Prisión Infernal

Capítulo 3: Luna Roja

“¡Mamáaa!” Se escuchaba la voz de una joven que recorría un bosque, con muchos árboles de pino gigantescos, coloreados con el color otoñal, “¡Mamáaa!” volvía gritar aquella joven.

—¿Qué ocurre Marielle? –decía una mujer–. ¿Te ha pasado algo malo cariño?
—No, no… es que pensé que me había adelantado mucho –sonría aquella joven llamada Marielle.
—No me asustes así… –suspiraba aquella mujer–. Mejor no te adelantes, ya casi llegaremos a casa –respondía aquella mujer mientras recuperaba el aliento.
—Está bien Madre, ja, ja, ja –reía aquella joven, mientras veía el rostro de su madre.

  Eran dos mujeres, madre e hija que vivían en los adentros de un bosque, alejado de los pueblos cercanos, ellas se ocultaban de la iglesia, eran perseguías por el simple hecho de tener los ojos de color rojo. La iglesia decía que las personas con un tono rojizo en sus ojos, significa que eran siervos de satanás, considerados como brujos y quemados en las hogueras, la madre se llamaba: "Yisselyn", estaba por sus treinta años, una mujer hermosa de piel blanca como la tenue nieve, ojos rojos rubí, con un largo cabello negro, su rostro era fino, su expresión fría pero cálida, con una personalidad tranquila y serena.

  La otra mujer, se llamaba: "Marielle", los pocos amigos que ella tenía, la llamaban con el alias de “Marie”. Ella era similar a su madre en el aspecto, tenía alrededor de diecisiete, en pocos días cumpliría los dieciocho, siempre tenía una sonría, con una personalidad muy alegre y energética, su piel blanca como la nieve, hacía que resaltaran más aquellos ojos rojos, un largo cabello negro como el de su madre y una gran sonrisa que siempre portaba.

  Estas mujeres vivían su vida en paz en los adentros de aquel bosque, aunque a veces se les dificultara conseguir la comida, había habitantes de un pueblo cercano que las ayudaban trayéndoles comida, ya que ellas no podían visitar tal pueblo por el temor de que algún otro aldeano tuviera miedo de verlas, ya que las personas de ojos rojos se veían como “demonios” y eran cazadas.

  La Madre, Yisselyn tenía planeado celebrar el cumpleaños a su hija Marielle, ya que ella nunca había presenciado que era festejar su día de nacimiento, quería que experimentara un poco lo que nunca pudo, por estar escondidas de la iglesia, quería sorprenderla, así que los días que faltaban para que Marielle cumpliera, decidió ir al pueblo, sin levantar sospechas invito a todos aquellas personas que la ayudaron con comida o medicinas. Estas personas no temían a Yisselyn a pesar de las mentiras que la iglesia decía de aquellas personas que portaban ojos rojos.

  Los días trascurrieron hasta que llego aquel momento esperado, el día que Marielle iba a disfrutar su primer cumpleaños, el festejo iba ser dentro de aquella casa donde vivían ellas, una casa grande, de madera de roble y pino, aunque no tenían mucho en la mesa, deseaban esperar a que las personas llegarán a celebrar y así fue, poco a poco las personas que no temían a estas mujeres y quienes las veían como seres humanos, llegaban a celebrar el festejo de una humilde joven.

  Ese día llegaron los pocos amigos de Marielle que había conocido a lo largo de los años que vivió en ese bosque, también los ancianos que ayudaban a Yisselyn, como algunos otros hombres de edad media y jóvenes que fueron flechados por la belleza de aquellas dos mujeres. Todo era simple pero grandioso, las personas en ese lugar sonrían y festejaban, Marielle en ese día se sentía feliz por aquellos regalos que recibía de sus pocos amigos, aquellos jóvenes de la misma edad, que no temían a las blasfemias de la iglesia. El día fue pasando hasta que llegó un momento donde, la luz del sol fue intercambiándose con la luz de una luna llena, la noche cayó lentamente, Marielle se sentía tan agradecida que fue hacia donde estaba su mamá a darles las gracias.

  Yisselyn estaba en la parte trasera de la casa, viendo aquella gigantesca luna llena, mientras tomaba un delicioso vino en un vaso de madera.

—Muchas gracias madre, por este día –decía Marielle con una gran sonrisa.
—Te mereces esto y mucho más cariño –respondía Yisselyn, dejando el vaso de un lado y abrazando a su hija–. Lamento que tu padre no esté aquí.
—No importa madre, él se sacrificó por nosotras, no podemos estar tristes por eso, si no él se entristecería –Marielle alzaba sus brazos para abrazar también a su madre.
—Como desearía que ella también estuviera aquí. -decía Yisselyn.
—¿Hablas de aquella mujer de hace muchos años, que se llamaba similar a mí? –preguntaba Marielle.
—Sí, ella nos ayudó a mí y a tu padre, para que nacieras, por eso te di un nombre similar a ella, para agradecerla mi gratitud este donde este ahora. Mariette –decía Yisselyn con nostalgia–. Fue una gran amiga y apoyo para mí en el pasado.

—Sí madre, espero algún día ver también a las hijas de ella, a…




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