Se sentía ligera, como flotando en una espesa bruma. No existía nada a su alrededor, solo el vacío que la envuelve y consume. Una tan grata sensación de paz que la hace querer sumergirse cada vez más profundo en el sueño y no despertar jamás.
Pero la tranquilidad dura poco. Podía sentir diversos ruidos provenientes de ninguna parte que no le permitían descansar. Al principio eran solo murmullos apagados, pero a medida que pasaba el tiempo se iban tornando más potentes, taladrándole la cabeza. Quería con todas sus fuerzas gritarles que hicieran silencio, pero de sus labios no brota un solo sonido y, de repente, abre los ojos de golpe.
Lejos de encontrarse en el lúgubre castillo de los vampiros, está en un lindo y gran jardín, con suave pasto y bellas flores silvestres que se extienden por doquier. Un lugar de ensueño que no le resultaba para nada desconocido, un lugar guardado en lo más hondo de su mente.
–¿Erika? ¿Qué haces ahí quieta? Ven a sentarte conmigo –la chica levanta la cabeza sorprendida ante la voz que la llama para encontrarse con el rostro amable de su madre, pero se veía diferente, estaba más ¿joven?
Erika observa sorprendida como Isabella lee atentamente su libro y, casi sin percatarse, sujeta con fuerza la pelota entre sus manos... esperen... ¿pelota? Lentamente baja la cabeza y es cuando se permite observarse por primera vez. Era ella, pero una ella de hace mucho tiempo, una ella de seis años. Y esta escena, este lugar... se comenzaba a desarrollar de forma precipitada en su mente.
Sonríe alegremente y, dejando caer el balón al suelo, corre por el pasto, lanzándose al regazo de su madre en un fuerte abrazo, puede que esto fuera solo un sueño, pero sí lo era, deseaba disfrutarlo al máximo.
–Vaya pequeña... hoy estas muy cariñosa –la observa Isabella con humor –¿A qué se debe?
–Nada mami... –contesta la niña sin dejar de apretarse a ella –Solo quiero que sepas que te quiero muchísimo.
–Lo sé pequeña, yo también te quiero mucho...
Se quedan un rato así, en silencio, haciendo que Erika lo sienta como el mejor momento de su vida. Cuanto daría por regresar de verdad a esta época donde eran tan felices, donde eran una familia...
De repente, algo llama su atención. En la parte más alejada del jardín se encontraba la casa que tan bien recordaba. Y allí, asomados a la ventana del primer piso, unos ojos iguales a los de ella le devolvían una triste mirada, encogiéndole el corazón.
–Mamá... ¿por qué Erik no puede venir a jugar? –pregunta la chica esperanzada.
–Sabes que no, su salud es muy delicada y no puede salir de casa.
–Pero... –intenta replicar.
–Pero nada, he dicho que no –ordena no dejando lugar a reproches.
A sabiendas que no ganaría nada, se levanta de las piernas de su madre y se acerca a la ventana en la que asoma su hermano, quien se queda observándola con los ojos abiertos, a esperas de una buena noticia.
–Lo siento... –dice ella bajando la cabeza con pena y moviendo sus pies en círculos sobre la tierra –No pude hacer nada...
Levanta la vista para ser partícipe de su reacción y lo que ve la deja de piedra. Lejos de observarla triste como hace un momento, ahora estaba claramente enojado y su mirada reflejaba tal odio contenido que la chica no pudo más que retroceder asustada. Al momento y casi imperceptiblemente, sus ojos, antes de un azul profundo, se van tornando de un rojo carmesí. Antes de que pudiese darse cuenta aquellas barreras que los separaban comenzaron a desaparecer y, en menos de un segundo, se encontraban frente a frente en uno de los tenebrosos pasillos del castillo, con solo oscuridad a su alrededor e iluminado tenuemente por unas antorchas casi apagadas. Para sorpresa de Erika ya no era su hermano quien le devolvía la mirada, sino aquel sanguinario vampiro que tantos problemas le había dado.
Pero había algo raro, no parecía del todo él. Su cara se mostraba mucho más terrorífica de lo que en realidad era. Y los ojos, inyectados en sangre, la observaban como si fuera la más jugosa de las presas.
La joven traga saliva sonoramente y comienza a buscar vías de escape ante el inminente peligro. Ya no era esa pequeña niña, ahora estaba otra vez en su cuerpo adulto y no le gustaba nada como pintaba la situación. De repente y sin darle tiempo a reaccionar, el vampiro, se lanza sobre su cuello desgarrado la sensible piel. Erika intenta desesperadamente desprenderse de él, pero sus esfuerzos son inútiles y siente como cada vez ejerce más presión, produciéndole un dolor agonizante. No podía pedir ayuda, ya no era capaz ni de controlar su propio cuerpo. Solo rezaba para que el horrible suplicio terminase lo antes posible. Era irónico como había acabado nuevamente en sus fauces, pero esta vez se sentía peor, mucho peor…
La sensación de ahogo se hacía cada vez más presente, sus ojos se cierran y solo ve oscuridad, no sabía cómo no había perdido el conocimiento aun, pues por toda la sangre que sentía resbalar por su ropa no debía quedarle mucha. Parecía que nunca iba a acabarse, que sería una tortura sin fin. Pero estaba tan concentrada en dejar de sentir dolor que ni siquiera fue consciente del momento en que los colmillos dejaron de ejercer presión.
–Ya puedes abrir los ojos...
Guiada por la suave voz que le habla obedece algo renuente la orden, temiendo encontrarse nuevamente con el par de ojos carmesí. Pero para su sorpresa el lugar donde está es completamente diferente. Un espacio totalmente blanco y sin fin le da la bienvenida, a su alrededor solo se encuentra la nada.
–Estoy aquí detrás.
En un rápido movimiento se voltea y observa fijamente a ese chico con el que no deja de soñar, ni siquiera sabía su nombre o de donde había salido, podría preguntárselo pero estaba segura de que no se lo diría. Era una persona demasiado misteriosa, aunque no sabía si debía llamarlo así, técnicamente solo era un producto de su imaginación. Instintivamente Erika se lleva las manos a su cuello, como imaginó, no había absolutamente nada.