¡prisionera!

Capitulo siete

No sé donde estoy, todo es oscuridad a mi alrededor y parece que mi cuerpo sea etéreo, transparente, floto en alguna parte y ya no sé si estoy viva o muerta.

Entonces oigo unas voces cada vez más cercanas y puedo vislumbrar unas caras frente a mí... ¡oh! son caras conocidas, son gente de mi mismo poblado, me miran y se compadecen de mí.

  - Mamá... ¿eres tú? ¡Mamá, mamá!- mis gritos suenan raros en mi cabeza, pero las caras me miran impasibles y luego comienzan a reírse mientras se transforman en seres de pesadilla, monstruos de cabellos pálidos y ojos azules y fríos como el hielo.

 Me debato resistiéndome a él, ya que las decenas de caras se han transformado en una sola, la figura agarra mis cabellos tirándolos hacia atrás con fuerza y noto como sus manos me acarician osadamente por todo el cuerpo.

  - ¡Déjame!¡no quiero que me toques!¡vete, vete!

 De pronto, una fuerza me tira hacia abajo y caigo por un estrecho túnel sin fondo, los ojos se me cierran y el cuerpo no me responde... me siento tan cansada...

 Noto vagamente que alguien, una presencia extraña pero borrosa me obliga a comer y a beber, refresca mi enfebrecida frente y mi cuerpo con un chorro de agua fresca que es como un bálsamo para mí.

 Ya no me resisto a él pues veo que no quiere hacerme daño, pero me siento demasiado débil  y me cuesta obedecer, no puedo abrir la boca para ingerir los alimentos y tampoco puedo ponerme de pié cuando ese espectro me lo ordena.

  - Déjame dormir... mi voz (ignoro si estoy produciendo sonido alguno o solamente lo pienso) sale gimoteánte.

 

 Pero por fin noto un aire muy agradable que roza mi rostro y consigo abrir los ojos, al principio me cuesta volver a enfocar la vista, pero luego me veo estirada sobre una piel que no reconozco como mía y descubro un poco azorada que estoy completamente desnuda, lo cual me desconcierta.

 Estoy en mi cueva, eso sí, oigo los cantos de los pajarillos en el exterior y siento repentinamente unas terribles ganas de levantarme.

 

 Bueno, ya estoy  en pié, me ha costado un poquito, ya que mis piernas se han entumecido al estar  tanto tiempo estiradas, pero me acerco titubeante a la salida tapándome a medias con la piel rayada que he descubierto. El sol daña por un momento mis sensibles pupilas verticales, parpadeo molesta un par de veces y cuando descubro el paisaje, la alegría inunda todo mi ser. ¡Por fin ha terminado el invierno!

La hierba me hace cosquillas en la planta de los pies y ando con un humor excelente, veo que la fauna se ha despertado con la primavera y cerca de mí oigo un leve relincho, ¡que bien! al parecer  mi amigo el caballo  a sobrevivido al crudo invierno, éste no se quiere acercar demasiado a mí, (nunca logré tocarle) alza la cabeza y me observa desde unos metros, nos miramos unos instantes en silencio y parece que intenta olerme más de cerca, lo dejo hacer, pero cuando tengo su morro casi pegado a mí, alzo una mano para rozar con mis dedos su belfo, pero éste se aparta sobresaltado y retrocede inseguro. Sin embargo no se va, contento como yo de reconocerme.

 

 Repentinamente me doy cuenta de la sed que tengo, noto la lengua como hinchada y pegada a la boca; la temperatura vuelve a ser cálida y camino hacia el riachuelo, esperando que el afable animal me siga. Así lo hace desde una distancia prudencial, yo en la orilla me arrodillo para beber, poniendo ambas manos a modo de cuenco. El agua todavía esta fría, pero bebo insistentemente, regalándome con el preciado líquido.

 ¿Eh? oigo un ruido a mi espalda, como de pisadas y hojas arrastradas, el caballo emite un bufido asustado y se aleja rápidamente entre los arbustos, y al darme la vuelta lentamente... ¡ahhh! ¡frente a mí hay un enorme felino rayado de largos colmillos que casi le tocan al suelo!

Sin darle la más mínima oportunidad de que me atrape, doy un salto como movida por un resorte y corro, corro cuánto me dejan mis todavía débiles piernas, bordeando el río, pero las piernas no aguantan la repentina presión a que son sometidas después de tan largo tiempo postradas y dejan de obedecerme, me falla la respiración; ya no soy el "pececillo" que siempre escapaba de los varones de mi poblado y caigo como un pesado fardo en la hierba.

Muy pronto noto el caliente aliento del animal y se abalanza sobre mí con las fauces abiertas; yo me hago una bola gritando, tapándome la cabeza y cerrando fuertemente los ojos, espero mi terrible destino, he salido de mi estado letárgico solamente para servir de alimento a esa bestia salvaje.

 Pero increíblemente oigo como alguien desde un poco más lejos grita varias veces una orden en un idioma que me parece vagamente familiar.

- ¡Déjala "Rurg"!

 El felino, aunque se me había tirado encima de las piernas, milagrosamente obedece y ya no siento su presencia,  me quedo sentada frotándome las piernas doloridas y soplándome los rasguños de los brazos; alzo la vista para poder ver quien me ha salvado. Veo sorprendida quien es la única persona que podría haber sido, la única que esta aquí aparte de mí en la isla.

Avanza hacia mí y puedo ver su corpulento cuerpo y su increíble estatura, algo imposible entre mi gente. Me tiende la piel que se me había caído en la huída y le acaricia la gorda cabezota al animal, que permanece a su lado, mientras me dirige una mirada de burla; es Yareth, el Zárokaa, ¿quien sino?




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