Príncipe Vladímir el Grande

15.3 Elección entre la paz y la ambición: un camino difícil

Vladímir estaba de pie en el alto balcón del palacio, observando cómo el sol vespertino bañaba las colinas de Kiev con su oro, proyectando largas sombras sobre la ciudad. El aire estaba lleno de un pesado silencio, que ni siquiera el susurro de las hojas en los jardines del príncipe podía romper. En ese silencio, escuchaba lo más fuerte: los gritos de una guerra que se apagaba, el susurro de los guerreros muertos y la voz tranquila de su propio corazón, suplicando paz. Cada victoria, cada nueva tierra añadida a sus dominios, le quitaba una parte de su alma, dejando un vacío que nada podía llenar excepto la paz.

Su mente luchaba consigo misma como dos fuerzas opuestas. Por un lado, las ambiciones que ardían en él desde la juventud, alimentadas por la herencia de un padre poderoso y la sabiduría de su abuela Olga. Ante él veía una Rus poderosa, unida bajo su mano, fuerte e invencible. Esa visión lo llamaba hacia adelante, a nuevas batallas, nuevas conquistas. Por otro lado, veía los rostros de los guerreros cansados, las lágrimas de las mujeres que habían perdido hijos y la tierra devastada por la guerra. Escuchaba la voz silenciosa de la paz, que prometía descanso y prosperidad a su pueblo.

Su lucha interna se reflejaba en el mundo exterior. Los consejeros se dividieron en dos bandos. Algunos, los veteranos de guerra, abogaban por nuevas campañas, por expandir fronteras y por una gloria que perdurara siglos. Veían en él al nuevo Sviatoslav, un guerrero que nunca conocía la calma. Otros, sacerdotes y sabios, hablaban de estabilidad, de construcción y de fortalecer lo que ya había sido conquistado. Veían en él al constructor, similar a Olga, que traía sabiduría y orden.

Vladímir cerró los ojos, intentando encontrar la respuesta en su propia alma. Recordó las palabras de su madre, Malusha, su ternura y amor, que siempre le recordaban que la verdadera fuerza no está en la espada, sino en el corazón. Recordó a Olga, su firme sabiduría y su fe en un futuro mejor. Y recordó a su hermano Yaropolk, y el vacío que dejó la guerra fratricida. Cada uno de esos recuerdos era una pesada piedra en la balanza de su elección.

La noche cayó sobre Kiev, trayendo consigo frescura y estrellas que brillaban alto en el cielo. Vladímir seguía en el balcón, ahora en la oscuridad, y su decisión se cristalizaba poco a poco. Comprendió que la verdadera fuerza de un gobernante no reside en la expansión infinita de sus dominios, sino en la capacidad de proteger y hacer feliz al pueblo que ya le había confiado su destino. Las ambiciones eran un fuego que podía consumir todo a su paso, mientras que la paz era un suelo fértil donde podía crecer algo verdaderamente grande.

Por la mañana convocó al consejo. Su voz era firme, pero en sus ojos se leía el profundo cansancio de la larga lucha interna. Anunció su decisión: en lugar de una nueva campaña militar contra los vecinos, se concentraría en fortalecer la paz y desarrollar las tierras internas. Habló de la construcción de nuevos templos, del desarrollo del comercio y de leyes que protegieran a los débiles. Era una elección a favor de la vida, y no de la muerte; a favor del futuro, y no de la gloria momentánea.

La reacción fue diversa. Algunos comandantes guardaron silencio con semblante serio, considerando esto un signo de debilidad. Pero la mayoría, especialmente aquellos que ya habían sufrido la guerra, sintieron alivio y esperanza. Vladímir lo vio en sus rostros y supo que había tomado la decisión correcta. No era una retirada, sino un paso hacia una nueva etapa, una etapa de construcción y crecimiento.

Sin embargo, incluso en este momento de paz, sentía que la sombra de la ambición no había desaparecido por completo. Solo se había ocultado, esperando su momento. Sabía que el mundo alrededor de Kiev era cruel, y que la paz no podría durar mucho. Pero ahora daba a su pueblo y a sí mismo un respiro para recuperar fuerzas. Miraba el horizonte donde el sol comenzaba a elevarse y sabía que nuevos desafíos lo esperaban. Pero ahora estaba listo para enfrentarlos no solo como guerrero, sino como constructor, padre del pueblo y guardián de la paz. Esta difícil elección era solo una de muchas en su camino, pero fue la que definió el futuro no solo suyo, sino de toda la Rus.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.