La ciudad de Agrane era sin duda más maravillosa, terrorífica y atrayente de lo que había podido imaginar. Sus edificaciones se erguían como enormes pesadillas góticas de piedras frías y gélidas. Las calles se encontraban iluminadas a cada lado con altos postes metalizados de antorchas encendidas que parecían no tener intención de apagarse nunca y hacían las veces de lo que ella conocía como “postes de la luz”.
La paleta de colores hacía gala de un impecable estilo monocromático que viajaba del blanco opacado por la noche hasta el negro más penetrante, como si fuera todo parte de la obra del mismo arquitecto acromatopsico.
Erika permanecía absorta observando los edificios coronados con grandes cúpulas de cristal e imponentes arcos de piedras. Siempre había sentido cierta fascinación por el tema de la arquitectura gótica renacentista y de algún modo se sentía como presa en una versión mucho más oscura y siniestra de aquellos libros que tanto amaba leer. Su fascinación solo conseguía ser aplacada por las múltiples esculturas de piedras representando a disímiles monstruos que conseguían ponerles los pelos de punta. Jamás había visto estatuas más realistas que estas, parecía como si fueran a cobrar vida y lanzarse sobre ella en cualquier instante.
El otro detalle era que se sentía totalmente fuera de lugar, como un negro frijol en un gran bol de arroz. Y lógicamente no paraba de atraer la atención de cuanta gente pasaba por delante de ella, aunque no estaba demasiado segura si se debía al hecho de que se veía a la legua que no encajaba con el tétrico paisaje o a que llevaba escrito en la frente un cartel que parecía gritar “humana” a viva voz. Pues se había fijado y, excepto a alguno que otro que había pasado acompañando a algún vampiro o vampiresa, no había visto ni a uno solo como ella.
Los vampiros… ese era otro tema. Si en algún momento le había llegado a parecer que Alistar era extravagante se retractaba totalmente. Las mujeres se paseaban de aquí para allá con largos y ostentosos vestidos en tonos ocres, cubiertas de encajes y la más fina joyería, como si cada una desease hacer gala de sus posesiones y sobresalir a como diera lugar por encima de las demás. De cierto modo esa actitud que observaba le recordaba un poco a la vieja “Erika”, aquella chica que se creía el centro del universo, le parecía increíble cuantas cosas le habían pasado desde entonces y cuanto había cambiado. Aunque consiguiera regresar a su casa en algún momento ya nada volvería a ser como antes.
En los caballeros en cambio abundaba por sobre todo el cuero y los colores oscuros, identificados principalmente por el negro y el índigo, parecía que en este mundo los colores primaverales eran aborrecidos, suponiendo que por lo menos supieran lo que eran claro. Largos sacos de ribetes dorados y altas botas hasta la rodilla completaban el conjunto de la mayoría.
–Menuda indecencia… –comentó una dama que pasaba justo frente a ella, su cara permanecía cubierta por un hermoso abanico de plumas y, a pesar de que Erika le devolvió la misma mirada de odio, la vampiresa no se dio por aludida y siguió su camino seriamente ofendida, sin dignarse a dirigirle otra mirada.
La joven suspiró resignada y se removió incomoda por quinta vez en el banco donde había permanecido sentada la última media hora. Ya no le interesaba el paisaje, reconocía que había sido divertido pero en este momento solo deseaba que él regresase ¿Qué rayos le tomaba tanto tiempo?
Esperad aquí, volveré enseguida
Sí, eso había dicho él. Pero no había vuelto y por más que se empecinaba escudriñando con la mirada cada recóndito lugar del paisaje y cada esquina que abarcaba su vista, aun no lo había divisado volviendo ¿Por qué la había dejado sola para empezar? Simplemente no lo comprendía. A ver… era entendible que no podía aparecer desnudo frente a tanta gente y por supuesto necesitaría un lugar más privado para deshacerse de su forma de lobo, sin embargo para empezar creyó que la llevaría al castillo, no a la ciudad de las momias vivientes.
Algo era seguro: estaba sola. Tenía hambre, frio y se encontraba en un lugar desconocido donde todos la miraban como un bicho raro, y todo por culpa de él… A su alrededor había centenares de monstruos hambrientos que podrían atacarla y de pasar algo así ¿en serio podría defenderse?
Confiad en mí, estaréis a salvo, solo no os mováis…
–Como si fuera tan fácil seguir sus malditas indicaciones –musitó mientras recordaba otra de las cosas que le había dicho antes de abandonarla.
Estaba tan enojada que, si pudiese, con gusto le arrancaría el corazón de cuajo. Lástima que no pudiera regresar sola o de lo contrario sin duda lo haría.
–No lo necesito para nada…
–¿Problemas?
Erika salió de su ensoñación y levantó la cabeza rápidamente, intentando buscar confundida de donde provenía la voz, no había escuchado acercarse a nadie.
–Más de los que imaginas… –sonrió al pequeño niño que se había sentado a su lado, era raro pero tenía la sensación de que ya lo conocía.
–No pertenecéis a este lugar –apuntó él con lógica y ella solo se encogió de hombros.
Sorprendentemente él no era el más indicado para hablar, había algo en el chico que tampoco concordaba para nada con el entorno. En todo el rato que llevaba allí sentada era el único niño que había visto ¿Dónde estarían los demás? ¿Habría siquiera? Lo otro extraño era su apariencia. Se encontraba vestido de forma sencilla, con ropas roídas e incluso sucias y una gorra escondía su rostro dificultando que pudiera definir sus rasgos en totalidad. Aunque ciertos mechones caídos de un rebelde cabello rojo y unos penetrantes ojos azules eran difíciles de ocultar. Él tampoco parecía pertenecer allí. Todo se veía demasiado limpio, demasiado impoluto, demasiado artificial, el niño que tenía delante parecía acabar con todos esos estereotipos ¿de dónde había salido?