El jardín del castillo era sin duda alguna un lugar hermoso. Un espacio totalmente verde rodeado de innumerables flores extrañas y en el que se respiraba un aire diferente, más puro. Incluso la oscuridad reinante solo contribuía a concederle un aspecto mucho más místico, seductor. A Erika le sorprendía no haberse fijado nunca que existiera entre los muros un lugar así. Pero, lamentablemente, no podía distraerse admirando el paisaje, había algo más que requería su total atención.
–Por favor, sentaos –pidió Claus señalando la silla delante de él con gesto amable.
La joven frunció el ceño y lo miró desconfiada. El vampiro parecía estar en exceso relajado y la expresión de su rostro era indescifrable. A pesar de haberla salvado de la loca de la princesa había algo que en su cabeza no terminaba de cuadrar del todo. No confiaba en él.
–No creo que eso sea correcto lord Vreeland –intentó defenderse ella y en parte tenía razón.
La pequeña mesa de jardín se veía perfecta, tan blanca y brillante como el más puro de los metales y, cómodamente sentado, se hallaba el elegante vampiro de porte aristocrático y finos ropajes ¿Cómo podría ella encajar allí? Parecía incluso un pecado pensar en acompañarlo en su estado actual: sucia, con el vestido roto, el cabello revuelto y unas ojeras importantes. Por otra parte había que tener en cuenta también que ante sí tenía a un importante noble ¿y quién era ella? Solo una criada humana. Si alguien la viera seguro sería un gran escándalo y podrían reprenderla. Dada su situación eso era lo último que necesitaba.
–Dejaos de formalidades –ordenó el vampiro con una sonrisa que no congeniaba para nada con lo punzante de sus palabras –Obedeced pequeña humana.
Un poco renuente y de repente temerosa por el aura tan macabra que parecía destilar el lord, la joven se apresuró a cumplir el requerimiento con nerviosismo. Pero él, contrario a lo esperado, se dedicó a observarla con mirada inquisidora, como si la incitara a ella a decir algo. Definitivamente Erika tenía muchísimas preguntas que hacerle, eso estaba claro. Para empezar de donde había sacado el collar perdido, estaba completamente segura de que Max se lo llevó. Otra cosa rara era el motivo de su interés en ella, había ido incluso contra su prometida por defenderla y nada de eso tenía sentido en su cabeza.
–¿Os gusta el té? –preguntó después de un tenso silencio y la chica lo miró sorprendida sin saber qué diablos pretendía –He mandado que preparen, honestamente nunca he probado ninguno pero he oído decir que a los humanos os gusta su sabor, a lo mejor resulta que a mi tam-…
–Lord Vreeland –interrumpió la chica apretando los puños y, por solo un segundo, él pareció algo turbado–Por favor vaya al grano ¿Qué quiere de mí?
–Oh… –Claus sonrió divertido –Veo que no os gusta andaros por las ramas, por lo que he podido comprobar en diversas ocasiones sois una chica que hace gala de una valentía sinceramente impresionante, vuestro espíritu es fuerte y, como os dije una vez, parece brillar en la oscuridad…
–¿Y ese es el motivo por el cual me ayudó?
–Si os dijera que si… ¿me creeríais?
–No –respondió tajante y, por algún motivo, él asintió complacido.
–Es irónica vuestra desconfianza teniendo en cuenta ese secreto que compartimos ¿no os parece? –Claus le guiñó un ojo haciendo clara mención al último encuentro que habían tenido y a aquella extraña habitación oculta.
En ese momento, justo antes de que ninguno de los dos pudiera decir otra palabra, una joven con traje de criada idéntico al que se suponía debía usar ella, apareció en el campo de visión de Erika, justo por detrás de Claus. Mas sin embargo cuando dejó la pesada bandeja sobre la pequeña mesa el vampiro no se mostró ni un poco sorprendido. La criada, a la que rápidamente identificó, le hizo un gesto con la cabeza a su compañera, en un intento de darle ánimos que ella no logró entender y desapareció tan rápido como llegó.
Lord Vreeland haciendo gala de una excelente caballerosidad se dispuso, con una calma total, a colocar los utensilios sobre la mesa y, para gran incomodidad de la joven, sirvió el té en las dos relucientes tazas de plata. Al terminar le acercó una a Erika y tomó otra para sí.
–No os mentiré, he probado cosas mejores pero reconozco que no está mal –comentó relajado mientras le daba un pequeño sorbo a su taza, tanto así que apenas llegó a mojar sus labios y luego, mirando a la rígida chica añadió –¿Vos no bebéis? Disculpadme pero no conozco las costumbres humanas ¿es azúcar lo que necesitáis? Puedo pe-
–¿De dónde sacó el collar? –preguntó Erika cruzándose de brazos –¿Acaso fue usted quien lo preparó todo?
–Para nada –Claus negó divertido y dejó entrever sus afilados colmillos –Resulta que Max, vuestro amigo, también es un antiguo conocido mío y que lo viera con el colgante de mi novia fue solo pura casualidad. Por supuesto que al explicarle la situación el niño no tuvo problemas en cedérmelo “amablemente”…
–¿Está jugando conmigo acaso? –soltó ella de repente y el vampiro frunció el ceño mientras, lentamente, bajaba su taza dejándola olvidada en la mesa.
–Imagino que después de todo lo que habéis pasado en este reino un poco de amabilidad os parezca inconcebible –Claus la miró fijamente a los ojos y a la chica le pareció que incluso se regocijaba con su irritación –Conozco a vuestro amo y se de primera mano que su carácter no es el mejor.
–Disculpe mi grosería lord Vreeland, pero imagino que no me trajo aquí para hablar de mis gustos en las bebidas y mucho menos de mi “amo” ¿o me equivoco? –Erika intentaba devolverle la mirada con toda la actitud de la que era capaz, su sonrisa y buenos modales no conseguirían engañarla, era como todos: un depredador esperando para devorar a su presa. Si la había ayudado algún motivo debía tener.
–Dejad que os cuente una pequeña historia dulce Erika –Claus suspiró y juntó las manos apoyando los codos sobre la mesa –Hace algún tiempo en este castillo vivió una reina. Ella era hermosa: cabello negro cual ébano, piel pálida, labios carnosos, unos ojos tan profundos y azules como el mar… era increíble pensar que tal ángel descendiera de una raza tan inferior como los humanos… –el vampiro suspiró soñador y la joven lo observó extrañada, había algo en la forma de describirla que la llevaban a pensar que él podría sentir un afecto real por esa mujer –A pesar de estar casada y tener aparentemente el mundo a sus pies esta reina no era feliz, pues no tenía lo más importante, aquello que más anhelaba su corazón: amor. Su esposo, quien alguna vez fue su ser amado, se había convertido en su verdugo y la mantenía prisionera en una jaula de oro. Pasó los años en la absoluta soledad y sumida en el pozo más profundo de las depresiones hasta que ocurrió: se corazón muerto volvió a latir. Pero ese nuevo amor era considerado prohibido y el elegido sostenía un alto cargo como el más importante de los consejeros del rey, sin hablar de que a sus espaldas ya cargaba la responsabilidad de una esposa y un pequeño hijo. Pero a ellos no les importó, estaban dispuestos a lo que fuera por permanecer juntos, incluso de destruir al culpable de sus penurias y fue en ese momento que ocurrió la desgracia… –el rostro de Claus se ensombreció al son de la historia y Erika tragó en seco, imaginaba a quien se refería y cuál sería el final que le contaría –El rey, habiendo descubierto el romance de su esposa y acusándola injustamente, pidió su cabeza. A duras penas su amante, con el corazón roto, consiguió escapar con su esposa e hijo de la pena capital, pero su destino fue muchísimo peor. Con su reputación destruida y siendo considerado el peor de los traidores se vio obligado a vivir recluido en una maldita madriguera lo que restó de su pobre e insignificante vida. Ni él ni su esposa consiguieron sobrevivir al horror del destierro y finalmente perecieron: quien sabe si por la pena, quien sabe si en las fauces de un monstruo, quien sabe si ellos mismos se dieron muerte… –el vampiro parecía estar hablando solo, con mirada siniestra y completamente sumido en sus pensamientos. Un escalofrío recorrió a la joven –El hijo al verse solo decidió volver al lugar que una vez fue su hogar con la intención de probar suerte, de todos modos si iba a ser asesinado siempre sería un destino mejor que el que le esperaría solo ahí fuera. Sin embargo para su gran regocijo el rey, en alarde de infinita misericordia, decidió perdonar todos sus pecados y darle un cargo privilegiado junto a él, como un distinguido miembro del Consejo, un cargo que sostiene hasta el día de hoy…