Príncipe Oscuro

Capítulo XXVII

Alistar contuvo un estremecimiento al llegar al salón Dorado donde le habían informado que esperaba Horvart. Le parecía increíble cómo siendo ambos seres de la oscuridad, a diferencia de él, el brujo amase tanto la luz. Pero lo que verdaderamente le molestaba era que la supuesta reunión fuese en el lugar más iluminado de todo el maldito castillo, tanto que, a pesar de ser un vampiro, se sentía prácticamente ciego. Sin embargo era consciente de que el malintencionado rey lo hacía solo para molestarlo.

–Alistar mi buen amigo, un gusto volver a saludaros –dijo el rey con una sonrisa más que fingida cuando el vampiro llegó a su lado en la pequeña mesa de desayuno.

–¿Majestad seríais tan amable de bajar el brillo? –pidió Alistar irónico tomando asiento frente al soberano –Como veis logra incomodarme un poco.

–¡Oh mil disculpas! No lo había notado–exclamó Horvart con actuado asombro y, agitando su mano derecha en la cual brilló la extraña piedra de un anillo, las luces se apagaron al instante, dejando al cuarto sumido en un tenue resplandor rojizo –¿Mejor?

El vampiro suspiró aliviado al poder darle un descanso a sus ojos y finalmente fue capaz de observar en su totalidad la habitación en la que había estado miles de veces. Al parecer el brujo no era partidario a redecorar pues, a pesar de haber pasado veinte años desde la última vez, todo seguía exactamente igual.

El interior era de oro en su totalidad, incluso la mesa en la que estaba sentado y los cubiertos sobre ella, no por nada llevaba su nombre. La paredes, desde el suelo al techo en forma de cúpula, estaban hechas de piedras mágicas creadas por el mismo rey y eran lo que provocaba la luz tan intensa que siempre parecía haber. La habitación carecía de algún otro mueble u objeto y parecería innecesaria a simple vista de no ser por la puerta que Alistar sabia se ocultaba en una de sus paredes, en la que Horvart guardaba su más oscuro secreto. El vampiro la vio solo una vez y había jurado con su vida callar tal descubrimiento.

–¿Qué queréis? –demandó Alistar con fastidio, cuanto antes acabase mejor.

–¿Lleváis dos días escondido en el cuarto de mi hermana y eso es todo lo que tenéis para decirme? –Lucio encarnó una ceja divertido y señalo la copa que permanecía frente al príncipe–Venid, tomaros algo conmigo, espero haber acertado y que vuestros gustos no hayan cambiado.

Alistar frunció el ceño ante la burla puesto que la copa solo contenía sangre. Sin embargo calló cualquier comentario y, levantándola en una representación de brindis, se la llevó a los labios para darle un pequeño sorbo.

Lucio repitió su acción mientras el vampiro lo observaba curioso. Hacía años que no lo veía y debía reconocer con pesar que se encontraba peor que nunca. Su piel estaba mucho más pálida de lo que recordaba, casi cadavérica y sus mejillas lucían hundidas. Su largo cabello había ido perdiendo, a través de los años, su rubio brillante tan característico y ahora se veía tan opaco que parecía incluso blanco. Lo único que permanecía igual eran sus ojos, que resplandecían intensamente con una mezcla de dorado y rojo, al igual que un vivo fuego.

–Deberíais dejar de retrasar lo inevitable –observó Alistar –Lucís cada vez peor.

–Soy consciente de que con mis pequeños métodos no lo lograré engañar al destino mucho más tiempo –Lucio suspiró cansado –Aunque no podéis culparme por intentarlo.

–¿En los últimos cien años cuanto habéis envejecido? –preguntó el príncipe realmente interesado.

–Unos siete años –confesó el rey removiéndose algo incómodo.

–¿Tanto? –se sorprendió Alistar –El siglo pasado solo fueron cuatro.

–Debéis entender que a medida que pasa el tiempo se hace cada vez más difícil para mí mantener el hechizo y pronto ya no podré hacerlo –reconoció sin pesar –Aunque calculo que me quedaran aun dos o tres siglos, quizás más.

–¿Pero a qué precio? Sois viejo Lucio –apuntó el vampiro con toda razón –Mucho más que yo o mi propio padre, a lo mejor es hora de que descanséis, sé que eso que hacéis es sumamente doloroso para vos y, a medida que pasa el tiempo, se torna peor.

–Es el pequeño precio que hay que pagar por la eternidad mi querido príncipe –afirmó Horvart convencido y se apresuró a cambiar de tema –Mas sin embargo no fue para hablar de mis achaques que os llamé.

–Vos diréis entonces –Alistar asintió, Lucio había dado el tema por cerrado y bien sabía que sería inútil insistirle.

–Tengo conocimiento de que recibisteis mi invitación –Horvart le lanzó una mirada crítica a su invitado y él lo entendió al momento.

–Y supongo que también habréis recibido mi respuesta –contraatacó con calma.

–Lo hice –el brujo se encogió de hombros desinteresado –Mas no la acepto, es un día importante.

–Lucio… sabéis que muy en el fondo os aprecio –comenzó Alistar algo inquieto –Me acogisteis en vuestra casa cuando todos me dieron la espalda, actuasteis como padre y amigo, por eso os estaré agradecido eternamente, mas sabéis tan bien como yo que aunque las relaciones entre nuestros reinos sean de mutua tolerancia aún queda demasiado resentimiento, juntar a brujas y vampiros en un mismo lugar no me parece la mejor de las ideas.

–Os equivocáis –el rey sonrió misterioso, como quien tiene el mejor de los planes –También vendrán las criaturas oscuras.

–¿Estáis queriendo decir que Alhexias ha aceptado? –Alistar abrió los ojos sorprendido sin dar crédito –Parece algo completamente impropio de él.

–Alistar ¿no os dais cuenta acaso? –preguntó Lucio con calma, como quien quiere hacerse entender a un niño pequeño –Después de tantos siglos de peleas innecesarias es hora avanzar, esta fiesta es la oportunidad perfecta para Ilkbahar, Nordstronah y Neisseria puedan convivir de forma pacífica y ¿Quién sabe? A lo mejor algún día podamos alcanzar algún tipo de vínculo.

–Esas visiones idealistas que tenéis se parecen demasiado a las de mi hermano –el vampiro negó con la cabeza resignado –¿Alissea sabe que usareis su cumpleaños con fines políticos?




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