Travesía sin fin
Al intentar de nuevo erguirme ante el mundo,
sentí el peso del rechazo insensible, mi obra,
desentonando con los clamores sociales,
no halló cabida en los patrones de aceptación.
Humillado con palabras revestidas de cortesía,
me hicieron sentir pequeño, insignificante.
Sin seguidores que alaben mis pasos,
sin emblemas que adornaran mi existencia.
Toqué las puertas de los poderosos,
buscando una oportunidad en el eco de sus palacios.
Solo una se entreabrió, sin convicción,
y recibí una oferta lánguida, desprovista de fe.
Rechazos y menosprecios cincelaron mi miedo,
un temor profundo de estar errando en mi camino.
Pero si no lo intento, reflexioné en soledad,
¿qué sentido tiene esta vida efímera y fugaz?
La vida, en su incesante danza de pruebas,
nos confronta con espejismos de duda y desdén.
En el fragor del fracaso, destellos de sabiduría,
se revelan como faros en la penumbra existencial.
Persistir en la búsqueda, aún en la adversidad,
es un acto de fe en la propia esencia.
Tal vez, mi lucha silenciosa sirva de faro,
para aquellos que, tras de mí, temen el mismo abismo.
El sentido de la vida no yace en la aceptación,
sino en la firmeza de seguir el camino elegido,
de erguirse una vez más tras cada caída,
encontrando en cada cicatriz la fortaleza del alma.
Y así, con cada rechazo, renuevo mi voto,
de persistir en esta senda de autodescubrimiento.
Porque el verdadero valor no está en el aplauso,
sino en la convicción de ser fiel a uno mismo.
En un mundo que no siempre comprende,
mi voz es un murmullo en el vasto silencio.
Pero en ese murmullo reside la esperanza,
de que mi intento, mi lucha, inspire a otros.
Así, avanzo en esta travesía sin fin,
preparado para lo que el destino me depare.
Porque en cada desafío hallaré mi verdad,
y en cada intento, el eco de mi autenticidad.