Príncipe Oscuro

Epílogo

Corría sin rumbo por el espeso bosque, adentrándose cada vez más en la salvaje vegetación. El aire quemaba sus pulmones y sentía su respiración jadeante, al punto de pensar que en cualquier momento se detendría presa del agotamiento. Las crueles ramas y piedras del camino laceraban sus pies descalzos y arañaban con saña su piel. El dolor y el picor era cada vez más fuerte pero ella no tenía tiempo que perder en ello: debía escapar.

La pregunta era: ¿de quién?

La verdad es que no lo sabía. No sabía ni siquiera que hacia allí, su memoria estaba borrosa y no recordaba nada. Solo era consiente de algo: debía correr lo más rápido posible o sino ellos la alcanzarían. No sabía quiénes eran o que querían con ella pero tampoco pretendía quedarse para averiguarlo.

De repente su cuerpo ya exhausto se encontró rodando por el pavimento al tropezar con sus propios pies. Ella gimió de dolor, sin fuerzas ni siquiera para ponerse en pie. Pero debía hacerlo así que, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, consiguió arrastrarse un par de pasos.

No fue suficiente.

–Hasta que al fin damos contigo pequeña.

Sintió la ruda voz a sus espaldas y todo su cuerpo se tensó de golpe. Con dificultad Erika intentó ponerse en pie y enfrentarse a su atacante pero no fue necesario. El hombre, impaciente, la tomó por el largo cabello negro y la alzó en vilo.

¿Negro? ¿Desde cuándo tenia ella el cabello negro? Pero no podía concentrarse en ese insignificante detalle, el dolor era demasiado intenso como para pensar. Entonces llegaron más.

La joven escuchó nerviosa movimientos de pasos a su alrededor y de repente su campo de visión fue ocupado por unas fuertes y largas piernas pertenecientes a un hombre pero, estaba tan bien sujeta por el primero, que no conseguía alzar la cabeza y comprobar de quien se trataba. Por suerte el que tenía frente a sí fue agachándose lentamente. Permitiendo que ella lo observara en su totalidad.

–Nos has dado un buen susto –dijo con una sonrisa amable que por tan solo un segundo le transmitió tranquilidad –¿Por qué lo has hecho? Sabes que no debes escapar, el bosque es peligroso.

–A esta maldita zorra hay que darle un buen correctivo –aseguró aquel que la tenía sujeta mientras halaba fuertemente su cabello y ella gimió.

–D-dejadme… –consiguió articular la joven con lágrimas en los ojos.

El hombre que tenía ante sí suspiró y en sus hermosos ojos grises apareció una nube oscura. Casi con cariño levantó su mano y acarició con sus suaves dedos el rostro sudoroso de la chica.

–No es personal –explicó –Espero que puedas perdonarme, sé que no tienes la culpa de nada.

Erika estaba a punto de protestar nuevamente cuando un fuerte ruido que resonó por todo el bosque hizo que todos los presentes se pusieran alertar. Algo se acercaba.

–¡Jefe! –llamó otro con la voz agitada que, al estar fuera de su campo de visión, no conseguía identificar –Ya están aquí.

El hombre de ojos grises no pareció inmutarse ante la noticia y con una calma monumental se puso en pie. Antes de darse cuenta la joven se encontró cambiando de manos y ahora quien la sostenía era el hombre amable. Al menos esta vez la habían hecho ponerse en pie y en lugar del cabello la agarraba por la cintura. Estaba a punto de agradecer el gesto cuando, con horror, notó una fría hoja sobre su cuello.

–No te muevas –advirtió susurrando contra su oreja –No me obligues a hacerlo.

Erika, con la adrenalina recorriendo su cuerpo, lo obedeció al instante y se quedó tan estática como pudo. Unos segundos más tardes llegó al lugar un nuevo grupo.

A diferencia de las ropas viejas y sucias de los que la tenían prisionera, estos nuevos hombres se presentaban en perfectos y elegantes trajes tan negros como la noche. Las pieles extremadamente pálidas y los afilados colmillos que no paraban de enseñar no dejaban ninguna duda sobre su naturaleza: eran vampiros. Y no solo eso, su número triplicaba al de los secuestradores. Por alguna extraña razón una sensación de alivio se instaló en su pecho.

Uno de ellos, el que parecía el jefe, se acercó a paso lento hasta quedar frente con frente al hombre que la sostenía. Su mirada preocupada se clavaba en ellos y por solo un momento en ese lugar existieron solo ellos tres.

Erika frunció el ceño ¿Alistar? No, ahora que lo miraba más detenidamente estaba segura de que no era él, sin embargo el parecido era increíble. El vampiro tenía los mismos ojos azules y casi las mismas facciones, solo había algo completamente diferente en ellos: el que tenía ante sí llevaba el cabello negro larguísimo, cayéndole por los hombros, totalmente contrario al corto de Alistar. Además de dar una apariencia muchísimo más juvenil que la del vampiro que conocía.

–Maldito perro –gruñó y Erika pensó que incluso sus voces eran semejantes, aunque la de Alistar era ligeramente más ronca –Soltadla en este instante o será lo último que hagáis en vuestra miserable vida.

–¿Vida? –el otro rio y el cuchillo tembló en el cuello de la joven, haciendo que un sudor frio bajara por su frente –¿Qué vida? Tú y los tuyos me lo han quitado todo, creo que es hora de que te devuelva el favor.




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