Príncipe Oscuro

Capítulo XXIX

–¡Erika! ¡Erika! –el joven gritaba desesperado en el borde del acantilado, recibiendo respuesta únicamente de su tenue eco.

Lágrimas de frustración bajaban por sus verdes ojos y el cabello pegado al rostro por el sudor a penas lo dejaba ver. La máscara, que hacía poco ocultaba su identidad, yacía hecha trizas a unos metros del muchacho, sin haber logrado aguantar el primer ataque de furia.

Los secuaces cadavéricos permanecían amontonados a una distancia prudencial, ninguno de ellos parecía lo suficiente valiente como para acercarse a su señor, su aura parecía predecir una muerte segura para cualquiera que osara acompañarlo en un radio de un metro al menos.

El tiempo parecía haberse detenido en ese recóndito lugar y el silencio sepulcral los inundaba con su presencia, ni el viento parecía dispuesto a soplar ya, o al menos eso le parecía al joven arrodillado a orillas del borde.

–Señor… –uno de los subalternos se adelantó temeroso.

Llevaban horas allí y sin embargo su joven amo no parecía dispuesto a moverse, su mente parecía haber volado muy lejos dejando detrás únicamente un cascarón vacío, sin vida, así como los ojos que parecían querer fundirse con la boca oscura.

–Señor por favor… –repitió con la voz ronca tan característica de los de su clase y, al no recibir respuesta nuevamente, le tocó el hombro en un gesto desesperado.

El tacto de la mano parecía haber activado una especie de interruptor en el joven que, llevado por la inercia, se volteó hacia su sirviente con sus brillantes ojos amarillos inyectados en sangre. El hombre, evidentemente arrepentido, comenzó a retroceder lentamente pero era demasiado tarde.

Fuera de sí, Shadow se puso en pie a una velocidad alarmante, centrando toda su ira en el pobre infeliz que había osado perturbar su luto. Con fuerza sobrehumana alzó al desdichado, cerrando sus manos como garras entorno a su cuello. Las uñas, antes pequeñas y cuidadas, comenzaron a crecer hasta convertirse en largas dagas afiladas que se dedicaban a rasgar la carne del pobre hombre. Un líquido amarillo viscoso bajaba lentamente por la herida en lugar de la sangre.

–¡Tú! –gritó haciendo exhibición de sus colmillos que también se habían alargado perdiendo su forma habitual, y seguidamente clavó sus ojos en el resto de sirvientes al tiempo que los señalaba con el dedo –¡Todos ustedes! Ustedes tienen la culpa ¡¿Cómo dejaron que pasara algo así?! ¿Acaso no fui claro en mis palabras? ¡Dije que quería a la chica sin un maldito rasguño!

El hombre al que sostenía el joven señor se debatía histérico tratando de aspirar inútilmente alguna bocanada de aire, pero su amo no parecía dispuesto a concederle dicho alivio, al contrario, con cada segundo que pasaba hacia que sus garras penetrasen más profundo en su piel, sometiéndolo a una larga e indescriptible agonía.

–Dame una sola razón para no hacerte trizas en este mismo instante –susurró Shadow en voz baja pero mortífera mientras avanzaba unos pasos hasta dejar el cuerpo colgando del acantilado, con las manos que sostenían su cuello como único punto de apoyo –Dame una sola razón para no soltarte y hacerte correr el mismo destino que ella.

–¡Deteneos salvaje! –una voz femenina chilló a sus espaldas y el joven trasladó la mirada de su víctima a la recién llegada –Os prohíbo que le pongáis un solo dedo encima a una de mis creaciones.

–Siempre tan inoportuna querida Amaia –una mueca cínica asomó en los labios de Shadow –Al menos deja que desquite mi ira con este ¿A ti que más te da? Ni siquiera está vivo de todos modos.

Amaia avanzó enojada dejando que su vestido imperial, tan negro como la noche, absorbiera toda la suciedad del rugoso pavimento. Con gesto furibundo se atusó su larga melena rojiza y sus ojos, del mismo color, refulgieron como llamaradas encendidas.

–Soltadlo ahora –ordenó cruzándose de brazos –vuestra humana está bien, aun puedo sentirla.

Ante semejante afirmación los ojos de Shadow centellearon recuperando su color natural al momento y de forma tosca lanzó al sirviente a un lado, concentrando toda su atención en la doncella de alargadas orejas. Podía llegar a ser sumamente irritante pero había probado con creces su valía y, en momentos como este, hasta se alegraba de tenerla a su lado.

–¿Cómo estas tan segura? –preguntó nada convencido pero agarrándose al pequeño atisbo de esperanza que ella le proporcionaba –Además ¿Qué haces aquí? ¿Quién te ha dicho dónde encontrarme?

–Le sonsaqué un poco de información a vuestro hermano –la joven se encogió de hombros –Y sabed que he estado aquí desde un principio, he visto todo lo que ha ocurrido y creedme, la humana está perfectamente.

–¿Y por qué debería creerte? –Shadow se acercó a ella de forma amenazante pero en lugar de retroceder amedrentada la chica solo sonrió –He caído preso de tus mentiras más de una vez, los de tu raza no son de fiar, además… solo podrías estar tan segura del bienestar de Erika si tuvieras u-…

Las palabras se atoraron en la boca del chico sin ser capaces de salir pues, con gesto de absoluto asombro, se había quedado hipnotizado ante aquello que Amaia le tendía con la palma abierta. Superada la impresión inicial una mezcla de furia profunda y alivio penetró por cada poro de su piel, y su cuerpo no sabía a cuál obedecer. Por un lado solo deseaba arrancarle la cabeza a la elfa pelirroja y por otro sentía que tenía algo que agradecerle. Aunque jamás le admitiría tal cosa.

–¿Cómo diablos has conseguido eso? –le recriminó ofendido mientras arrebataba de sus manos el objeto cilíndrico y comprobaba que no hubiese sufrido el más mínimo daño –¡¿Te has atrevido a robarlo?!

–Sería más acertado decir que lo tomé prestado –corrigió la pelirroja coqueta –Cuando vuestro hermano me comentó lo que pretendíais vislumbre el desastre y lo tomé por si acaso, evidentemente yo tenía razón.

–Me has sido de utilidad, así que por esta vez lo dejaré pasar –el joven la observó severo –Pero que sea la última vez que hurgas entre mis cosas maldita bruja.




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