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He transitado por sendas de sufrimiento,
y el dolor ha sido mi compañero constante.
Aún quedan abismos oscuros por cruzar,
y montañas de desdicha por escalar.
He reído, sí, con la pureza del alma,
pero sospecho que en el horizonte
se ocultan ríos de risas por descubrir,
ecos de alegría que aún no he probado.
He amado en susurros y gritos silentes,
más mi corazón busca una plenitud elusiva,
un amor sin fronteras ni barreras,
que aún no he llegado a encontrar.
En mi viaje de aprendizaje,
cada lección parece un grano de arena,
frente al vasto desierto del saber,
donde la ignorancia se extiende infinita.
Al borde de cada etapa,
creo vislumbrar la meta deseada,
solo para descubrir que es una ilusión,
un espejismo en el vasto desierto de mi camino.
Me preparo, en cuerpo y mente,
para lo que el destino me depare,
fortalecido por cicatrices y risas,
listo para abrazar el misterio de la existencia.
La vida es un constante devenir,
una danza entre el dolor y la risa,
el amor y la búsqueda eterna,
donde cada paso es una batalla ganada.
Aunque el sufrimiento me arrope,
y las risas aún sean lejanas,
aunque el amor siga siendo un enigma,
y el saber una senda sin fin,
avanzo con el alma abierta, hacia lo desconocido y lo incierto.
Cada momento es una nueva oportunidad,
de hallar sentido en el caos,
de encontrar belleza en la tormenta,
y de abrazar la incertidumbre con valor.
Así, en este viaje sin final, mi espíritu se eleva y florece,
preparado para lo que venga,
porque en cada desafío encuentro la esencia de mi ser,
siempre en movimiento.