a decir. Tenía el pelo negrísimo y lo llevaba completamente desordenado, a pesar de lo cual era como si cada cabello supiera exactamente el lugar que le correspondía, dándole un aspecto sexi y salvaje. Sus ojos eran de un azul tan claro que parecían transmitir chispas eléctricas. Se veía como una persona segura de sí misma, hasta se podría decir que un tanto altanero y petulante. Era el tipo de chico que parecía gritar "peligro" con cada poro de su cuerpo.
Pero no era el aire peligroso que transmitía lo que más había llamado su atención, sino la extraña ropa con la que venía ataviado. Pantalón negro rematado por unas botas pesadas y lustrosas que le llegaban casi a la altura de las rodillas. Chaqueta negra, cerrada con botones grabados que parecían de oro real. De haber traído consigo una espada, lo hubiese confundido fácilmente con un príncipe de la edad media.
O con un pirata.
De todos modos, decidió no darle mayor importancia. Se estaba portando como una tonta, probablemente el joven solo viniera de una fiesta de disfraces, aunque sin duda ese tipo de fiestas en medio del bosque resultaban raras...
Negó con la cabeza con la intención de apartar sus absurdos pensamientos y dirigió su atención nuevamente al chico que parecía no haberla escuchado antes, aunque por la expresión en su rostro casi podría asegurar que se equivocaba.
–¿Podrías por favor marcharte? –arremetió Erika nuevamente, esta vez un poco más fuerte mientras concentraba la mirada en sus ojos. Estaba claro que no acostumbraba a tratar con chicos más altos que ella, ya que su metro setenta le permitía mirar a todo el mundo relativamente al mismo nivel, pero este joven la dejaba muy atrás y tenía que alzar la cabeza para conseguir un contacto visual.
–Tsk, que modales... –comentó dejándola escuchar su voz por primera vez. Tenía un acento que no lograba identificar, pero que conseguía ponerle los pelos de punta. –Una señorita como vos debería ser algo más educada.
–No veo por qué tendría que ser educada con un intruso.
–¿Intruso? Perdonadme, –habló él irónicamente –no sabía que el bosque fuese privado.
¡Pero será cínico!
–Y no lo es, pero no me gusta que me anden espiando. ¿Cuánto tiempo llevabas ahí?
–Acabo de llegar –le dijo de una forma que sonaba claramente a mentira, para luego aclarar–: y no os espiaba.
–Oh, por favor, al menos podrías trabajarte un poco más tus excusas, ¿verdad? –le hizo ver ella molesta. –No me agradan los mentirosos.
–En eso concordamos, a mí tampoco me agradan los mentirosos –el joven elevó la comisura de sus labios en lo que parecía ser un mal intento de sonrisa. –Y tampoco me gusta que me tachen como tal.
–No importa... –dijo ella con nerviosismo. –De todos modos, ya estaba pensando en regresar. Buenas tardes.
–¿Te vas tan pronto?
–Bueno... ya se está haciendo tarde y...
–Quedaos un poco más –pidió amablemente, pero había algo en él que a la chica no le daba buena espina –me vendría bien un poco de compañía.
La chica lo miró pensativa. Su voz más que una pregunta había sonado como una especie orden. Sabía que tenía que irse pero en parte no quería dar su brazo a torcer. Ella había llegado primero, que se fuera él.