Príncipe Oscuro

Capítulo XXXVII

La joven se miraba una y otra vez en el gran espejo plateado que colgaba de la pared sin lograr decidirse. Al contrario que los demás, este nuevo vestido que sostenía contra su cuerpo lograba resaltar el azul de sus ojos. Mas no era suficiente, la simpleza de su tallado lograba destruir su encanto. Con desdén lo arrojó a un lado, el mismo lugar donde descansaban otros diez que presentaban distintos problemas.

–Alteza… –musitó por lo bajo la joven de cabellos castaños y traje de criada que permanecía como un poste a su lado –Ese era el último…

–¡Me da igual! –chilló la princesa irritada mientras caminaba por la habitación –Haré que confeccionen cientos de vestidos de ser necesario hasta dar con el “perfecto”.

–Pero… –la criada miró ansiosa la maravillosa pila de ropa arrugada y se acercó a ellos, mas no se atrevió a tocar ninguno –Todos estos son tan absolutamente asombrosos… –alabó emocionada –Cualquiera que elijáis os quedaría perfecto.

Alissea se volteo hacia la morena con una mirada tan fría y fulminante que la pobre doncella solo se encogió en su lugar recriminándose internamente por su torpeza. Con gesto furibundo la princesa se atusó sus rubios cabellos y se lanzó a la gran cama con dramatismo, quedando con la vista fija en el techo.

–¿No lo entendéis verdad? –habló pero era más como si se lo estuviera explicando a sí misma –Este evento es importante, demasiado como para que vuestro pobre cerebro sea capaz de entenderlo. Alistar vendrá y será mi oportunidad, probablemente la última, de que algo suceda entre nosotros. Nada puede salir mal.

–¿Será su acompañante esa noche alteza? –preguntó la criada mientras comenzaba a acomodar el resto de vestidos tirados por doquier pero su ama, en un ataque de furia, le lanzó una almohada como respuesta.

–¡No! –gritó enojada mientras la morena gemía por el sorpresivo golpe –Mi hermano se lo ha preguntado pero el maldito se negó ¡Se negó! Nunca me habían humillado tanto en mi vida, pero que ni piense que dejaré las cosas así… ya lo veréis Taira, volverá arrastrándose…

–No dudo que haya una legión de caballeros esperando pisar el suelo que besáis hermana –dijo una voz divertida y ambas jóvenes miraron en esa dirección sorprendidas.

–¿Ahora os dedicáis a espiar las pláticas de señoritas? –Increpó Alissea a la figura de su hermano que permanecía de pie apoyado en el marco de la puerta abierta –Nunca creí que fuerais de ese tipo, majestad.

Lucio rio y, sin hacer caso al ceño fruncido de su hermana penetró en la habitación. Taira, al instante, realizo una pomposa reverencia hacia su soberano quien simplemente asintió. Alissea, por su parte, ni siquiera se dignó a levantar la cabeza de la otra almohada que le quedaba. Quizás si lo ignoraba el hombre se diera cuenta de que no era bien recibido.

–Taira –dijo Lucio con voz autoritaria y la mencionada se puso rígida –Por favor, desearía intercambiar unas palabras con mi adorada hermana, a solas.

La criada, dejando de lado todo lo que estaba haciendo, corrió a cumplir la orden y desapareció de la habitación en completo silencio, cerrando la puerta a sus espaldas. Una vez solos, Lucio se acercó a la gran cama y se sentó en el borde. Después de unos segundos y con la seguridad de que su hermano no se movería, Alissea, con un resoplido, se incorporó quedando frente a él mientras se abrazaba las rodillas como una niña pequeña.

–¿Y bien…? –preguntó alzando una ceja ante el silencio del rey.

–Veo que tenéis un buen desorden montado por aquí –comentó Lucio paseando la vista por toda la estancia curioso –¿Qué ocurre? ¿Nada os place?

–¿Estáis aquí para hablar de mi ropa? –la princesa rio con algo más parecido a una mueca –¿Por qué no nos ahorráis tiempo a ambos y vais al grano de una vez?

El rey le dio una mirada de reproche a la joven y sus gestos se endurecieron. A pesar de su carácter afable nunca había tolerado las subidas de tono de su hermana y es que al final toda esa apariencia serena que transmitía no era más que pura fachada. No por nada todos temblaban con solo escuchar su nombre. Pero, luego de siglos viviendo juntos, la princesa parecía haber olvidado la verdad que se escondía tras esa mascara. Sin embargo decidió pasarlo por alto y prosiguió:

–El evento que se celebrará próximamente…

–Mi cumpleaños, podéis decirlo –aclaró la princesa ofuscada.

–Como decía… –Lucio decidió ignorarla deliberadamente y la joven apretó los dientes –Será un acontecimiento de suma importancia y, por primera vez en siglos, he logrado contar con la presencia de los tres reinos. Incluso Alhexias ha aceptado mi invitación y, dada la situación actual con las criaturas oscuras, fue una gran sorpresa así como regocijo.

–¿Y con eso queréis decirme…? –Alissea lo conocía demasiado bien como para no intuir que en su explicación no hubiera algo más.

–Que si por vuestra obsesión por Alistar me dais un solo problema os juro que os lo haré pagar –dijo con su tranquilidad natural, sin siquiera alterarse o levantar la voz. Pero no lo necesitaba, en sus palabras se podía discernir claramente la amenaza y sus ojos, fríos como el hielo, aseguraban que no bromeaba –Lo que pasó con Laya os parecerá una caricia ante lo que os haré.

La princesa, de gesto altivo y mirada arrogante, palideció al instante al escuchar ese nombre y tragó saliva sonoramente. Mas sin embargo su rebeldía natural la hacían querer luchar ante las imposiciones de su hermano. Por siglos había tenido que vivir como una marioneta en sus manos y había ocasiones, como esta, en las que simplemente explotaba:

–¡Como os atrevéis a decirme algo así! –exclamó y, tan solo por una fracción de segundo, el rey pareció descolocado –Utilizáis mi cumpleaños como una ridícula pantomima política ¡Me utilizáis a mí en vuestro beneficio cada que os place! Y aun tenéis el descaro de exigirme como debo comportarme. Sabed que… ¡Aaaaaaaah…!

El sonoro grito de la princesa resonó por la habitación y probablemente por todo el castillo cuando Lucio, con la mirada oscurecida y el rostro enojado, agarró con sus alargados dedos el brazo de la joven. El humo y el peculiar olor a quemado que comenzaba a manar del contacto piel con piel, era señal suficiente del sufrimiento al que estaba siendo sometida ella.




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