Príncipe Oscuro

Capítulo XLIII

Estaba cómoda, tanto como hacía mucho tiempo no se encontraba. El suave pasto acariciaba delicadamente su espalda, protegida solo con un fino vestido, y la calidez del Sol la envolvía. Sin embargo esos potentes rayos a los que ya había perdido costumbre no la dejaban concentrarse. Es más, la molestaban tanto que no tuvo más remedio que, sin poder aguantarlo, abrir los ojos enfurruñada.

Lo primero que enfocó su mirada fue el azul. Ese azul infinito y gigante del cielo, surcado de blancas nubes por aquí y por allá. Hacia tanto que no lo veía que ya había olvidado lo hermoso que era y una exclamación de sorpresa escapó de sus labios ¿Dónde estaba?

–¿Es en serio necesario?

El molesto resoplido a su lado la hizo salir de su ensoñación y darse cuenta, por primera vez, de que no estaba sola. Así que algo perezosa se incorporó y dirigió la mirada al chico que la observaba sentado en el pasto.

Sin pronunciar palabra Erik señaló con el dedo a algo detrás de la joven y ella se volteó rápidamente a ver qué era eso que tenía a su normalmente afable hermano de tan mal humor.

Allí, a unos cuantos metros de distancia, asomando por sobre una de las únicas colinas del valle, se encontraba una niña de negros cabellos trenzados y un hermoso vestido azul primavera. La pobre intentaba subir a la cima una canasta que parecía muchísimo más grande que ella y que por lo visto pesaba bastante. Entonces, como sintiendo el peso de la mirada de Erika, sus ojos se encontraron y empezó a hacer largas señas con la mano para que fueran a ayudarla. La rubia frunció el ceño ¿De dónde conocía a esa pequeña?

–No sé por qué tuviste que invitarla –protestó Erik a su lado de nuevo –Sabes que no la soporto.

–Precisamente por eso –se encontró diciendo a si misma sin poder contenerse ¿Cómo era posible? Intentó llevarse una mano a la boca pero le fue imposible, simplemente parecía que su cuerpo ya no era tan “suyo” –Si pasan tiempo juntos quizás te des cuenta de que en realidad es una excelente chica.

–Lo dudo –el niño negó con fuerza –Tengo un sexto sentido para las personas y estoy seguro de que si ella no me agrada es por alguna razón, tienes muchos más amigos pero, aun así, insistes en imponerme su presencia.

Erika suspiró y lo miró risueña, sabía que él en verdad no quería decir esas cosas, solo era su infernal carácter de preadolescente hablando. Hacía poco habían cumplido los doce años pero al parecer su regalo de un picnic entre amigos no había gustado demasiado.

–Vamos… –insistió su hermana poniendo morritos mientras veía como la niña a lo lejos dejaba finalmente la pesada canasta en el suelo y se paraba a descansar, ya casi estaba en la cima –Sara es mi mejor amiga ¿No puedes hacer un pequeño esfuerzo?

–¡Esta bien! –exclamó el chico exasperado mientras levantaba los brazos al cielo con gesto dramático, pero casi al momento clavó sus verdes ojos en ella –Solo luego no digas que no te advertí –resopló y se desordenó con la mano los rubios cabellos mientras que con la otra señalaba a la niña –Será mejor que vayas ya, se ve que necesita ayuda.

Erika se puso en pie con algo de trabajo y salió corriendo hacia donde esperaba su amiga, sin embargo por más que corría y corría no lograba alcanzarla nunca. Su mente era un caos pero, a pesar de eso, sentía que algo no estaba del todo bien ¿en serio acababa de tener una conversación con Erik?

Fue entonces cuando, por andar distraída, fue presa fácil para aquella piedra tan perfectamente colocada en el camino y cayó rodando por el pavimento. Con las lágrimas picándole en los ojos gimió de dolor. Se había hecho daño. No sabía que le pasaba, normalmente era capaz de resistir mucho mejor las caídas menores. Pero, sin saber por qué, enterró la cabeza entre las manos privándose del paisaje a su alrededor y se quedó allí, en silencio, esperando que su hermano llegase pronto a socorrerla preocupado.

–¡Erika! –escuchó que la llamaban pero esta vez no era el niño, sino una voz mucho más delicada y femenina –Deja de hacer el tonto por favor, tenemos cosas que hacer.

Apenada fue alzando la cabeza lentamente y, casi al momento, un infernal barullo penetró sus oídos. Ya no estaba acostada en la hierba ni le dolía la caída. Estaba apoyada sobre algo duro y liso que rápidamente identificó como una de las mesas redondeadas de la cafetería del instituto. Confundida observó a su alrededor para ver como estudiantes caminaban de aquí para allá a pasos rápidos con bandejas en las manos y sin siquiera mirarla, aparentemente concentrados en sus propios asuntos ¿Qué había pasado con el prado? ¿Dónde estaba Erik?

–¡Eh aquí! –la joven frente a ella tronó los dedos y la rubia finalmente se fijó en ella –¿Te ocurre algo? Te has quedado pasmada.

–No, lo siento… –se disculpó mientras se frotaba la cien –¿Qué decías?

–Decía que si habías visto ya al chico nuevo –la morena aplaudió emocionada –Se llama David y esta como un queso –se puso un dedo en los labios y alzó la vista con actitud soñadora –Quizás lo invite a salir.

Erika se quedó de piedra mientras observaba a Sara saltar con su diminuto traje de porrista. Sin poder contenerse empezó a toser sonoramente.

–¿Te gustaba David? –preguntó sin pensar y abrió los ojos sorprendida. No podía ser… por primera vez estaba hablando con su propia voz.

–¡Por supuesto! –Sara se veía emocionada –¿Crees que tenga alguna posibilidad?

La morena seguía hablando sin parar pero Erika ya no conseguía escucharla, cada vez la veía más y más lejos hasta que finalmente se quedó sola sentada en la mesa, en un espacio totalmente negro, sin la más mínima luz ¿Qué diablos pasaba? ¿Cuándo había ocurrido esto? ¿Por qué no conseguía recordarlo? ¿Sara había estado enamorada de David? ¿Por qué nunca había sabido nada? O… ¿si lo sabía?




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