–Subid.
Erika observó recelosa la mano que le tendía el vampiro, sin decidirse a cumplir la orden. No era el hecho de que ese fuera probablemente el caballo más temible que hubiese visto en su existencia lo que le causaba pavor, no, lo que realmente la molestaba era tener que viajar con él sobre la misma grupa. Es cierto que harían probablemente años desde la última vez que montó pero sabía que, en caso de ser necesario, sería capaz de hacerlo sin problemas.
–¿Qué os pasa? –se mofó el príncipe desde lo alto de su bestia negra –No me digáis que os dan miedo los caballos.
–Los caballos no me asustan en lo más mínimo –aseguró un tanto ofendida, le tranquilizaba ver que Alistar parecía haberse calmado un poco, un problema menos del que preocuparse –Tanto así que sería perfectamente capaz de llevar el mío propio, no pienso viajar contigo.
–¿Entonces en lugar de los caballos aquello que os asusta… soy yo? –el príncipe hizo una mueca burlona y Erika sintió como le hervía la sangre –Lo siento querida, pero os guste o no tendréis que venir conmigo, ni en sueños os dejaría montar a vos sola. Ahora obedeced y tomad mi mano.
–¡No puedo creer que presentes una actitud tan ridículamente machista! –exclamó la joven airada y el corcel se removió nervioso.
–No gritéis, odia el ruido –Después de haber conseguido calmar al caballo, Alistar se enfocó en Erika con gesto duro y ojos chispeantes –Si tengo que repetirme una vez más os juro que os arrepentiréis.
A regañadientes Erika tomó su mano y dejó que el vampiro la alzara hasta quedar sentada sobre el caballo, justo delante de Alistar. Un estremecimiento recorrió a la joven al sentir como sus manos la envolvían para tomar las riendas.
–¿Tenéis frio? –preguntó él curioso ante la crispación de su cuerpo.
Erika se mantuvo en silencio. No era el aire gélido de la noche lo que la hacía estremecer, sino la cercanía de sus cuerpos de la que, en este momento, era demasiado consiente. Pero primero muerta antes de confesar algo así, lo mejor sería atribuirlo a lo que había pensado él. De todos modos ahora que se mencionaba se daba cuenta de que quizás si tenía un poco de frio.
–Seria completamente normal –apuntó con un encogimiento de hombros –Contrario de ustedes los chupasangres, los humanos no somos inmunes a las bajas temperaturas… ni a las altas ya que estamos.
–¿Y qué os hace pensar que a nosotros no nos afectan también? –alegó el príncipe divertido –Los vampiros también podemos sentir frio o calor, aunque ni de cerca somos tan delicados como vosotros.
La joven resopló por lo bajo y se negó a responder, no tenía sentido comenzar una discusión por algo tan trivial. En este momento lo único que realmente le interesaba era descubrir a donde la llevaba. Salir a caballo con un vampiro mentalmente desequilibrado a altas horas de la noche y con el frio que comenzaba a incrementar no había sido su plan inicial. Estaba por preguntarle cuando de repente siente algo cayendo sobre sus hombros, cálido y envolvente.
–Usadla –ordena Alistar –La necesitareis.
Erika se queda sin palabras sintiendo el suave roce de la tela de la capa, jamás hubiera imaginado que fuera tan cómoda, mucho menos que el vampiro tuviera un gesto de esa índole para con ella. Se sentía a gusto, quizás demasiado… y ahí fue verdaderamente consiente de lo cansada que estaba. Era tarde, demasiado tarde. Un bostezo involuntario escapó de sus labios.
–Sujetaos bien –susurró él suavemente para seguidamente emprender el galope.
La joven se vio obligada a salir bruscamente de su ensoñación ante la agresiva revolución del caballo que, guiado por su jinete, se adentraba cada vez más en la oscura densidad del bosque. El viento le daba en el rostro y Erika se sujetó a la crin del animal como si la vida le fuera en ello ¿Cómo es posible que un caballo, por grande e impresionante que fuera, pudiera ir tan rápido? La respuesta le vino casi al instante. Debía recordar que, por muy parecido que fuera en algunos aspectos, no estaba en su mundo. En este, hasta algo tan simple como un caballo podría llegar a ser peligroso.
–Parece como si se os fuese a salir el corazón de golpe –comentó el príncipe con guasa, haciéndose entender perfectamente a pesar del potente golpeteo de los cascos–¿Ahora si estáis asustada?
–¿Acaso esa es tú intención? ¿Qué lo esté? –respondió con toda la sangre fría que pudo reunir mientras cerraba fuertemente los ojos buscando calmarse a sabiendas que, a pesar de la cercanía, él no sería capaz de verla –Pues te informo que has fracasado olímpicamente.
–¿Entonces vuestro objetivo es únicamente dejar sin pelaje a mi caballo? –se burló el vampiro.
Haciendo oídos sordos a la insinuación, Erika se dedicó a ignorarlo. Más que nada porque no se sentía capaz de mantener la calma y una conversación coherente al mismo tiempo. Por un segundo pensó en soltarse de manos y mostrárselas solo para desmentir sus palabras pero no tenía el suficiente valor. Estaba muerta de miedo y él lo sabía. Sin embargo no iba a dejar que eso la incomodase, podía dejarlo tener la razón al menos esta única vez. Lo realmente incomodo era la risa burlona que no dejaba de martillear dentro de su cabeza, si hubiera alguna probabilidad de éxito sería capaz incluso de tirarlo del caballo con tal de que se callase, pero sabía que no podría conseguirlo para su mala suerte.