Príncipe Oscuro

Capítulo XLV

Maravilloso.

Esa era la única palabra adecuada para describir el espléndido y gran salón de baile del castillo de Ilkbahar. Contrario al de los vampiros que nunca había conocido el Sol, este parecía no haber conocido la noche. Su resplandor era tal que conseguiría cegar a cualquiera.

El lugar era amplio, al punto de ser incluso exagerado en opinión de la joven. Con un techo altísimo coronado por una bellísima lámpara de gotas de cristal y en el centro de la sala un gigantesco espacio circular delimitado por montones de sillones y mesas auxiliares, con un blanco e impoluto suelo de un material demasiado parecido al mármol. Las paredes por su parte estaban cubiertas en su totalidad por grandes espejos que reflejaban con fuerza la luz que escapaba de los innumerables candelabros y apliques dorados colocados por doquier. Por si no fuera poco, la basta iluminación era completada por extrañas piedras que parecían flotar sin rumbo por toda la estancia y que brillaban con magia propia.

A un lado, en un rincón casi imperceptible, se encontraba la pequeña orquesta. Todos ataviados con uniformes tan negros como la noche y completamente hechizados con sus instrumentos correspondientes, como si tocarlos fuera su máximo deleite. Y no era para menos, la suave melodía que embargaba a todo el salón era sin duda lo más extraño y hermoso que había escuchado nunca.

Las numerosas damas que pululaban por la sala haciendo gala de sus trabajados y costosos trajes parecían competir con las otras por quien se veía más hermosa; mientras que los caballeros por su parte mantenían su distancia, conservando la pose altiva y gallardía que venía acompañada por su título de nobleza. Pero los invitados no podían ser más diferentes entre sí. Había cabellos largos, cortos, blancos, azules, negros… y de un millón de otros colores inimaginables, y Erika se encontró preguntándose asombrada si en verdad serian naturales o solo imitaciones. Físicamente también eran muy diferentes, unos tenían filosos colmillos y otros alargadas orejas, incluso los que se veían más normales transmitían un aura de poder que parecía gritar que se mantuvieran lejos de ellos.

La joven estaba sin duda fascinada pero, a pesar de eso, se sentía totalmente fuera de lugar. Nadie se lo había dicho, pero bastaba solo un vistazo para darse cuenta de que era la única humana presente en ese mar de poderosas y hermosas criaturas. Eso la preocupaba e, inconscientemente, hacía que su corazón latiera más deprisa producto al nerviosismo.

–Calmaos –la tranquilizó la voz profunda de Alistar a su lado mientras apretaba su mano y ella lo miró confusa –No tenéis nada de qué preocuparos, nuestra presencia solo es una mera formalidad. No os separéis de mí y en breve estaremos en casa nuevamente.

¿Casa? Ella frunció el ceño y sintió como un extraño sentimiento la embargaba ante la idea. Por alguna razón desconocida esas palabras habían calado más profundo de lo que pensó ¿Cuánto tiempo llevaba en ese mundo? ¿Cuánto tiempo llevaba viviendo con Alistar? ¿En verdad había comenzado a considerar el oscuro castillo como su casa? ¿Cuándo había pasado tal cosa? Y lo peor ¿Por qué sentía que él tenía razón?

–Sigo sin saber que hago aquí –masculló por lo bajó y el vampiro le lanzó una mirada de advertencia.

–Ya os lo dije –recalcó y sus comisuras se elevaron en una mueca divertida –Sois mi esclava, y vuestro deber como tal es atenderme en todo momento.

La joven bufó y desvió la mirada apretando los dientes ante la pulla. Pero de repente una sonrisa pícara adorno sus labios.

–¿Y “mi señor” pretende quedarse escondido aquí toda la noche? –rebatió haciendo hincapié en el titulo tan poco utilizado por ella y una gran satisfacción la embargó cuando vio al príncipe tensarse, aunque de un modo casi imperceptible.

Desde que habían llegado a la “fiesta” no se habían movido de ese estratégico rincón, desde el cual Alistar parecía observar y controlar cada pequeño movimiento que se produjera en el salón, además de estar más que apartados de las vistas indiscretas. Durante todo ese rato ella había permanecido sentada tranquilamente al lado del príncipe en aquel mullido sofá, aunque claro, en puntas opuestas, como dando a entender a las claras que no venían juntos. Ella estaba aburrida, pero casi valía la pena por ver el rostro irritado del vampiro, uno que no había desaparecido desde que pusieron un pie en el castillo. Su incomodidad con el entorno tan “festivo” era más que evidente.

Por otra parte Jordan, quien también los había acompañado, parecía encontrarse mucho más relajado. Iba de aquí para allá por el salón conversando siempre con alguna que otra señorita dispuesta, aunque en realidad no era de extrañar su popularidad. Él se mostraba muchísimo más amigable que aquel huraño príncipe heredero en el cual nadie parecía reparar para satisfacción de Alistar. Aunque la mayoría solo los ignoraba por miedo a la siniestra mirada del vampiro, que parecía retar a que algún valiente se acercase.

Algo que tenía bastante desconcertada a la joven era la sola presencia de los dos príncipes. Al ser una actividad tan importante creyó que toda la familia real, o por lo menos el rey, debería haber venido ¿Qué habría pasado? Alistar no le dijo nada y ella en realidad prefirió no preguntar, en el fondo le gustaba más así. Si hubiese tenido a la loca de Stacia revoloteando su noche habría sido sin duda peor. Aunque debía admitir que no le hubiera desagrado demasiado encontrarse con Max o la reina: ellos eran los únicos con los que se sentía medianamente cómoda.

De la parte de los vampiros se encontraban además algunos representantes del Consejo y personas de importancia. Realmente era difícil decirlo pues aparte de los dos príncipes ella solo conocía a una persona más: lord Vreeland. Era curioso que él estuviera presente teniendo en cuenta que su prometida se había perdido la fiesta. Por suerte él tampoco parecía haberles dedicado la más mínima atención, esto para el claro regocijo de Alistar sin duda.




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