Alistar se reacomoda en el mullido asiento de piel y apura su copa de vino tinto, valga la ironía. De ser un humano normal ya le dolería la espalda ¿Cuántas horas llevaba allí? ¿Cuatro? ¿Cinco? ¿Toda la noche? Que más daba, de todos modos nunca entendió esa necesidad que tenían los vampiros de dormir, él nunca lo había necesitado, al menos no en exceso. Cuando duermes sueñas y hace varios siglos sus sueños se habían convertido en pesadillas.
Dirige la vista a su cama para comprobar si algo había cambiado. Totalmente inútil. Sigue durmiendo tan tranquila como la última vez que miró, hace unos diez segundos si mal no recordaba. Ni siquiera sabía por qué la trajo, no es la primera vez que un vampiro mata a un humano dejándose llevar por la sed, de hecho es algo hasta normal. Pero por alguna razón cuando sintió el cuerpo de Erika inerte entre sus brazos lo embargó un sentimiento que se juró nunca volver a sentir y que creía enterrado para siempre en lo más hondo de su ser.
Miedo
Cierra los ojos desechando esos absurdos pensamientos. Él era Alistar Shreveport, príncipe y futuro rey de Neisseria. Él no sentía miedo, él no podía sentir miedo, y menos por una humana ni venida al caso. No sabía que rayos le sucedía con esa chica, pero fuera lo fuera no podía seguir así. Se estaba empezando a arrepentir de haberla arrastrado a su mundo ¿En que estaba pensando? Él, que siempre se había caracterizado por ser frio y calculador, estaba perdiendo el autocontrol que tanto le había costado conseguir y no podía permitirlo.
Cansado de estar sentado se pone en pie y se acerca al fuego que crepita en el hogar. Necesitaba hacer algo para matar el aburrimiento. Observa como las llamas danzan hermosas, letales, y un recuerdo invade su mente.
Antes, hace muchísimo tiempo, él solía amar el fuego. Era su único amigo en las largas noches de soledad, en parte le recordaba a él mismo, tan fuerte y poderoso, pero atrapado, tan fácil de apagar de ser el deseo de cualquiera. Irónico que ese fuego que tanto lo atraía sea ahora el causante de sus pesadillas. Pero se sentía bien, era la primera vez en 200 años que sentía su calor tan cerca. Eso también debía agradecérselo a Erika, de no ser por ella jamás lo hubiera vuelto a encender y menos en su propia habitación, pero no tenía intención de dejar que se congelase, hacia frio y ella lo necesitaba.
Alistar levanta una de sus manos enguantadas y la acerca a la llama, sintiendo su calor. Como imaginó, este material tan grueso era impenetrable. Suspira y la retira rápidamente. Piensa en quitárselos y dejar sus dedos libres después de tanto tiempo pero se contiene. Llegaría el día en que no necesitara esos malditos guantes, pero no era hoy, aun después de tanto tiempo se siente vulnerable si no los lleva y le hace recordar a ese pequeño niño que una vez fue, a ese pequeño niño que solo desea olvidar.
–Alteza...
El vampiro levanta la cabeza y dirige una mirada asesina al guardia que acaba de entrar en sus aposentos sin siquiera haberse dignado a tocar. Dio órdenes explicitas de que no se le molestara y aun así él estaba aquí. Debía ser algo verdaderamente importante, no cualquiera tenía el valor suficiente de pasar por alto sus órdenes.
–Hablad –ordena con desgano –y por vuestro bien más vale que sea importante.
–Veréis... alteza... e-el caso es... –Alistar lo observa tartamudear y realiza una mueca divertida, no había un solo ser en este palacio que no le temiera, no había uno solo que no se sintiera intimidado por su presencia –Me disculpo por haberos molestado… pero su majestad la reina solicita vuestra presencia.
–¿La reina? –alza las cejas incrédulo y le da otro sorbo a su copa, esto era inusual, antes lo llamaba mucho pero hace años dejó de intentar establecer contacto con él –¿Y qué es lo que su majestad desea de mí?
–Ella ordeno que vos la acompañarais en el jardín, al parecer tiene un comunicado importante que haceros.
–Ya veo... bien, podéis retiraos –el príncipe lo despide con un sutil gesto de la mano.
–Pero alteza verá... ella dice...
–He dicho que podéis retiraos –repite tajante y esta vez el soldado sale disparado hacia el pasillo.
Alistar se acerca a la cama y observa como el pecho de la chica sube y baja, eso era buena señal. Sabía que no era bueno que se involucrase tanto pero una fuerza inexplicable lo mantenía en su sitio, incapaz de moverse. Quería quedarse con ella ¿El por qué? Ni él mismo lo sabía. Probablemente no quería que muriese porque había descubierto lo jodidamente bien que sabía su sangre y no deseaba dejar de probarla. Exacto. Por fin encontraba el motivo de su interés, la sangre, solo eso. Lástima que no pudiera quedarse a degustarla, el deber llamaba, debía saber que deseaba “su majestad”.
Sale de sus aposentos malhumorado y se dirige al jardín. Ya que tenía que verla que al menos no pensara que lo hacía por lo mucho que la apreciaba. Al contrario, la odiaba, a ella y al resto de su familia. Su único objetivo era destruirlos a todos, su único objetivo era cumplir el tan anhelado sueño de su madre y castigar a aquellos que le produjeron la muerte. Pero quien lo llamaba seguía siendo la reina y debía al menos mostrarse cordial, por ahora…
–Alistar querido, me alegra que estéis aquí –le saluda la reina Amberley una vez llega a la mesa del jardín en la que ella se encuentra cómodamente sentada y, tal como pensó, no estaba sola. Allí también había otras dos personas, Claus, ese detestable vampiro del consejo al que le tenía ganas desde hace tiempo y Stacia, su queridísima hermana.
–Al parecer tendremos compañía... –comenta el príncipe con sarcasmo mientras toma asiento.
Amberley pasa por alto la insinuación y solo lo observa sonriente. A Alistar le fastidiaba que la tercera esposa de su padre fuera tan amable. Cuando era pequeño, ella siempre intentaba acercarse a él, según decía un niño no debía estar solo. Craso error. Él no era un niño, era un poderoso príncipe, alguien con un gran destino a cuestas. No podía darse el mismo lujo que sus hermanos y eso fue algo que ella nunca entendió. Aunque al final si logró cumplir con su objetivo de actuar como una madre, primero con Jordan y Stacia y luego, años después, con su propio hijo.