Príncipe Oscuro

Capítulo XXXIX

Erika caminaba lentamente por el desértico pasillo, sin muchas ganas de llegar a su destino y, al mismo tiempo, deseosa por terminar de una vez. Sentía los nervios a flor de piel y aquella pregunta silenciosa no dejaba de rondar su cabeza ¿Qué diablos podría querer la reina con ella? Indagar entre diversas posibilidades hacia que la ansiedad que la consumía fuera creciendo con cada nuevo paso.

Sin embargo las tenues luces que alumbraban su camino, cubriendo por completo las paredes de forma mágica, le producían un efecto contrario. La relajaban y, de algún modo, no se sentía tan sola, pues, por extraño que pareciera, al observarlas no podía más que pensar en él y, por alguna razón, su corazón saltaba emocionado.

De esta guisa llegó a la puerta cerrada de aquella habitación en la que no había entrado nunca y que marcaba el comienzo de los dominios de la reina de los vampiros ¿Cómo sería? Parecía curioso el hecho de que, después de tanto tiempo viviendo en el castillo, no se hubiese encontrado con ella ni una sola vez. Y ya que estaba la descripción que le había proporcionado Nathalie no es que hubiese sido muy útil tampoco: una mujer sombría, solitaria, que prácticamente nunca se dejaba ver y pocas veces abandonaba sus dependencias. De su carácter, que era lo que le interesaba realmente, tampoco es que hubiera sacado nada en claro puesto que su amiga, a esa pregunta, no supo que contestarle.

Con un suspiro resignado y esperando ya cualquier cosa se dispuso a tocar, pero sus nudillos ni siquiera habían llegado a rozar la madera cuando una profunda y delicada voz femenina interrumpió su acción.

–Adelante por favor… –dijo en lo que parecía más una petición que una orden.

Pensando en lo mucho que odiaba y siempre odiaría el oído hipersensible de los vampiros, la joven, haciendo acopio de valor e intentando mostrar la mayor seguridad posible, penetró en la habitación cerrando la puerta a sus espaldas.

Las dependencias de la reina eran realmente grandes y, por algún motivo, ese lugar le recordaba grandemente al cuarto de Alistar. Sin embargo, contrario que el del príncipe, Erika pudo observar con asombro como predominaban por todo el lugar colores como el rojo o el dorado, cosa rara en un vampiro por lo que había podido experimentar hasta el momento. Además de que la habitación no estaba para nada oscura. Por todo el lugar brillaban innumerables candelabros encendidos y el hogar refulgía con una alta y potente llama, casi dando la sensación de luz real. Delante de ella, como rasgo remarcable, se podía apreciar también un gran biombo colocado con finos trazados que, por descarte, debía ocultar la cama.

En perfecto contraste con el fuego, un elegante y encantador resplandor rojizo abarcaba toda la estancia. Un gran balcón de medio circulo que se apreciaba a través de dos grandes puertas abiertas, era lo que permitía que la hermosa luna roja pudiera contribuir a iluminar todo el espacio.

Maravillada siguió recorriendo el lugar con la mirada y fue entonces cuando su vista se posó en “ella”. Dios… había estado tan concentrada saciando su curioso instinto de observadora que, por segundos, había olvidado completamente el motivo real que la había arrastrado allí.

La reina Amberley permanecía sentada con actitud relajada y altiva en una pequeña mesa de té, perfectamente acomodada en una esquina de la habitación y, curiosamente, en el mismo sitio que estaba la del príncipe. Pero Erika apenas tuvo tiempo de reparar en aquel detalle pues toda su atención la mantenía concentrada en “ella”. Poseía un larguísimo cabello rojo recogido en una trenza algo desestructurada que dejaba que varios mechones rebeldes cayeran por su pálido rostro, uno que, con esos grandes ojos ámbar, la hacían parecer como una bella muñeca de porcelana. Ahora entendía el motivo de su nombre. Con la respiración contenida, Erika no pudo más que admitir lo extremadamente hermosa y perfecta que se veía, con una belleza tal que resultaba incluso irreal.

–Acercaos –invitó con voz dulce mientras le daba un ligero sorbo a la taza que sostenía –Me alegra que hayáis decido aceptar mi invitación.

La chica la miró extrañada, intentando leer entre líneas y buscar la trampa que seguramente debía haber ¿Invitación? Pero si literalmente la habían obligado a venir, en ningún momento nadie le comunicó que tuviera opción al respecto. Por otro lado la reina parecía demasiado amable y, por experiencia propia, sabía que nadie en esa familia lo era, ninguno de esos seres en realidad. Todos eran egoístas, altanero y cada una de sus acciones iba acompañada de segundas intenciones. Así que, al estar completamente segura de que ocultaba algo, su actitud solo la ponía más nerviosa ¿Por qué no se limitaba a sacarle los colmillos como los demás y listo? Eso sería mucho más fácil sin duda.

Sin embargo, siguiendo la orden, se acercó a la mesa con paso vacilante y se posicionó justo delante de la única silla vacía. A pesar de que todo pareciera preparado para dos comensales no se atrevió a tomar asiento. Esperaba, muy dentro de ella, que al final no fuera necesario. Pero, para su mala o buena suerte, Amberley le hizo un gesto con la mano al ver su turbación y Erika no tuvo más opción que acompañarla en la mesa.

–¿Cómo os encontráis? –fue la primera pregunta de la reina una vez la joven hubo tomado asiento y esta la miró confundida, sin entender a que se refería.

–¿Cómo dice? –consiguió articular la rubia por primera vez y los pelos se le pusieron de punta cuando la bella mujer solo sonrió.

–Sé que recientemente estuvisteis involucrada en una serie de incidentes bastante desafortunados a manos de algunos de mis hijos… –explicó con calma mientras se acababa el contenido de la taza y la colocaba sobre la mesa –Como madre os confieso que me siento realmente indignada viendo la forma en la que ha ocurrido todo y, apelando a vuestra comprensión, os pido disculpas en sus nombres.




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