Alistar estaba enojado. Sumamente enojado.
Inquieto miraba una y otra vez al lugar donde se suponía que ella debía esperarlo, obteniendo siempre el mismo resultado: nada. Sus ojos brillaban rojos de furia y apretaba los puños con tal fuerza que había logrado sacarse pequeñas gotas de sangre con ayuda de sus filosas uñas. Odiaba no ser obedecido pero, sobre todo, odiaba estar nervioso. En casi dos siglos jamás lo había estado, siempre fue reconocido por su utilitaria frialdad y carencia de emociones. Sin embargo este nuevo sentimiento lo asaltaba sin motivo aparente y apenas logra reconocerlo.
–No os mováis de aquí... no os mováis de aquí... –mascullaba irritado –A mí me suena bastante claro ¿Por qué ella debería tergiversar mis palabras?
Como una especie de tic nervioso sus manos volvieron a su cabeza nuevamente y se reacomodó en el banco de frio mármol, aquel del supuesto encuentro. Esa maldita humana iba a provocarle un infarto un día, algo que tenía bastante merito ya que los vampiros no sufrían de dolencias tan mundanas. Por primera vez en toda su existencia no sabía qué hacer. Se había pasado toda la hora anterior revisando de punta a cabo la ciudad y ni rastro de la chica. Parecía que simplemente se la hubiera tragado la tierra. Estaba tan decidido a encontrarla que incluso llegó a pararse a preguntar ¡Él! Un poderoso guerrero capaz de dirigir ejércitos aceptando la caridad de otros para encontrar a una simple esclava que técnicamente no se debía ni haber perdido ¡Sencillamente inadmisible! Pero, aunque le costara aceptarlo así estaban las cosas.
En parte reconocía su culpabilidad y se recriminaba internamente por ello. Tardó demasiado. Había roto su promesa de volver pronto y, conociendo a Erika como suponía que ya la conocía, no le extrañaba nada que se hubiese enfado y decidido hacer turismo o regresar sola al castillo, no había como saberlo. Pero no había sido su culpa, al menos no la mayor parte. Fue necesario hacer una parada en casa de Marcel para cambiarse y, una vez allí, su deber le exigía enviar un mensaje al castillo para asegurar que estaba en perfectas condiciones. Lamentablemente la cosa se había extendido más de lo que hubiese querido, aunque solo de imaginar el fiasco que se iban a llevar la panda de buitres que tenía por familia casi mereció la pena. Por supuesto, solo hasta saber que "su" humana desapareció.
Y le preocupaba. Por más que intentase engañarse y esconderlo ya era demasiado evidente incluso para él mismo. No sabía que era pero había algo en esa chica que lo hacía desear protegerla de cualquier daño y, solo de pensar que en ese mismo segundo pudiese necesitar su ayuda la sangre le hervía. Porque ese era otro problema importante, su mundo no era para nada parecido al de ella, este era cruel, peligroso y no te podías fiar de absolutamente nadie. Erika aun no había tenido oportunidad de aprenderlo. Siempre estuvo en la seguridad del castillo, bajo sus ojos; ahora, en el mejor de los casos, estaba sola en una ciudad llena de vampiros que, convencido estaba, no tendrían ningún reparo en atacarla.
–¿Vais a quedaros ahí eternamente o pensáis aportar algo? –habló Alistar sin molestarse en alzar la cabeza, sabía perfectamente que era espiado hace minutos y comenzaba a ser molesto.
–¿No os sorprende verme aquí? –preguntó él extrañado saliendo de su improvisado escondite detrás de una estatua, que de poco le había servido.
–Me da igual en realidad –Alistar se encogió de hombros –Vos no sois mi asunto así que por mi podéis hacer lo que queráis.
–¿Y quién lo es? –sonrió con malicia –¿Esa chica humana acaso?
Alistar levantó la cabeza como un resorte ante la mención de Erika ¿Acaso había alguien en este maldito mundo que no supiera de su existencia? Aunque había algo más, conocía demasiado bien al chico delante de sí como para saber que no la había sacado a relucir por casualidad. Es más, podría apostar que incluso su presencia tenía algún motivo oculto.
–¿La conocéis? –el príncipe alzó una ceja desconfiado.
–¿Así de alta...? –el niño se puso de puntilla e hizo gestos –¿Rubia, ojos verdes, muy mona y que responde al nombre de Erika? –hizo una pequeña pausa dejando que el vampiro que tenía ante sí asimilara sus palabras mientras enlazaba ambas manos detrás de la nuca con gesto despreocupado –Si, la conozco, es más... la he visto hace no mucho.
–¡Maldito niñato! –gruñó Alistar poniéndose en pie y Max dio un brinco producto de la impresión –Como le hayáis hecho algo os juro qu-...
–Guardaos vuestras amenazas –lo cortó el niño con una mueca –No ha sufrido ningún daño, al menos no de mi parte y, para vuestra información, yo tampoco se dé su paradero.
–¡Entonces no me hagáis perder el tiempo y decidme que queréis de una maldita vez! –siguió Alistar que ya había perdido la paciencia y parecía dispuesto a lanzarse sobre Max en cualquier momento.
–Ca-calmaos –trastabilló un poco el chico –Solo he venido a haceros un favor, no se su paradero actual pero si donde ha estado e imagino que allí encontrareis respuestas.
–¿Y por qué, me pregunto, precisamente vos querríais ayudarme? –Alistar alzó una ceja incrédulo mientras sonreía de modo cínico –Mas os vale que vuestra explicación me convenza.
Max observó a todas partes inquieto, indeciso de cumplir con la orden o no. Se atizaba los rojizos cabellos nervioso y parecía que su pie haría un agujero en el impoluto suelo en cualquier momento. Pero finalmente se decidió a hablar, sabía que Alistar no se conformaría con menos de eso.
–La verdad es que tengo mis propios motivos –explicó no demasiado convencido –No os diré que la chica me simpatiza ni que tenga algún interés en su bienestar, pero aquel que se la ha llevado también se ha metido conmigo y eso es algo que no pienso permitir.
–Ya veo... –los ojos de Alistar habían vuelto a su antiguo rojo furioso y miraba a Max como si quisiera degollarlo allí mismo –¿Me estáis queriendo decir acaso que la desaparición de Erika es culpa vuestra?