Príncipe Oscuro

Capítulo XXXIV

Alistar avanzó hecho una furia hasta donde se encontraba Claus y, sin atender a razones, lo tomó por el cuello alzándolo en vilo, no recibiendo ningún tipo de resistencia de su parte. Con los ojos centelleantes cerraba cada vez más su agarre a tal punto que Erika se sorprendió de que no se lo hubiese partido ya. Pero a pesar de eso, en lugar de mostrarse temeroso, lord Vreeland no hacía más que sonreír como si la situación lo divirtiera en demasía, cosa que solo acrecentaba el enojo del príncipe.

–¡Creí haberos dicho que no os quería cerca de ella! –rugió con fuerza.

–Os confundís alteza –explicó Claus con una calma extrema que para nada tenía que ver con su situación actual –Deberíais informaros mejor, el enemigo no soy yo.

–No me toméis por tonto alimaña –espetó el príncipe haciendo más presión y esta vez el otro vampiro si jadeo dolorido –Se bien lo que ha pasado y cada uno de los culpables recibirá su castigo.

Erika solo recordaba una vez en la que había visto a Alistar tan enfadado como en ese momento y fue cuando Wilmer intentó desfigurarle la cara, solo esperaba que en esta ocasión el final no fuera tan trágico. Sin embargo esta vez había ocurrido un error, Claus no era culpable de nada. No le caía para nada bien pero tenía que reconocer que el vampiro solo había intentado ayudarla.

–Entonces creo que deberíais empezar por vuestra hermana –consiguió articular malamente lord Vreeland producto a la falta de oxígeno –¿O es que a ella os veis incapaz de castigarla?

–¿Eso creéis? –Alistar sonrió con sadismo y a la joven se le pusieron los pelos de punta cuando añadió –¿Por qué no vais y le preguntáis vos mismo? Sería un placer mandaros al mismo lugar que a ella.

–Mentís… –el rostro de Claus se descompuso y, por primera vez, parecía haber perdido algo de su tan característica seguridad –A ella no podéis hacerle nada, la ley os lo impide…

–Tenéis razón –el príncipe hizo una mueca y lord Vreeland asintió complacido –A mi hermana no puedo hacerle daño, al menos no tanto como desearía, pero decidme… ¿Qué me impediría mataros a vos en este mismo instante?

Los ojos de Claus se abrieron con terror y sus manos corrieron a sostener las del príncipe, intentando retener la fuerza bruta con la que pretendía partir su cuello como si de una pequeña ramita se tratase. En las pupilas de Alistar se podía observar el claro desafió y la decisión con la que realizaba sus acciones, no estaba bromeando. Si se le daba la oportunidad acabaría con ese ser que tanto odiaba en ese mismo instante, parecía haber entrado en una espiral de locura donde lo único importante era el derramamiento de sangre: y había una en concreto que deseaba ver correr por sus manos.

–¡Basta! –gritó Erika asustada de verdad no reconociendo al vampiro –¡Suéltalo!

Al no recibir respuesta la chica se lanzó contra los dos jóvenes y, a pesar del dolor punzante en todo su cuerpo, intentó separarlos. Mas sin embargo pareciera que ninguno de los dos era consciente de su presencia y por más que ella empujaba se encontraban sumidos en su propia guerra de miradas de la que solo uno saldría vencedor.

–¡Alistar! –pidió nuevamente intentando abrirse paso por entre los vampiros y finalmente, el príncipe la miró –Por favor detente…

Al ver las lágrimas corriendo por el cansado rostro de la joven, la mirada del vampiro pareció suavizarse y, poco a poco, sus iris fueron regresando a su azul natural a medida que aflojaba el agarre sobre su presa. Claus, al verse de repente libre, no perdió el tiempo y se apartó con un manotazo y gesto ofendido. Pero, lejos de hacerle el más mínimo caso, Alistar se acercó a Erika y, en completo mutismo, se dedicó a limpiarle con su mano enguantada el ligero surco de lágrimas debajo de los ojos.

–No debéis llorar… –a pesar de la orden implícita, el susurro cortado lo hizo parecer más bien un ruego del poderoso príncipe y la joven lo observó extrañada. Ni siquiera recordaba el momento en que las lágrimas comenzaron a correr, debió haber sido un gesto involuntario de su cuerpo.

–Deberíais controlar un poco vuestro carácter “mi señor” –comentó Claus con burla mientras se componía su arrugado traje –No quisiéramos que la pequeña Erika se llevara una impresión incorrecta de vos ¿no lo creéis?

Alistar apretó los puños con fuerza ante la provocación, deseando lanzarse nuevamente sobre él y borrarle esa sonrisa cínica del rostro pero la joven, advirtiendo sus intenciones, tomó su mano haciendo que se relajase. La tensión del ambiente podía ser cortada con un cuchillo y las constantes pullas del lord no contribuían a mejorarla. Era como si quisiera provocar una pelea real en la que solo él saldría perdedor.

–Se perfectamente quien es mi amo lord Vreeland –Erika miró al vampiro con actitud y Alistar abrió los ojos de par en par ante la sorpresa de ver como se había referido a él –Y no creo que nada cambie eso.

–Ya la habéis escuchado –el príncipe apretó la mano de la joven agradecido mientras le sonreía con suficiencia a su rival –No obstante haríais bien en desaparecer de mi vista en este instante sino queréis que cambie de idea y vuelva a mis intenciones de hace un rato.

Claus hizo una mueca evidentemente molesto ante el posicionamiento de Erika en favor de Alistar. En sus ojos se podía apreciar la clara impotencia que sentía y nada quedaba ya de su antigua actitud burlona. Pero, contra todo pronóstico, no dijo nada. Por primera vez pareció obedecer a su señor y con el aire altanero tan característico de su persona desapareció del jardín atusándose los costosos ropajes. La joven fue incapaz de contener una risilla al ver la crispación de sus hombros a medida que se alejaba, imaginando lo bien que le quedaría el humo saliéndole por las orejas de los dibujos animados. El príncipe alzó una ceja en su dirección.

–¿De qué os reis ahora? –preguntó una vez se quedaron solos.




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