Príncipe Oscuro

Capítulo IX

–¡Papá! ¡Mamá! ¡Ya llegué! –grita Erika apenas traspasa la puerta principal de su casa y, como otras tantas veces, el silencio es el único que la recibe.

Con un encogimiento de hombros al saberse sola prende las luces y tira su bolso en un rincón mientras se deja caer como peso muerto sobre el mullido sofá de la sala. Sonríe interiormente al pensar que diría su madre si la viera desparramada sobre sus caros muebles, seguro le daría un infarto.

Con gesto cansado observa la hora en el reloj sobre la chimenea y sus ojos se abren como platos de la impresión.

¡11 de la noche!

Erika no podía creer que hubiera tardado tanto. Como si de una película se tratase las imágenes de todo el día se sucedían una detrás de otra en su mente y juraba que le había parecido muchísimo más temprano. En otros tiempos llegar a esta hora a casa no hubiese sido una opción. Seguramente sus padres se encontrarían esperándola en la puerta con cara de circunstancias y le aguardaría un regaño seguro. Papá le pediría explicaciones de donde y con quien había estado a pesar de que ya se lo hubiera dicho y mamá lo apoyaría en todo aparentemente para luego preguntarle en secreto que tal le había ido.

Como extrañaba esa vieja época...

Tan solo de recordar esas pequeñas escenas que en su momento nunca supo apreciar sus ojos se humedecen, pero no se permite llorar. No ganaba nada con lamentarse, el llanto no iba a resolverle los problemas, no podía solo quedarse como la víctima eternamente.

Con un ánimo que en estos momentos estaba lejos de sentir, Erika se levanta del sofá y se dirige a la cocina por algo de comer. Quizás pueda hacerse un sándwich o... no, solo un sándwich, debía recordar que no sabía cocinar nada más y no quería provocar un incendio ¡Como extrañaba a Martha! Su comida si era deliciosa.

Después de casi tres horas de ardua cocina al fin veía ante sí el maravilloso fruto de su trabajo y debía contenerse lo indecible para no vomitar allí mismo. Dos cosas no identificadas, completamente achicharradas y con una extraña masa por encima que en un pasado fue queso parecían burlarse de ella desde el plato. Y lo peor no había sido el desperdicio de su cena, no, lo verdaderamente preocupante era el estado deplorable en que había quedado la cocina. Con el ceño fruncido dirigió nuevamente la vista al micro quemado tratando de pensar en algún modo de arreglarlo antes de que lo viera su madre, iba a matarla... aunque en su defensa debía decir que esa cosa del demonio no venía con instrucciones y nadie se tomó la molestia de explicarle que si le dabas una hora a un sándwich de queso terminaría averiado.

Con resignación, Erika, al saberse sin cena y para colmo con un posible castigo anexado, intenta limpiar todo lo mejor que puede y se va a dormir finalmente. El día de hoy había sido extremadamente largo y necesitaba descansar como es debido al menos unas horas.

Tenía mucho en lo que pensar.

 
                                   ____________


Los primeros rayos del sol se filtran por la ventana y hacen todo el camino hasta el rostro de la chica, provocando que abra los ojos con molestia. Odiaba despertarse tan temprano, en especial un domingo, sumándole a eso que ayer se acostó tardísimo, pero la culpa era de ella por haber olvidado cerrar debidamente las ventanas la noche anterior.

De un brinco, Erika se levanta de la cama y con un gran bostezo se dirige al baño. A pesar de saber que podría regresar a la cama y seguir durmiendo no lo hace, es inútil, una vez que despierta por mucho empeño que le ponga ya no puede volver a dormir. Con una sonrisa divertida se percata recién ahora de que ayer ni siquiera se quitó la ropa que traía, debería haber estado en serio agotada.

Luego de una media hora ya se encuentra lista y baja a desayunar, rezando porque su madre ya se encuentre en casa. Está muerta de hambre y no quiere seguir destruyendo la cocina al preparar algo por sí misma. Tampoco es que doña Isabella fuera demasiado experta, en la vida la había visto utilizar las manos para sostener algo más que no fuera su manicura perfecta, pero dada esta crisis la familia había descubierto gratamente que la cocina no se le da del todo mal.

Sin poder evitarlo imágenes de Erick inundan su mente, a pesar de su corta edad ya tenía más que definido que un futuro quería ser chef, ese era su sueño. Daría lo que fuera por haberlo visto cumplirlo...

– ¿Madrugando un domingo? –una voz grave la saca de su ensoñación al llegar al comedor – ¿Y esa sorpresa? ¿Vas a alguna parte?

–Papá... buenos días –le saluda Erika con su mejor sonrisa pero él ni siquiera voltea a mirarla, al parecer está demasiado concentrado en la lectura de su periódico como para prestarle a su única hija la debida atención. La chica ve como aprieta fuertemente el papel contra su mano y puede darse cuenta de lo tenso que se encuentra, algo pasa... –No... sólo no podía dormir.

–De igual modo me alegra que estés aquí por fin, debemos hablar de algo... –finalmente baja el periódico y la observa fijamente, en sus ojos puede ver lo molesto que se encuentra ¿habría hecho algo para enojarlo?

–Esto... –carraspea algo incómoda, la relación padre-hija no era la mejor desde hacia un tiempo y en ocasiones la chica no sabia desenvolverse con él –¿Donde esta mamá?

–Tu madre ha salido con un amigo –dice con el ceño fruncido como si la sola idea le causase repulsión y Erika sabia lo que estaba pensando, aunque de ser así Bruce McCartney no tiene moral para hablar, ya que él no es precisamente fiel que digamos –Pero en parte lo prefiero así, esta conversación quiero tenerla solo contigo.

–Pues tú dirás –dice rápidamente tratando de prestarle toda la atención a sus palabras, cuanto antes salieran de esta incómoda situación mejor.

– ¿Dónde estabas hace dos noches?

Erika lo mira confundida y a pesar de ser tan simple le cuesta algo entender la pregunta ¿dos noches? Qué importancia puede tener eso... de todos modos hace memoria para complacerlo.




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