Príncipe Vladímir el Grande

5.3 Búsqueda de identidad: ¿quién soy realmente?

La oscuridad de la noche había envuelto la ciudad, como intentando penetrar en el alma misma de Vladímir. La vela sobre su escritorio proyectaba sombras vacilantes en las paredes, como advirtiendo de la lucha interna que se agitaba dentro de él. Se sentía dividido en dos partes, como si dos personalidades distintas compitieran por el derecho a llamarse el verdadero Vladímir.

¿Quién soy? Esta pregunta resonaba en su mente como un dolor constante e insoportable. ¿Era el hijo de una criada que había alcanzado el poder gracias a su espada? ¿Era el hermano que había derramado sangre por el trono? ¿O acaso era el príncipe que unió tierras bajo su tridente? Cada uno de estos aspectos despertaba en él una protesta interna, cada faceta rechazaba a la otra. Su existencia parecía convertirse en un teatro de máscaras, donde ya no quedaba un rostro verdadero.

En su memoria aparecían los rostros de las personas que alguna vez conoció. Recordaba los últimos momentos de la vida de Yaropolk y sentía un dolor ardiente al reconocer su propia participación en aquella tragedia. ¿Era un castigo justo por la traición o simplemente la crueldad de un joven ansioso de poder? También rememoraba las guerras que había librado para unir las tierras y se preguntaba: ¿fueron actos genuinos de creación de un poderoso estado o simples conquistas?

Lo que más lo atormentaba era el pensamiento de su madre, Malusha, una sencilla criada cuya sangre corría en sus venas. Se sentía extraño entre la nobleza y temía que su origen determinara para siempre su lugar entre ellos. Pero de ella había heredado la fuerza y la capacidad de sacrificio que le permitieron sobrevivir en un mundo de intrigas y sangre.

Cuando el viento entró en la habitación y agitó la llama de la vela, Vladímir creyó ver ante sí a las personas que habían influido en su vida. Vio la mirada severa de su padre, Sviatoslav Igorevich, y la sonrisa sabia de su abuela Olga de Kiev.

Entonces, Vladímir comprendió de repente: no era solo un heredero de sus antepasados, sino su continuación. Su lucha y sus dudas eran parte de algo más grande que él mismo.

Esta sensación transformó su estado interior: ahora entendía su propósito de manera diferente. Ya no buscaba la respuesta a la pregunta “¿Quién soy?”, sino que reflexionaba sobre “quién puedo llegar a ser”.

Cuando los primeros rayos de sol tocaron Kiev, Vladímir se acercó a la ventana y contempló la ciudad. Entendió que su identidad se definiría por lo que hiciera a continuación.

Esta comprensión le abrió nuevos horizontes: el futuro de Ucrania dependería de cómo utilizara su poder y de la contribución que hiciera al desarrollo del estado.

Fue entonces cuando Vladímir sintió alivio: parte de sus dudas internas se desvaneció. Salió de la ventana con un nuevo sentido de propósito.

La búsqueda de sí mismo no había terminado, pero ahora sabía con certeza que la respuesta no residía en quién había sido, sino en quién llegaría a ser.

Era solo el comienzo de un largo camino, pero por primera vez en mucho tiempo, avanzaba en la dirección correcta.

Al borde de nuevos desafíos y decisiones, se preparaba para responder a la pregunta sobre su identidad, no con palabras, sino con acciones.




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