¿Qué se suponía que había pasado? ¿Quién era ese desconocido para venir de esa manera diciendo toda esa sarta de locuras? ¿Quién rayos se creía para catalogarla como una de sus posesiones, como sabría su nombre y lo peor... como rayos había logrado desaparecer tan rápido?
Todas esas preguntas y más taladraban la cabeza de Erika, sin ser capaz de encontrarle un sentido lógico a nada ¿Acaso lo habría soñado? No, se había sentido demasiado real para ser un sueño.
Tratando de no pensar en lo que acababa de pasar decidió que lo mejor sería regresar a casa; la posibilidad de que el psicópata volviese a aparecer estaba presente y eso era lo último que necesitaba. Aunque también podría tratase de algún excursionista dispuesto a gastar una broma. Esa parecía ser la opción más lógica sin duda, pero algo dentro de ella le asegura que todo había sido completamente real.
Antes de marcharse, Erika le dedicó un último vistazo a la laguna y, tomando el colgante entre sus manos, se despidió de Erik con una sonrisa. Ya volvería a venir en otra ocasión con algo más de tiempo. Desahogarse con él, aunque solo fuera de forma espiritual, es lo que le ayudaba a hacer más llevadero el día a día.
Salió del bosque y caminó a paso lento por la desierta carretera hasta su auto. Hacía bastante frio, mucho más que hace rato y abrazaba la chaqueta todo lo que podía contra su cuerpo para protegerse del gélido viento. Tendría que recordar traer algo más abrigado la próxima vez, por supuesto... tampoco pensó que se marcharía tan tarde y no se había preparado correctamente. Abrió la puerta del conductor y se dejó caer con un suspiro en el mullido asiento de tapicería negra. Se sentía agotada, física y mentalmente. Estaban ocurriendo demasiadas cosas a la vez y no creía ser capaz de aguantar una más, se sentía perdida.
Al llegar a casa ya había oscurecido por completo y, como siempre, sus padres se encontraban ausentes. Él trabajando en la oficina... o acostándose con su secretaria, ya no eran un secreto para nadie los vicios de Bruce McCartney. Y ella probablemente en casa de una amiga o gastando dinero con alguno de sus muchos amantes, a pesar de la crítica situación que estaba enfrentado la familia doña Isabella no parecía dispuesta a dejar de lado su buena vida. Parecía como si no se diese cuenta de cómo estaban las cosas realmente, pero bueno... tenía que aceptar que su padre no era mucho mejor. Extrañaba esos días lejanos en los que aún actuaban como una familia, pero desde la muerte de Erik no habían vuelto a ser lo mismo.
Lo que menos tenía eran ganas de prepararse la cena, cocinar no se le daba demasiado bien y seguro dejaría todo hecho un desastre. Desde que se fue Martha, la que había sido su cocinera y ama de llaves por años, no sabía valerse sola, sus platillos eran legendarios. Pero desgraciadamente se habían visto obligados a despedir al servicio pues no podían seguir permitiéndoselo.
Erika subió a su habitación arrastrando los pies y, sin pensarlo dos veces, se desplomó sobre el colchón sin ganas de moverse siquiera, de manera inexplicable se sentía realmente cansada. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, pero suponía que no habían llegado ni a cinco minutos cuando comenzó a sentir como sus ojos se cerraban lentamente, cayendo en una profunda oscuridad...
Sin saber cómo ni por qué al abrir los ojos se encontraba en una habitación poco iluminada y fría. Parpadeó varias veces con la intención de despertarse y ser más consciente de su entorno. Se encontraba en algo que parecía una especie de calabozo medieval. Era amplio y en cada esquina había antorchas que iluminaban de forma tenue el espacio. Las paredes eran de ladrillos corrompidos por el tiempo, llenos de humedad y musgo.
Erika intentó moverse para llegar a la puerta y escapar de este horrible lugar, pero sus pies y manos no le respondían. Fue entonces cuando se percató de que estaba encadenada a una especie de barra de hierro que sobresalía de la pared en forma de V inversa. Sus piernas también quedaban incapacitadas por algo parecido a unos grilletes que las mantenían juntas y le impedían moverse. El largo cabello rubio le caía desparramado por los hombros y parte de la cara dificultándole un poco la visión, pero era incapaz de apartarlo.
De pronto la vieja puerta metálica se abrió de golpe emitiendo un fuerte chirrido y una corriente de aire helado recorrió el lugar haciéndola estremecer. Sentía miedo, frío y un gran desconcierto ¿Qué diablos hacia ella allí? Escuchó unos fuertes pasos repiqueteando contra la piedra del suelo y logró divisar en la penumbra una sombra que avanzaba cada vez más hacia ella.
Aquello no le gustaba ni un poco. Quien quiera que se estuviera acercando iba a encontrarla en una situación bastante embarazosa e indignante y eso hizo que la furia comenzara a bullir en su interior. El responsable de esto se las iba a pagar muy caro. Aunque quien sabe... tal vez la sombra solo viniera a desatarla.
Entonces lo vio. ¡Era él! ¿Cómo podía ser posible...? Delante de ella, observándola con una sonrisa burlona, se encontraba el chico del bosque ¿Alistar se llamaba? Estaba descalzo y solo llevaba un par de pantalones que se veían bastante antiguos. El torso lo traía completamente desnudo, permitiendole observar a plenitud sus trabajados músculos. El pelo, revuelto y enmarañado, le daba un toque extremadamente sexi. Erika se sentía como una pequeña presa a merced de su depredador.
Sin embargo, a pesar de la situación, se encontró con que no podía dejar de observarlo, había algo en él que la atraía… ¡¿Pero acaso estaba loca?! ¡Como se le ocurría pensar eso en un momento como este! Definitivamente algo no estaba bien con ella. Posó la mirada en sus electrizantes ojos azules y pudo apreciar la diversión en su rostro.... ¡¿y ahora qué le causaba tanta gracia...?!
–Sed bienvenida a mi castillo querida– y pasando la vista descaradamente por su cuerpo agregó –espero estéis cómoda.